LXI

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La fiesta seguía su curso, el ambiente se volvía más relajado a medida que avanzaba la noche, pero cada vez que nuestros ojos se encontraban, una chispa encendía algo entre nosotras. Gala, con su mirada traviesa, seguía lanzándome provocaciones sutiles. No era solo la pista de baile, donde había aprovechado cada movimiento para hacerme caer en su juego, sino también cada roce accidental, cada sonrisa pícara. Estábamos juntas entre nuestras amigas, pero sentía que todo el tiempo estaba siendo un duelo silencioso entre nosotras dos.

Hubo un momento en el que me encontraba a su lado, hablando con algunas de las chicas, y Gala, sin decir una palabra, se inclinó para susurrarme algo en el oído, rozando mi mejilla. Fue un gesto tan sencillo pero tan electrizante que me dejó sin aliento por unos segundos. Todo en ella esa noche parecía estar diseñado para hacerme perder la cabeza.

Pasaron las horas y, aunque Gala no había bebido mucho, noté que su risa era más suelta y despreocupada. La observé mientras hablaba con Patri y Mariona, el leve rubor en sus mejillas delataba que el alcohol había hecho un efecto suave, pero presente.

Cuando llegó la hora de irnos, Gala fue a recoger su bolso y las llaves del coche. Nos despedimos del resto del equipo entre risas y abrazos, todas con esa calidez típica de las noches de equipo. Sin embargo, cuando vi que Gala iba a conducir, algo en mí se activó.

—Oye —le dije mientras tomaba las llaves de su mano— déjame conducir esta vez.

Ella me miró con una mezcla de sorpresa y diversión. Gala solía ser la que llevaba el control, especialmente al volante, pero esta vez yo no iba a ceder.

—Jana, estoy bien —respondió, aún con una pequeña sonrisa en los labios.

—Lo sé, pero... —dije, acercándome un poco más a ella, susurrando cerca de su oído—. Hoy me toca a mí llevar el control.

Su sonrisa se ensanchó, esa sonrisa que tantas veces había visto durante la noche y que sabía que significaba que le encantaba cada provocación.

—Vale, vale —dijo, levantando las manos en señal de rendición—. Pero que conste que no suelo ceder el volante tan fácilmente.

—Lo sé —respondí, divertida—pero esta vez déjame a mí.

Nos dirigimos al coche y, por primera vez, me senté en el asiento del conductor mientras Gala se acomodaba en el del copiloto. Sentía el peso de las llaves en mi mano y, aunque parecía una tontería, me hacía sentir algo especial. Durante todo este tiempo había sido ella quien llevaba el control, tanto literal como figurativamente, y ahora yo tenía ese pequeño espacio donde podía cuidar de ella.

Arranqué el coche y comencé a conducir. Gala me miraba de reojo, como si disfrutara viéndome en esta nueva posición, sin perderse ni un solo detalle. Por primera vez desde que estábamos juntas, era yo quien controlaba el ritmo del viaje. Me gustaba, lo admito, pero también noté lo extraño que se sentía no tener su mano sobre mi pierna como de costumbre.

Gala, sin embargo, se mantuvo tranquila. Tal vez porque había bebido un poco, o porque sabía que hoy era yo quien debía tener el control. En cualquier caso, el silencio entre nosotras no era incómodo. Era un silencio lleno de complicidad, de esa tensión suave que habíamos mantenido durante toda la noche.

A medida que avanzábamos por las calles vacías, la atmósfera dentro del coche se sentía diferente. Sabía que Gala estaba acostumbrada a ser quien guiaba, quien dirigía, pero ahora me tocaba a mí y, curiosamente, me sentía increíblemente cómoda. Cada tanto, lanzaba una mirada de reojo hacia ella, y cada vez que nuestros ojos se encontraban, una sonrisa tímida se asomaba en sus labios. No importaba quién estuviera al volante; lo que importaba era que estábamos juntas.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora