Capítulo 108

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—El Intruso—

Esa vez fue el turno de Sirius de evitar a Hesper. Nunca lo había hecho porque no lo veía necesario, pero esa vez sí. No la quería cerca.

No sabía si lo había rechazado o no, pero intuyó que por la forma de largarse, cualquier persona se sentiría alejada de la otra.

Se recolocó los faldones de la camisa dentro del pantalón y salió del dormitorio. No había querido compartir esa humillación con sus amigos, porque le dolía. Y porque temía oír decir a alguien el tan visto “te lo dije”. Nadie se había dignado a decírselo anteriormente, puesto que falta no hacía.

Pero ella le había dado pruebas. Era su culpa. Sirius no se habría lanzado a besarla de no ser porque Hesper le había devuelto con mensajes fluidos como la brisa esa misma atracción. Le había hecho leer entre líneas, le había regalado gestos de vuelta.

Y lo había engañado. Como siempre.

Apretó los dientes, enfurecido. Toda su vida cerca de ella era un maldito círculo vicioso. Hiciera lo que hiciese, siempre terminaba ganando ella, y Sirius realmente no comprendía qué había de malo en no vencer por una vez, en compartir con alguien más esa victoria. Pero claro, dicho así, parecía de lo más sencillo; hablarlo con Hesper era entrar en un torbellino del que probablemente no saldría indemne.

Sirius se detuvo de inmediato, con la cabeza plagada de aquella clase de pensamientos y se acercó a zancadas a la ventana del castillo más cercana, sacó la cabeza y aspiró el aire limpio y fresco a bocanadas, buscando despejarse de la nube de dolor que le había envuelto el corazón y de los pensamientos nocivos que no iban a causarle ningún bien, ni a él, ni a la propia Hesper.

Además, si lo que quería era que él se alejase, Sirius se lo concedería. Lo negara o aceptara, la quería demasiado como para infligirle alguna clase de malestar, y si su presencia era el problema, entonces no volvería a merodear cerca de ella.

Le dejaría en paz. Sirius sabía, o quería creer que sabía, cuando insistir y cuando no. Y con Hesper prefería no intentarlo dos veces.

(...)

El desayuno había sido una misión de incógnito sin duda. Hesper sabía que decirse a sí misma que aquellos cosquilleos en la nuca cuando veía, pensaba u oía a Sirius no eran más que una atracción física, sería mentirse a sí misma, darse una bofetada y volver a mentirse. No era una atracción, le quería sinceramente, pero había algo que le echaba atrás.

Quizá fuese el hecho de que Sirius no tuviese una familia estable, o al menos algo que pudiera denominar familia. No lo entendía; Hesper siempre había valorado la familia por encima de todo, pero no creía seriamente que el motivo que le espantaba de decirse la verdad fuera el que Sirius se hubiera quedado huérfano teniendo un padre y una madre vivos.

Era, a secas, la mera vergüenza de tener que admitir que era Sirius quién le gustaba.

Aquello era totalmente infantil y banal, y proviniendo de ella, que nunca había tenido en cuenta la opinión de los demás, incluso blasfemo. Pero no lo podía evitar. Hesper, cuando recayó en ese ligero temor a lo que fuera a pensar la gente si los viese juntos, se detuvo a pensar. Se preguntó, por vez primera en su vida, por qué no había tenido esa clase de pensamientos antes. Eran ocurrencias totalmente naturales y que a cualquier le sucedían; la diferencia venía marcada por si la persona se dejaba amedrentar o no por aquella opinión externa.

Lo cierto era que ese no era el único pensamiento (sentimiento) que le había hecho pensar en esos últimos meses. Hesper estaba notando un cambio en su organismo, y no sabía cómo interpretarlo. De la noche a la mañana, se dio cuenta de que ver a alguien llorando por el pasillo ya no le era indiferente, o que cruzarse con Marlene en alguna clase le provocaba una vergüenza y una culpa que apenas podía soportar.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora