—El Sol Nunca Desparece Por El Oeste—
Se podría decir que Greta Brown era una mujer de armas tomar, porque se la juró tanto a Gus como con Hesper, a quienes veía más de la mitad del día escolar. No había mañana en la que no entrase dando un portazo sonoro mirando con una advertencia evidente a Hesper.
Si Hesper y Gus habían pensado que los castigos acaban con Denaux, se equivocaron. La profesora Brown tenía su propio concepto de la palabra castigo. Hesper había recibido tantos tirones de pelo, golpes con la regla milimetrada en las manos y bofetones por parte de esa mujer y otros profesores que ya había perdido la cuenta. Tanto de eso como de las veces que había estado copiando por las tardes, o limpiando el patio con una sola y miserable bolsa de basura que de poco le servía.
Y eso, era público, y siendo público, todo el alumnado lo conocía, lo que llevaba a una sola conclusión: la gente ensuciaba más queriendo y encima se reía o se burlaba por cada golpe que le daban a un compañero. Hesper no se había dignado en ninguno de esos tortuosos días a despegar la fina línea en la que se habían convertido sus labios, y Gus mucho menos.
No obstante, ni ella ni el chico se quejaban. Ninguno de los dos había abierto la boca ni en casa ni en la escuela cuando la profesora Brown les gritaba o les pegaba. Desde la noche en la que Hesper le contó su plan a Gus un mes atrás, habían estado los dos muy taciturnos.
En los recreos, al no poder estar juntos por la división de géneros en la escuela, sobornaron a los delegados de cada curso —que eran los únicos que tenían permiso para ir y venir de un edificio a otro sin represalias—, para que le entregaran sus cartas al otro. Una vez, en la segunda semana, Mandy Carson le entregó a Hesper un sobre que ya estaba abierto y mal cerrado, por lo que entendió que claramente, la delegada había leído la carta de Gus hacia ella.
La curiosidad era un pecado del que ningún ser humano se libra.
Aún así, no le preocupó en absoluto. Si acaso, se habrá pensado que tanto Gus como ella eran trastornados mentales por los contendidos de las cartas: «Señoritas Tinker Bell», «Marcelos», «Cacahuetes», «Hogwarts», «Flacky», «Magia», «Varitas», «Baúl» y «Libros» eran los términos que más se repetían, por lo que a ninguno le inquietaba que leyeran sus cartas. A fin cuentas, no eran más que muggles quienes lo hacían y el más listo de ellos podría llegar hasta a descubrir que Cacahuete era una mascota, más allá de eso nada.
Esa tarde, Hesper y Gus siguieron la rutina y las pautas diarias al salir del colegio. Hesper bajó a toda leche las escaleras con la mochila sobre la espalda botando, una mano sobre el sobrero azul de la escuela y la otra sujetando la chaqueta de punto del uniforme por una manga, dejando que el resto volase con el aire.
Saltó los tres últimos escalones al mismo tiempo que Jota Jota y sus amigas doblaban por el pasillo encima y bajaban las escaleras rápidamente tras ella. Esa se había vuelto su vida, esa vida le había elegido su madre. Aunque Hesper estaba segura de que sus padres se pensaban que ella recibía el mismo trato que Jody en el colegio, comprendía tristemente que no era así en absoluto. Allí las chicas la odiaban, y los profesores también.
Excepto el profesor de artes, Leonard Billys. Era el único ser vivo a parte de Gus y Mandy Carson que la trataba con normalidad, como una alumna más y no como un engendro sacado de un reformatorio en el que habían hecho experimentos.
Por mucho que costase creer, la pandilla de Jota Jota y los monstruos que iban con ellas la habían conseguido arrinconar varias veces, y en esas varias veces acabó con la marca de cinco dedos grabada en la mejilla, la coleta bien recogida hecha un desastre y sin la mitad del material en la cartera.
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Oblivion |Época De Los Merodeadores|
Fanfiction[En edición; solo la escritura y texto, no la trama] ❝Hay veces que no se sabe apreciar un momento hasta que pasa a ser un recuerdo; ni el recuerdo, hasta que se evapora en el olvido. Hesper Kennedy pierde todo lazo con la realidad, convirtiéndose e...