Capítulo 111|Maratón 2/3|

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La primera en emitir un sonido después de leer aquella nota fue, obviamente, la profesora McGonagall.

—¿Qué diablos...? —murmuró, en voz baja, antes de ajustarse las gafas, perturbada, y releer las palabras—. Albus, ¿de qué demonios está hablando?

Pero Albus Dumbledore, el gran mago de todos los tiempos, superado únicamente por Merlín y por los Fundadores de Hogwarts, se había quedado lívido, sin palabras. Dejó la nota sobre el escritorio con la lentitud de alguien que todavía no sale de su letargo, y trató de poner en orden sus pensamientos; por primera vez en días, sus miedos estaban despertando y los engranajes de su mente estaban en inmediato funcionamiento.

—No lo sé, Minerva —replicó, con la voz de siempre, aunque un matiz en ella había cambiado—. Quiero Hesper Kennedy aquí antes del amanecer.

—Albus —dijo Minerva, con un deje de advertencia en la voz. No le hacía especial ilusión abrir nuevamente uno de los capítulos que ya había dado por cerrados—. Lo va a percibir.

—Ya lo está percibiendo, profesora. Y preferiría hablar con ella y asegurarme de ello por mi cuenta.

—¿Y qué hay del emisor? ¿Quién podría haberle mandado algo así a estas horas?

Para eso si que no tenía respuesta. Dumbledore, por debajo de la inquietud que sentía en esos momentos, se encontraba algo embriagado de la curiosidad. Era una muy buena pregunta la de la profesora McGonagall: ¿Quién había estado lo suficientemente cerca de esa chica como para saber algo como aquello?

—Me desagrada tener que decirlo, pero tampoco tengo una respuesta a ello.

—Quizá debamos...

—Antes de movernos en cualquier dirección, quiero a Hesper Kennedy en mi despacho, Minerva —le cortó el director, de forma educada e incluso amable, cosa que en aquel caso de interrupciones solía ser todo lo contrario.

La profesora McGonagall frunció los labios, en tajante desacuerdo, pero se dio la vuelta, entre el ondear de su túnica y la capa que llevaba encima y salió del despacho con un paso ligero que delataba su descontento.

(...)

Cuando Hesper abrió los ojos, medio atontada, y dio con la cara de la Jefa de Gryffindor, supo que algo iba mal. Totalmente descolocada, salió de la cama en el silencio con el que la mujer le ordenó y se vistió con una sudadera ancha tan deprisa como pudo, siguiendo a su profesora, asustada.

No había causado ningún problema. Es más, llevaba unos meses de pacifista total, hasta se había encontrado pensado en alguna forma de recuperar el compañerismo entre los alumnos de Gryffindor y Slytherin, desechando la idea al instante por lo absurda que era.

Sin embargo, no fue hasta que estuvo delante de la gárgola que conducía al despacho del director que el miedo la entró de verdad. Pocos eran los secretos que guardaba Hesper ahora, y el mayor de ellos, era su abuelo. Tampoco había hecho nada ilegal, malo o sospechoso en las últimas semanas que pudiera generar una visita inesperada a las tres de la madrugada en la cual su profesora de Transformaciones aparecerá, gris como un cadáver, llevándola al despacho del decano.

Allí pasaba algo, y Hesper deseó que no tuviera nada que ver con su abuelo, porque pese a que se sentía marchita y débil por dentro, no le importaría recuperar esa macabra versión suya en la cual mentir se le daba tan bien como respirar aire limpio y fresco.

—Siento haberle hecho llamar a estas horas, Hesper —dijo el barbudo director una vez Hesper Kennedy estuvo sentada delante, con las manos entrelazadas sobre el regazo y sin entender un cuerno de lo que allí estaba sucediendo—, pero es una emergencia.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora