—En Pausa—
Por más calor que hiciera en ese condenado aula de Encantamientos que siempre odió, una fría gota de sudor le bajó trazando curvas sobre las piel que cubría las vértebras de su columna vertebral. Sentía una lengua helada, que descendía de forma lenta y tortuosa. Él sabía más que nadie, la capacidad que tenía Hesper en cuanto a magia se refería. Los había avisado, a todos ellos, ¿le hizo alguien caso? Pues claro que no. Ahora, veía a Mulciber gritar de pura agonía. Los veían todos.
Evan siempre había creído ciegamente en que la capacidad de manejo que tenía Hesper con la magia negra, no era algo natural. No iba a mentir: la primera vez que la vio, en ese aula de noche cinco años atrás, practicando el maleficio quebrantahuesos, en su mente se formaron las siguientes palabras igual de claras que sus propios ojos: «La descendiente de Kennedy».
¡Ja! Y quién no iba a conocer a Kennedy, al famoso mago muerto más horrible de todos los tiempos, y ese título, se le había concedido sin que llegara a realizar algo por lo que su nombre hubiera sido odiado abiertamente. Evan no sabía que lo impulsó esa noche a ayudarla, pero una fuerza invisible lo instó a hacerlo. Una fuerza sencilla y demasiado complicada para explicar, el amor. Al principio no estaba enamorado de Hesper ni mucho menos. La había visto desde primer curso por pasillos, clases que compartían y en el Gran Comedor. Le empezó a atraer muy lejanamente en segundo curso, antes de conocerla esa noche. Pero después de tan solo dos noches, supo que en esa chica rebelde había algo que él no buscaba, pero que necesitaba. Algo que no encontraría en nadie más.
Hesper había sido una llave maestra, pequeña y poderosa desde el primer día que sintió su tacto. Le había abierto las puertas a lugares que él no sabía ni que estaban cerrados para él. Hesper no lo había cambiado, pese a lo que dijeran sus compañeros de casa. Hesper tan solo lo había desempolvado, lo había abrillantado, y Barty y Rabastan lo sabían bien, pero no lo admitían. Todo en Evan permanecía igual que siempre, Hesper no había hecho el más mínimo intento de querer cambiarlo. Lo había querido tal y como era, aún sabiendo que el odiaba a los hijos de muggles y todos con quien ella se relacionaba. Continuó con él. Evan aborrecía hasta las entrañas a los sangre sucia, y le dijeran lo que le dijesen, no iba a cambiar de opinión. Esos eran sus ideales, ese era su bando. Para ellos eran el malo; para él, el debido.
Pero entonces, el primer día de escuela, supo que su error había sido más grave que nada que hubiera hecho en la vida. Lo habían advertido, y no una o dos veces solo. En el momento en que se enteró de que Mulciber y Avery se habían atrevido a ponerle sus sucias manos a Hesper, lanzándola desde doscientos metros de altura —el tamaño descomunal de dos campos extensos de fútbol—, hirvió en cólera y culpabilidad. Le habían hecho eso por su culpa. Estaba seguro de que lo habían visto abrazándola, y habían cumplido su palabra.
Esa misma noche intentó estrangular a Mulciber mientras iba a dormir. Sí, aún no se había enterado de que su ex novia seguía con vida. Lo intentó estrangular mientras estaba despierto, ya había caído lo suficientemente bajo como para atacar a alguien en su momento más vulnerable, pero así eran lo suyos. Así eran las serpientes, atacaban cuando su presa se encontraba más desprotegida. No supo de donde demonios apareció Barty, que lo alejó de Mulciber antes de que lo ahorcara con una sábana. Avery se les echó encima, pero acabó derribado de un conjuro por parte de Rabastan, antes de que entre los dos lo sacaran a él de ahí.
Luego, fue cuando se la cruzó por ahí, y sintió que su corazón caía hasta sus pies hecho trizas. No podía controlarse, estaba más enamorado de lo que un loco podría estarlo, y eso lo perjudicaba. Los perjudicaba a ambos. Él ya le había dejado claro a Hesper que simplemente quería que fueran amigos, aunque esas palabras no estuvieran dichas honestamente. No podía hacer nada ya a esas alturas, por no decir, que ya lo habían emparejado. Y muy orgulloso no estaba, ni siquiera había hablado con ella lo suficiente como saber algo más que su nombre y su apellido. La chica era la melliza de uno de los alumnos de cuarto curso de Slytherin más bestia que había conocido en su vida. Y su hermana, que con él era un ángel en todas sus palabras, era igual o peor. Evan no veía ningún atractivo en ello, en el hecho de que ya le hubieran organizado la vida sin dejarlo elegir. Porque de haber podido elegir, nunca hubiera llegado siquiera a pensar en Alecto Carrow, como su futura esposa.
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Oblivion |Época De Los Merodeadores|
Fanfiction[En edición; solo la escritura y texto, no la trama] ❝Hay veces que no se sabe apreciar un momento hasta que pasa a ser un recuerdo; ni el recuerdo, hasta que se evapora en el olvido. Hesper Kennedy pierde todo lazo con la realidad, convirtiéndose e...