Capítulo 97

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Un No Para Denaux—

La sonrisa que se trazó ampliamente en los labios casi invisibles de Albus fue todo un desconcierto para Hesper, quién ya se sentía mareada de tanto llorar, hablar, gimotear, y de nuevo llorar, hablar, gimotear y vuelta a empezar.

—Lo destruiremos juntos, Hesper, para siempre —prometió Dumbledore afable. Hesper asintió.

—¿Qué hay de mi castigo?

—Oh, eso —dijo el hombre adoptando un tono siniestro—. Bueno, quiero que conozcas muy lejos de la realidad a alguien.

Hesper frunció el entrecejo, y el dolor punzante de su cabeza le acarreó otra oleada de cuchilladas irregulares.

—¿Qué...? ¿... Cómo? —Susurró apretándose la frente con los ojos cerrados.

—Lo veremos el día de tu castigo, que será después de que te recuperes, por supuesto. Te lo explicaré mejor y te diré lo que quiero que aprendas.

Ella asintió ante las palabras del extraño castigo. A Hesper no se le ocurría como podía ser de castigo conocer a alguien, a menos que este alguien fuera una persona totalmente irritante.

—Tus padre está de camino —soltó de repente Dumbledore, devolviéndola al mundo de los vivos.

Hesper apretó más aún su frente, con las lágrimas agolpándose sobre las pestañas de una manera inútil de esconder. Sus padres ya lo sabían, igual que sabían lo que sucedió el día del ataque. Hesper abrió la boca para preguntar por qué habían tenido que avisar precisamente a sus padres, cuando la puerta de la enfermería se abrió de golpe dejando ver a McGonagall que trataba de calmar a su padre, sin obtener resultado alguno.

Albus se puso en pie y caminó hasta la entrada de la enfermería, mientras Hesper veía su alta silueta desdibujada entre sus dedos y la capa lagrimal que se había cernido sobre ellos, cubriéndolos. No vio bien qué fue lo que dijo Dumbledore, pero McGonagall terminó por apartarse de la puerta con una cara de desasosiego.

En cuestión de segundos, Hesper sentía los brazos de su padre estrechándola fuertemente contra él, en un desesperado intento de saber que ella estaba ahí, completa.

No lo retuvo, sino que sacó hacia fuera todo lo que se había ido amontonando a lo largo de los años dentro de su pequeña caja escondida en el fondo de su pecho. La cerradura de dicha caja enterrada había quebrado, dejando huir todos los fantasmales sentimientos que habían ido escondiéndose ahí por temor al rechazo o a cualquier cosa que beneficiaría a la otra tener fuera de su camino.

Stephen, más que enfadado, decepcionado o incluso extrañado, estaba muerto del miedo por lo que le habían contado. Dumbledore les había relatado absolutamente todo lo que había sucedido ese año, tanto a él como a Amanda, a la que tuvo que dejar en casa corroyendo cada pensamiento acerca de lo que podría haberle pasado a su hija menor, o sobre su estado.

Lo asustó de sobremanera saber que no solo su hermano o él recibían las amenazas por parte del trabajo, sino que también habían involucrado a su hija en un asunto que estaba demasiado lejos de ella. Aún no comprendía como había acabado su hermano mayor de repente frente a la puerta de su casa una mañana, un par de horas antes de que el Ministerio descubriera la destrucción de la Mansión Lestrange, pero, saber que ya el primer día habían intentado matar a su hija en una escuela, bajo la supuesta supervisión de un profesorado, lo había vuelto loco, pero no igual que Amanda, que pareció perder diez kilos de golpe con solo oír los acontecimientos.

Nada de le afectaría tanto como el hecho de que les sucediera algo a sus hijas.

—Shh, no llores, mi niña. Estoy aquí, estoy contigo. No me voy. Nadie va a hacerte daño; papá está contigo, Hesper —susurró Stephen acercando más por la cabeza a su hija, dejándola llorar sobre él como si no hubiera un mañanera.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora