Cuando el árbitro pitó el final del partido, sentí un alivio instantáneo, pero no era por el resultado ni por el esfuerzo físico. Mi mente había estado en otro lugar durante los últimos minutos, en una imagen que no podía borrar de mi cabeza: el impacto de Gala contra el palo, el sonido seco del golpe y, sobre todo, el grito ahogado de dolor que había salido de su boca. Una y otra vez, esa escena volvía a reproducirse en mi mente. Sabía que era inútil intentar apartarla, pero eso no hacía que la angustia disminuyera.
Entré al vestuario con el resto de las chicas, pero el ambiente era completamente distinto al habitual. Nadie hablaba de jugadas o de errores. Nadie comentaba la táctica o se lamentaba por las oportunidades perdidas. Todas estábamos en silencio, con el pensamiento fijo en lo mismo. Gala. Solo Gala.
Me senté en mi banco, mirando al suelo, intentando controlar mi respiración. Mi cuerpo estaba cansado por el partido, pero mi mente estaba aún más agotada. Quería saber cómo estaba Gala, quería estar con ella, pero ahora todo era incertidumbre. Miré a mi alrededor y vi la misma preocupación reflejada en los rostros de mis compañeras. Algunas se movían inquietas, otras estaban sentadas en silencio, pero el ambiente estaba cargado de tensión.
El silencio en el vestuario era casi insoportable. Me froté las manos, tratando de sacudirme esa sensación de impotencia. Cuando cerraba los ojos, todo lo que veía era a Gala, tirada en el césped, llevándose las manos al abdomen. No podía dejar de pensar en lo mal que se había visto, en su cara contorsionada por el dolor, y me invadía el miedo a lo que pudiera estarle pasando.
Justo entonces, el entrenador entró en el vestuario. Todos levantamos la vista hacia él, esperando alguna noticia. Aitana fue la primera en hablar. Ni siquiera esperó a que él dijera algo.
—¿Cómo está Gala? —preguntó con voz firme, aunque podía notar la angustia en su tono. Aitana, siempre fuerte, estaba tan preocupada como el resto de nosotras, si no más.
El entrenador suspiró y nos miró a todas antes de responder. El ambiente en el vestuario se tensó aún más.
—Han tenido que trasladarla al hospital —dijo, con la voz grave y serena.
Un silencio pesado cayó sobre nosotras. Sentí como si una ola de frío recorriera mi cuerpo. Hospital. La palabra resonaba en mi cabeza, y no podía evitar imaginar lo peor. Mi corazón se aceleró, y miré a Aitana, esperando que dijera algo, que reaccionara de alguna manera, pero incluso ella parecía en shock.
La noticia se expandió por el vestuario como una ráfaga de viento helado. Vi a algunas chicas llevarse las manos a la cabeza, otras miraron al suelo en silencio. Hansen, que siempre era tan calmada, se mordía el labio con fuerza. Yo me quedé completamente quieta, sintiendo cómo el mundo a mi alrededor se movía en cámara lenta.
Mi mente estaba llena de preguntas, pero ninguna salía de mi boca. ¿Qué le estaba pasando a Gala en ese momento? ¿Cuánto iba a durar todo esto? El miedo me apretaba el pecho, y no podía evitar sentirme impotente. Quería estar con ella, apoyarla de alguna manera, pero estaba atrapada aquí, sin saber nada más.
Las conversaciones a mi alrededor comenzaron a surgir en murmullos, pero todo lo que podía pensar era en esa palabra: hospital. Hospital. Y no podía dejar de pensar en lo que eso significaba para Gala, para nosotras.
Cuando vi a Aitana levantarse apresurada, recogiendo sus cosas sin siquiera molestarse en cambiarse del todo, supe lo que tenía en mente. Iba a salir corriendo hacia el hospital. No podía culparla. Si yo estuviera en su lugar, haría lo mismo. Su hermana pequeña estaba herida, en algún lugar, esperando a saber qué pasaba con su cuerpo después de ese golpe tan fuerte.
Yo no iba a quedarme quieta. Me puse en pie rápidamente, aunque aún llevaba las botas puestas. Me acerqué a ella mientras se abrochaba la sudadera de forma torpe, sus manos temblaban, la máscara de calma que siempre llevaba puesta estaba empezando a romperse.
—Voy contigo —le dije, sin dudar.
Aitana levantó la vista, asintió una sola vez, pero no dijo nada más. Había una tensión palpable entre nosotras, una preocupación que compartíamos y que hacía que las palabras fueran innecesarias. Ambas estábamos en la misma sintonía, con el mismo nudo en el estómago que no nos dejaba respirar con normalidad. Aitana, normalmente tan firme y controlada, parecía perdida. Sus manos no dejaban de moverse mientras terminaba de recoger sus cosas, pero su mente estaba claramente en otro lugar.
Nos apresuramos en salir del vestuario sin decir ni una palabra más. El aire frío de la noche nos golpeó la cara en cuanto atravesamos las puertas del estadio, pero ninguna de las dos lo notamos. Las luces del aparcamiento parpadeaban débilmente, y el sonido de nuestros pasos resonaba en el silencio de la noche. Mi corazón latía con fuerza, no solo por la prisa de nuestros pasos, sino por la preocupación que me consumía desde el momento en que vi a Gala tirada en el suelo, sujetándose el abdomen con una expresión de dolor que no podía sacarme de la cabeza.
No sabía cómo estaba. Ninguna de las dos lo sabía. Y eso hacía que cada segundo pareciera eterno. La incertidumbre era lo peor. Lo único que sabíamos era que había sido llevada al hospital. Eso solo ya era alarmante. Si la habían trasladado de inmediato, debía ser algo más que un simple golpe. ¿Qué le estaba pasando? Mi mente no dejaba de dar vueltas a esa pregunta.
Aitana caminaba rápido, casi corriendo hacia su coche, con una urgencia desesperada en cada paso. Yo la seguí de cerca, intentando no perderle el ritmo. Podía ver la tensión en sus hombros, la forma en que su mandíbula estaba apretada. Estaba intentando mantenerse fuerte, pero conocía esa mirada. Aitana estaba tan asustada como yo. Pero no lo mostraba.
Cuando llegamos a su coche, ella abrió la puerta del conductor sin decir una palabra. Yo subí al asiento del copiloto, y durante unos segundos, permanecimos en silencio mientras ella encendía el motor y ponía el coche en marcha. El sonido del motor llenó el silencio entre nosotras, pero la preocupación no disminuyó.
El trayecto hacia el hospital fue rápido, pero se sintió eterno. Ninguna de las dos hablaba, cada una perdida en sus pensamientos. Aitana mantenía los ojos fijos en la carretera, sus manos apretando el volante con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Sabía que estaba intentando no perder la calma, pero su preocupación era evidente. Y yo... yo estaba igual. Cada vez que cerraba los ojos, veía a Gala caer al suelo, el golpe resonando en mi mente una y otra vez.
Quería preguntar mil cosas, saber si Aitana tenía más información que yo, pero no me atreví a romper el silencio. La verdad es que no había nada que pudiéramos hacer en ese momento, excepto llegar lo más rápido posible. Y eso era lo que Aitana estaba haciendo, llevando el coche al límite mientras la ansiedad aumentaba con cada kilómetro recorrido.
Finalmente, llegamos al hospital, y tan pronto como aparcamos, Aitana salió del coche de un salto, casi sin cerrar la puerta tras ella. Yo la seguí, mis piernas sintiéndose pesadas mientras corríamos hacia la entrada. El brillo de las luces del hospital era casi cegador, pero lo único que importaba era encontrar a Gala, saber cómo estaba.
No teníamos respuestas aún, solo preguntas que nos quemaban por dentro.
____Que empiece el espectáculo😈
QUE ME HE HECHO UNA FOTO CON AITANA😝😝😝😝😝
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𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳
RandomGala es una chica que desde pequeña tiene el sueño de convertirse en una gran futbolista, está en el camino de conseguirlo junto a su hermana cuando sufre una grave lesión, esa lesión hace que los caminos de ambas hermanas se separen de una manera c...