Capítulo 80

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—Reducido A Cenizas—

Por inercia, su cuerpo aún bajo la maldición, giró sobre sí mismo hasta quedar mirando directamente hacia el suelo, usando su espalda de escudo para evitar la lluvia. El verdoso terreno se acercaba a una velocidad imparable, y Hesper sabía que dentro de segundos ya no sentiría nada, abandonaría ese mundo tan rápido como llegó a él. El aire le abofeteaba el rostro casi como si intentara espabilarla diciendo: «¡Despierta, lela!». Pero era imposible despertar estando consciente. Fue entonces, que notó un cálido cosquilleo en sus músculos, sintiendo que Mulciber la había librado de la maldición Imperius.

Haciendo acopio de toda la concentración que le quedaba, Hesper visualizó a la Señorita Tinker Bell, pero la imagen le llegó distorsionada, borrosa, casi translúcida. Sintió el cambio al que ella obligaba hacer a su cuerpo. Extendió las alas torpemente y llena de pánico cuando vio el suelo a solo diez metros, intentó planear, pero no pudo. Su control no era máximo, y su concentración mucho menos. Durante una fracción de segundo, consiguió salvarse siendo un águila que caía en picado como un avión desviado, antes de volver a su forma humana involuntariamente con los ojos abiertos de par en par por en terror, y caer de bruces sobre el suelo, dando un traspiés y comiéndose el suelo como un corta césped averiado.

Jadeó de forma ahogada, muy ahogada. Sintió el mayor dolor de toda su vida en el pecho en ese momento. Era como si la hubieran tendido sobre el suelo de un empujón, y dejado luego que un pie gigante la pisara sobre la espalda, escarchándole los pulmones como un trapo mojado. No hubo más sonido que ese, porque no podía emitir ni uno más. El oxígeno no le llegaba de ninguna manera, y sentía que si se había librado de la caída, moriría ahogada por falta de aire. No pudo moverse tampoco, no por dolor, sino por conmoción. Estaba tendida en el césped cual cadáver inerte, con los brazos situados a ambos lados de la cabeza inmóviles, boca abajo y con el cabello azabache desparramado sobre su rostro, dándole aire de estar más muerta que el griego antiguo. Tenía los ojos cerrados intentando respirar, cosa que lentamente fue recuperando, pero con un dolor inexorable a cada respiro que le llegaba por la boca entreabierta.

Le dolía como nunca, sentía que realmente la hubieran metido en una máquina estrujadora de chatarra. La lluvia la tenía empapada a ese ritmo. Los mechones caían y se pegaban desperdigados y mojados sobre su rostro. Hesper abrió los ojos lentamente, notando la punzante sensación del césped bajo su mejilla izquierda, sobre la que su cabeza estaba tendida en el suelo. Había sido un milagro el que no se hubiera partido el cuello en la caída. Tenía la torre desde donde había caído a casi cien metros más allá, por lo que cuando su ojo derecho miró hacia arriba somnoliento, entre el mareo y las náuseas, pudo distinguir a duras penas, dos rostros malvados sonriendo, antes de que desaparecieran como un haz de luz. La lluvia no ayudaba en nada a mejorar las vistas, y por si fuera poco caía fuertemente.

«Están contentos. Contentos, pensando que han acabado contigo Se dijo a sí misma, incapaz de sentir nada que no fuera aquel dolor en el pecho. Diez segundos después de que Avery y Mulciber hubieran desaparecido, su ojo, a punto de cerrarse de nuevo a causa del inimaginable ardor en la garganta y tráquea, divisó una tercera cara.

Remus la miraba espantado desde arriba, Hesper casi pudo notar su palidez extrema desde donde estaba entre la cortina de lluvia que se le venía encima. Se quedó ahí mirándola durante un rato asustado, sin saber qué hacer, antes de volver en sí, girar y correr a buscar a alguien. Hesper no quería ayuda, porque eso implicaría dar explicaciones de como diablos había sobrevivido a una caída de más de cien metros, por no decir que a través de su adolorido pecho, muy en el fondo, la llama de la venganza se había encendido de un fogonazo. Si dejaba que la ayudaran, Avery y Mulciber se saldrían con la suya. Sus padres eran influyentes en el Ministerio invadido, no les harían nada. En cambio, ella quería darles la lección de sus vidas por sus propios métodos, y buenos no eran. Eso estaba asegurado.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora