Capítulo 93

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—Un Beso Inesperado—

Después de haber acompañado a Quirinus hasta La Sección Prohibida, para dejarlo ahí embelesado por la cantidad de libros de magia negra y seres censurados, Hesper se fue corriendo descalza a por la sudadera de su primo en la Sala de Los Menesteres (donde dejó los zapatos) para ponérsela deprisa y saltar por el primer saliente alto del castillo.

Se convirtió en águila nada más cruzar la pared de muro que separaba el interior del exterior y levantó el vuelo hacia La Casa de Los Gritos sin perder ni un solo segundo. La velocidad de vuelo y el encuentro con su abuelo en la planta baja la animaron de sobremanera.

En ese instante, Hesper estaba sentada con la espalda recostada contra una alta piedra en medio de una extensión de césped límpido curvo hacia arriba, como si hubiera un balón bajo la alfombra de tierra. Su abuelo estaba sentado de piernas cruzadas justo al lado mirando hacia delante perdido en sus pensamientos, mientras que a los lados los rodeaba una fortaleza de menhires levantados hacia el cielo imponentes.

Seguían en Escocia, pero su abuelo quería hablar en un lugar mucho más privado y limpio que La Casa de Los Gritos, y por ello estaban al aire libre sentados en medio de las Piedras de Callanish, con un manto estrellado sobre sus cabezas resplandeciente. Hesper metió las manos dentro del bolsillo medio de la sudadera de los Yankees e imitó a su abuelo, mirando hacia el frente.

Julius al verla imitarlo rió llamando su atención. Estiró una mano y le colocó un mechón hacia atrás que caía sobre la cara cubriéndosela.

—Bonito vestido —le sonrió Julius.

—Me lo ha escogido Didy. —Hesper sonrió ampliamente al recordar a su hermana—. Seguro que sí ahora me ve con la sudadera de Rick sobre él me echaría unos gritos tremendos.

Julius rió otra vez con la voz ronca, abrazando a Hesper por los hombros y atrayéndola hacia él. Hesper se acercó gustosa, esa noche le había prometido hablar con ella de algo muy importante, algo que realmente merecía la pena. Para ella cualquier cosa que él le dijera merecía la pena.

Hesper recostó la cabeza en la clavícula de su abuelo y se quedó así, mirando hacia el menhir que había más allá. Julius cerró a su alrededor ambos brazos, queriendo que lo él dijera quedara solo entre ellos.

—Hesper —dijo Julius, como si pronunciara el nombre por primera vez.

El aire sopló rodeándolos, lanzando su brisa a dar vueltas alrededor. Hesper sintió el frescor en los dedos de los pies desnudos.

—Ese es mi nombre —respondió Hesper.

—Nunca me has dicho por qué te pusieron ese nombre.

—Es que no lo sé —dijo Hesper en un susurro.

—Yo sí —afirmó Julius—, ¿sabes quién lo eligió para ti?

—La abuela —contestó Hesper. Eso sí se lo habían contado.

Julius sonrió apoyando la cabeza en la piedra y mirando la libertad luminosa que se abría paso encima de ellos.

—¿Sabes, pequeño saltamontes? Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando nació Stephen, tu padre, me paré a pensar. ¿Quieres saber en qué pensé?

—Sí —dijo Hesper al momento.

—Pensé en que posiblemente, si llegábamos a tener un hijo más, sería niña. —Contó Julius cerrando los ojos y aferrándose más a Hesper. Hablaba en susurros, dándole a entender que lo que le contaba, nadie mas que su abuela y él lo sabían—. Me senté una tarde junto a Imogen en el jardín, así como estamos ahora, y le hablé de mi pensamiento. Después de aquello, estuve días y días repitiéndole una sola cosa que no me he sacado de la cabeza hasta hoy día.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora