XVIII

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El partido contra Dinamarca había sido intenso, pero con un ambiente más relajado que el último. No era un partido definitivo, pero sí un amistoso que permitiría a todas demostrar lo que tenían. Yo no jugué el partido completo, pero aun así estaba satisfecha con mi desempeño. Cada vez que pisaba el campo, lo hacía con el orgullo y la convicción de que había dado lo mejor de mí. El sudor corría por mi frente mientras me sentaba en el banquillo después de que el entrenador decidió hacer algunos cambios. Miré el campo, observando cómo mis compañeras seguían luchando por cada balón, y me sentí orgullosa de lo que había logrado en ese tiempo.

Cuando el pitido final sonó, el marcador no importaba tanto. Había cumplido con mi parte, y eso me llenaba de una extraña calma. No sabíamos aún si todas estaríamos en la lista definitiva para el Mundial, pero la incertidumbre no pesaba tanto en ese momento. Estaba contenta, satisfecha con mi esfuerzo.

Al día siguiente, el ambiente en la concentración cambió completamente. Lo que antes había sido rutina y entrenamientos diarios, ahora se convertía en una especie de despedida temporal. Muchas de nosotras estábamos recogiendo nuestras cosas, preparándonos para volver a casa, aunque con diferentes expectativas para lo que vendría después. Algunas sabían que tendrían que esperar una semana para volver a la concentración y comenzar la preparación oficial para el Mundial, mientras que otras, las que no serían seleccionadas, tendrían unas merecidas vacaciones hasta que volviesen a sus clubes.

Me levanté temprano, pero la emoción del día anterior aún me recorría el cuerpo. Mientras doblaba mi ropa y guardaba las últimas cosas en la maleta, podía oír a las chicas hablando en el pasillo. Había una mezcla de emociones flotando en el aire: el entusiasmo por lo que venía y la tensión por las decisiones que se tomarían en los próximos días.

Salí de mi habitación y vi a algunas de mis compañeras riendo, otras simplemente charlando sobre sus planes para las vacaciones o especulando sobre la lista final para el Mundial. Me acerqué a Jana, quien estaba apoyada en la pared con los brazos cruzados, observando el movimiento en el pasillo. Le di un pequeño codazo y ella me sonrió.

—¿Preparada para volver a casa? —me preguntó.

—Lo estoy —respondí, aunque parte de mí seguía nerviosa por lo que el futuro traería.

—Has jugado bien, Gala. No te preocupes tanto —añadió Jana, como si supiera exactamente en qué estaba pensando.

Asentí, aunque las palabras de aliento siempre eran bienvenidas, los nervios seguían ahí. Nadie podía asegurar nada hasta que la lista definitiva saliera. Aitana pasó por el pasillo en ese momento, y me lanzó una pequeña sonrisa. No habíamos hablado mucho desde la noche de la invasión a nuestra habitación, pero saber que estaba ahí, apoyándome, aunque fuese a su manera, me daba algo de consuelo.

—¿Estás nerviosa? —me preguntó de repente, y me sorprendió que ella fuera quien rompiera el silencio.

—Un poco —admití, sin saber muy bien cómo continuar la conversación. Pero Aitana asintió con comprensión, como si entendiera exactamente lo que sentía.

—No te preocupes. Has hecho lo que tenías que hacer, y lo has hecho bien —dijo con una sonrisa.

La despedida fue rápida, sin mucho drama. Cada una de nosotras tenía un destino diferente, y sabíamos que algunas volverían a verse en solo una semana para la preparación del Mundial. Mientras caminaba hacia el autobús que nos llevaría al aeropuerto, pensé en lo rápido que había pasado todo. Desde las primeras semanas en la concentración hasta ese momento, cada día había estado cargado de emociones intensas, de presión por demostrar que pertenecíamos allí.

El viaje de vuelta a casa sería una oportunidad para despejarme, para relajarme un poco antes de enfrentarme a lo que vendría después. Sabía que, pasara lo que pasara, había dado lo mejor de mí en el campo. Y aunque el futuro no estuviera garantizado, me sentía en paz con lo que había hecho.

Miré por la ventana del autobús mientras nos alejábamos del complejo deportivo. Las chicas estaban hablando, riendo y despidiéndose, pero yo me quedé en silencio, disfrutando de ese breve momento de tranquilidad.

El aeropuerto estaba lleno de un murmullo constante, como una sinfonía de despedidas y nuevos comienzos. Cada una de nosotras tenía un destino diferente, y aunque la idea de volver a la rutina me aliviaba, no podía evitar sentir una ligera tristeza al despedirme de las chicas con las que había compartido tanto en las últimas semanas. Habíamos entrenado juntas, nos habíamos apoyado en los momentos difíciles y habíamos compartido alegrías y miedos.

El tiempo en la concentración había pasado rápido, y ahora, mientras estábamos todas en la sala de embarque, era el momento de decir adiós.

Jana fue la primera en acercarse a mí. Habíamos desarrollado una conexión inesperada, una amistad que creció entre risas, charlas nocturnas y momentos compartidos en la habitación. Sabía que nos llevaríamos bien desde el principio, pero no había anticipado cuánto llegaría a significar para mí.

—Voy a echarte de menos, Gala —dijo Jana, su voz cargada de sinceridad mientras me envolvía en un abrazo fuerte, uno de esos que hacen que te des cuenta de lo mucho que alguien te importa.

Le devolví el abrazo con la misma fuerza, intentando no pensar en cuánto me iba a costar volver a Alemania sin su compañía. En esos días juntas, Jana se había convertido en mi confidente, en esa amiga con la que podía contar para todo.

—Yo también te voy a echar de menos, Jana —admití, sin soltarla. No quería que ese momento acabara, pero ambas sabíamos que las despedidas eran inevitables.

Nos separamos finalmente, pero no pude evitar sentir un nudo en el estómago cuando la vi sonreír, intentando animarme.

—Nos veremos pronto —me dijo, guiñándome un ojo. Su optimismo siempre lograba calmarme.

Después de despedirme de algunas compañeras más, con abrazos y sonrisas, me acerqué lentamente a Aitana. La relación con mi hermana había sido compleja, tensa incluso, desde hacía años, pero durante estas semanas, algo había cambiado, aunque fuese sutil. Sentía que estábamos intentando encontrar una nueva forma de relacionarnos, una en la que el pasado no pesara tanto.

Aitana me miraba con una expresión que no supe descifrar del todo. Sus ojos brillaban con un leve destello de emoción, pero también con algo de incertidumbre, algo que me hacía pensar que tal vez se sentía igual que yo: confundida pero, de alguna manera, esperanzada.

—Bueno, nos veremos en unas semanas, ¿no? —dijo ella, su voz sonando algo más baja de lo habitual. Aunque nuestras palabras eran normales, la despedida tenía un aire distinto, más cargado.

—Espero —le respondí, intentando parecer tranquila, pero sintiendo que mi corazón latía con fuerza.

Nos acercamos lentamente, y sin decir más, nos envolvimos en un abrazo. Era tímido, pero más significativo que cualquier otra cosa que pudiéramos haber hecho. Durante esos segundos en los que nuestras manos se cruzaban y nuestras respiraciones se sincronizaban, sentí algo que no había sentido en mucho tiempo: la conexión con mi hermana. Aitana no era solo una compañera de equipo o una figura del pasado con la que tenía cuentas pendientes. En ese momento, era mi hermana, y la necesidad de recuperar lo que habíamos perdido estaba ahí, palpable entre nosotras.

—Cuídate —dijo ella, con la voz suave, mientras nos soltábamos.

—Tú también —le respondí, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza.

Nos sonreímos, pero ninguna de las dos quiso alargar el momento más de lo necesario. Ambas sabíamos que había cosas que aún quedaban por decir, pero también entendíamos que todo tenía su tiempo, y este no era el momento de resolverlo todo.

Con una última mirada a mis compañeras, comencé a caminar hacia mi puerta de embarque. Cada una de nosotras partía hacia destinos diferentes, con sus propias historias, sus propios caminos por recorrer. El mío me llevaba de vuelta a Alemania, a mi club, a mi vida lejos de la selección por un breve tiempo. Y aunque sentía la emoción de lo que estaba por venir, también había un hueco en mi pecho, una especie de vacío que no había estado antes.

El abrazo con Jana, tan lleno de calidez, y el momento con Aitana, tan cargado de emociones no dichas, me hicieron sentir como si una parte de mí se quedara aquí, en este aeropuerto, junto a ellas. Pero sabía que el viaje debía continuar.
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¿Se volverán a ver en unas semanas?🫢

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora