Capítulo 107

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—Secretos, Secretos, Y Nada Más Que Secretos—

Siete segundos exactos duraron los labios de Sirius sobre los de Hesper, quién, para sorpresa del chico, no le devolvió en beso. No porque le hubiera pillado desprevenida, sino simplemente porque su cuerpo no respondió al gesto. De alguna forma, el no esperarse que fuera precisamente él el que fuera a hacerlo, había conducido sus pensamientos por otro rumbo. Y también sus gestos.

Al separase Sirius, decepcionado con el resultado de su atrevimiento, habiéndose hecho una idea diferente de lo que sucedería, Hesper actuó de la misma manera que la caracterizaba. Se echó hacia atrás —absolutamente relajada, siendo que en realidad su cabeza estaba en blanco—, deslizándose sobre el trasero, cogió Nuestra Dama de París y se puso en pie. Se alejó hacia las escaleras metálicas con su habitual andar, acompañada por la presencia en letras de Victor Hugo y las descendió lentamente.

Cuando estuvo ya al pie de éstas, en medio del pasillo, algo en su mente hizo “click” y sus labios evocaron nuevamente la sensación de tener los de Sirius encima, intentando juntar dos piezas de un puzle que no eran simétricas. Había sido gratificante, maravilloso e increíble, y ella, con su carácter de mierda, había dejado al chico plantado de cualquier forma allí arriba. Se llevó la mano entera a la boca, tapándosela, mientras su cabeza en blanco iba manchándose de los recuerdos de lo sucedido hacía tres minutos.

Sirius, no cualquier Sirius, sino que Sirius Black, el que antaño le dijo que a él no le iban las bajitas, había dejado una minúscula parte de sí mismo ahí, pegada a sus labios. Sirius Black había besado a Hesper Kennedy, y Hesper Kennedy había huido. No, error. Todavía no había huido, estaba en proceso de huir. Y huiría.

Porque, a pesar de que le había gustado que la besara, que se atreviera a dar un paso en el vacío, ella se asustó. La primera vez que Evan la besó no le pasó eso; estuvo nerviosa, pero no como en ese momento en el que sentía que había ido desnuda todo el día y recién se percataba. No era vergüenza tampoco, era algo inexplicable que solo sentía ella, porque solo su cabeza exótica inventaría algo con tal deformidad.

La había besado un chico que le gustaba, y en vez de sentirse feliz, de disfrutarlo y darle ella un beso de vuelta, lo que había hecho fue largarse, ¿por qué?

Y otra vez, como tantas otras veces, la respuesta era sencilla: Sirius no le gustaba.

Debajo de aquella fachada de me gusta había algo escondido, que se asomaba de vez en cuando, pero que volvía a esconderse al instante y por ello había huido. Cuando Sirius la había besado, de forma nada especial, un beso casto y rápido, había notado como las polillas rompían como olas contra su vientre y como esa lava de pronto bullía a tropecientos mil grados inexistentes.

Y aún así, se largó.

Y el miedo pudo con ella. Se bajó la mano de la boca, con la cabeza ya por dentro colorida a tope y de repente, echó a correr como alma que lleva el diablo hacia su dormitorio, horrorizada.

La había besado Sirius, y no cualquier Sirius, la había besado Sirius Black.

(...)

Decir que estaba decaído era quedarse corto incluso antes de alcanzar el extremo. Había hecho lo que le había dicho Imogen y había tenido la certeza, diminuta, pero existente, de que Hesper le correspondía, pero ahora que se lo replanteaba, Hesper podría haber estado contándole cuentos a Lily también, y a Gustav y a Midas y a Willy Wonka.

Que a él lo metiera en esa lista no lo hacía la excepción a la regla. Y que su abuela dijera lo contrario, no tenía porque ser cierto. Hesper siempre había sido un interrogante y cualquier contestación a esa respuesta era válida, luego el problema recaía en cuál de esas contestaciones era la esencial.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora