Capítulo 54

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—Bajo El Tobogán—

Sirius suspiró resignado. Sabía que Hesper no hablaría, por lo menos no a él. Lo único que ocurría era que le preocupaba el tipo que entró tras ella en la casa esa noche. Estaba cien por ciento seguro de que no lo conocía, y él a ella tampoco.

—Escucha —dijo dejando de lado por un momento su chulería y poniéndose serio—, hacemos un trato, yo te cuento y tu me cuentas. Algo a cambio del otro.

Hesper lo miró en ascuas. Sirius pudo ver el remolino de pensamientos que se formaban en sus ojos, vio algo más que duda, parecía estar leyéndole las emociones. Al final, vio el rostro de la chica relajarse, y en vez de ver la impasibilidad o algún sentimiento parecido que le hiciera parecer una máquina, vio su rostro agobiado.

—No puedo contártelo, ya lo saben demasiadas personas para mi gusto. —Le dijo esta pasándose la mano por la cara para echar todo el pelo hacia atrás, claramente frustrada por el tema.

—Te prometo que puedes confiar en mi. —Le aseguró este sin apartar la mirada de ella.

Su cabello era más negro que el mismo color, le caía suavemente sobre la pálida piel que hacía resaltar más ese negro, que Sirius veía en él incluso destellos de azul oscuro como el fondo de una marina, con los reflejos de la luz de la noche bañándolo. Sus ojos eran de un azul que jamás había visto, eran hermosos, más que el zafiro que había en el reloj de los puntos de la casa de Ravenclaw. Brillaban de una forma increíble, a él le daba la impresión de que el mismísimo océano estaba encerrado en ellos.

Sus ojos fueron bajando lentamente por las pálidas mejillas ligeramente sonrosadas por naturaleza. Le impresionaba una sola cosa, y era que la chica no contaba con ni una sola peca o lunar, estaba igual de despejada que la nieve en el centro de la Antártida. Sus grises ojos siguieron bajando hacia su pequeña y respingona nariz que en ese momento estaba fruncida de una forma adorable. Más abajo, continuó bajando, hasta llegar a sus finos labios igual de rojos que la sangre que corría por sus venas. Unos que incomprensiblemente le tentaban más que los demás, y él sabía por qué. Lo prohibido siempre atraía. Y a él precisamente le atraía todo lo que no debía hacer, le gustaba rebelarse, y ante sus ojos, Hesper era algo imposible que lograba conseguir lo inalcanzable si se lo proponía.

La vez que la tuvo a menos de diez centímetros, respirando su mismo aire con olor a cereza, quiso abalanzarse cual león. No supo que pasó, pero se olvidó por segundos del echo de que la chica lo había humillado, y solo pensaba en cazar esos labios entre los suyos, se había olvidado de quien era la persona a la que quería besar, y se había olvidado de donde estaba. Luego, como si esa humillación fuera poca, Rosier tuvo que presenciarla. Rosier, Rosier, Rosier. No había odiado más a ese chico en toda su vida, y eso que lo conocía desde que eran niños pequeños. Siempre le había parecido un estirado y un chulo, y le traía sin cuidado, hasta esa noche en segundo, cuando lo vio con Hesper.

Cuando conoció mejor a la chica se preguntó por qué el Sombrero Seleccionador no la había echado en Slytherin o en Ravenclaw. Era lista, y demasiado astuta. Su inteligencia era su fuerte, y sabía ganar batallas siendo ella del tamaño de un grillo.

Sirius había vivido, y vivía tanto entre serpientes que ya sabría reconocer las peores de vista, y esos sin duda no era de los se daban a conocer por todos, como Mulciber o Avery, que aunque también era macabros, no eran peor que los otros, y esos era los del tipo de Rosier o Lestrange. Los que usaban la letal arma de la inteligencia, los más callados. Pero por lo que había visto hasta el momento, la peor de todos, la que realmente veía igual de peligrosa que un cuchillo al vuelo, era Hesper.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora