LXXVI

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Ganamos la Champions. Fue un caos de emociones, de gritos, abrazos, lágrimas de felicidad. Cada segundo de ese partido se sintió eterno y al mismo tiempo fugaz, como si estuviera en un sueño. Cuando el árbitro pitó el final, todo se volvió borroso entre la euforia y el ruido. Jana me encontró en medio del campo, me abrazó tan fuerte que casi me faltó el aire, y ya en el vestuario nos besamos, olvidándonos por completo de que estábamos rodeadas de nuestras compañeras.

Esa noche fue algo más que una celebración. Después de toda la locura en los vestuarios, las fotos, los festejos con el equipo y los fans, Jana y yo nos fuimos a mí habitación. Todo se sintió tan eléctrico, como si aún tuviéramos la adrenalina del partido corriendo por nuestras venas. Fue una noche intensa, llena de pasión, donde el cansancio quedó en segundo plano. Cada toque, cada beso, se sintió como una descarga de energía, como si quisiéramos capturar todo lo que habíamos pasado juntas en una sola noche. No me quedaba ninguna duda: lo que teníamos era real y fuerte.

Después de eso, las cosas entre Jana y yo no podían ir mejor. Nuestra relación navegaba viento en popa, sólida y llena de esos pequeños momentos que hacen que el día a día sea perfecto. Nos apoyábamos, reíamos, compartíamos todo. Cada vez que la miraba, sentía ese cosquilleo en el estómago que no desaparecía, como si fuera la primera vez. Pero entonces llegó el verano.

Al principio, pensé que sería genial, que por fin podríamos pasar más tiempo juntas fuera de los entrenamientos, disfrutar de nuestras vacaciones sin la presión constante de los partidos y las competiciones. Pero la realidad fue otra. Nos dimos cuenta de que nuestros planes no coincidían en lo más mínimo.

Jana me dijo que se iría de viaje con su familia. Me propuso que fuera con ellos, que nos tomáramos unos días juntas, y al principio la idea me entusiasmó. Quería estar con ella, por supuesto. Pero luego recordé que, como cada verano, había planeado pasar una semana con mis amigas de Alemania. Era una tradición que manteníamos desde hacía años, y aunque la tentación de estar con Jana era fuerte, no podía dejar a mis amigas colgadas, ni renunciar a ese pequeño pedazo de mi vida en Alemania que aún sentía tan importante.

—¿Vienes conmigo? —me preguntó Jana una tarde mientras estábamos tumbadas en el sofá, ella acariciando mi cabello.

—No puedo... —dije con un suspiro, sintiendo cómo la tensión empezaba a formarse entre nosotras—. Ya sabes que me voy una semana con mis amigas, como cada año.

Vi la pequeña decepción cruzar su rostro. No dijo nada, pero lo sentí en el aire. Sabía que no le hacía gracia, que le habría gustado que compartiéramos esas vacaciones, pero también entendía que mis amigas eran una parte importante de mi vida, tanto como lo era ella.

Jana

Cada vez que Gala mencionaba algo relacionado con Ewa, una punzada de celos se instalaba en mi pecho. Aunque confiaba plenamente en ella, no podía evitar sentir que había una conexión especial entre las dos, algo que se notaba en la forma en que Gala sonreía al hablar de su mejor amiga.

Ewa había sido su apoyo incondicional durante parte de su carrera, especialmente en aquellos momentos difíciles. Las historias que Gala compartía sobre sus travesuras juntas y el tiempo que habían pasado lejos una de la otra siempre parecían tener un brillo especial, un lazo que yo, por más que quisiera, no podía alcanzar.

Recuerdo una tarde, estábamos sentadas en el sofá, disfrutando de una serie. Gala se giró hacia mí con ese brillo en sus ojos y comenzó a contarme sobre una anécdota con Ewa en la que se habían perdido en una ciudad durante un torneo. La risa y la alegría en su voz eran contagiosas, pero al mismo tiempo, un pequeño nudo se formó en mi estómago.

“Ewa siempre supo cómo hacerme reír, incluso en mis peores momentos,” dijo, y yo traté de sonreír, pero no podía evitar preguntarme si había cosas que compartían que jamás llegaría a conocer.

Intenté reprimir esos pensamientos, sabiendo que mi relación con Gala era sólida y auténtica. Pero la realidad es que Ewa era parte de su historia, una historia que ya había comenzado mucho antes de que yo llegara a su vida.

A veces, la inseguridad me susurraba que, a pesar de lo que teníamos, siempre habría un rincón de su corazón que Ewa ocuparía. Me decía que quizás nunca podría competir con ese tipo de conexión. Pero por otro lado, cada vez que veía a Gala sonreír, me recordaba que su amor por mí era real.

Era un conflicto interno, un tira y afloja entre mi razón y mis emociones. Sabía que debía apoyarla y celebrar la amistad que tenía con Ewa, pero no podía evitar que la sombra del celos me siguiera, especialmente cuando se trataba de alguien tan importante en su vida. Tenía que aprender a lidiar con esos sentimientos, porque sabía que Gala era la persona que elegía estar a mi lado cada día, y eso debía ser suficiente.

Gala

El día de nuestra despedida había llegado. Estábamos en la puerta de mi casa, las maletas de Jana ya estaban en el coche y solo quedaba decir adiós. La miré, y sentí un nudo en la garganta. Sabíamos que no sería una separación larga, solo unas semanas de verano, pero aun así, la idea de estar lejos me incomodaba más de lo que quería admitir.

—Prométeme que me escribirás todos los días —le dije, casi con un tono de súplica que no pude ocultar del todo.

Jana sonrió y me tomó de la mano, apretándola suavemente.

—Claro que lo haré. No podría pasar un día sin saber de ti —respondió con esa seguridad que siempre tenía cuando quería tranquilizarme.

Nos quedamos en silencio por un momento, solo mirándonos. Las despedidas siempre eran difíciles, aunque sabíamos que no estábamos realmente diciendo adiós. Pero en ese instante, el aire estaba cargado de una sensación extraña, algo que no lograba identificar, pero que me inquietaba.

—Te quiero, ¿lo sabes, no? —le dije antes de abrazarla fuerte, como si eso pudiera evitar que se fuera.

—Y yo a ti —susurró cerca de mi oído, apretándome con la misma intensidad.

El beso que compartimos antes de que se subiera al coche fue suave, pero lleno de una promesa tácita: estaríamos bien, sin importar la distancia. Nos despedimos con una sonrisa, aunque ambas sabíamos que las semanas por delante serían difíciles. Jana me lanzó una última mirada desde el coche, una mezcla de emoción y algo más, como si una pequeña parte de ella también tuviera el mismo temor que yo.

Nos habíamos prometido escribirnos cada día, mantenernos cerca aunque estuviéramos a kilómetros de distancia. Pero lo que no sabíamos era que algo iba a pasar durante ese tiempo separados, algo que pondría a prueba todo lo que habíamos construido juntas.

Mientras veía su coche alejarse, no podía sacudirme la sensación de que había algo en el aire. Algo indefinido, pero presente. Sacudí la cabeza, diciéndome a mí misma que no tenía por qué preocuparme. Pero esa incomodidad se quedó, latente, como una sombra.

No tenía ni idea de lo que se avecinaba.
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Perdón perdón



𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora