Capítulo 104

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—Piensa Y No Reveles—

—Oye, ¿a dónde me llevas? —preguntó Hesper, deteniéndose en medio de la subida de la colina de Hogsmeade, justo donde se detuvo con Gus el día que volvieron. Llevaban casi mediadora andando.

Sirius la miró por encima del hombro, unos pasos por delante. Con el fresco que hacía y el aire que corría, su oscuro cabello parecía tiras de la noche negra; fría y abismal.

—No seas tan impaciente, Kennedy. Ya no falta nada —dijo él retomando la marcha. Parecía entusiasmado con algo, pero Hesper no le veía ningún entusiasmo a la posible expulsión que podrían recibir. Y de esa no se libraría.

Si no hubiera sido porque Sirius estuviera con ella, Hesper ya se habría transformado en su forma animaga y estaría saliendo de Escocia a esas alturas. Pero noooo, él cacho imbécil ese tenía que seguirla a todos lados, inmiscuirse en sus asuntos y encima ofrecer ayuda. Hesper sabía que sonaba totalmente contradictoria con esas palabras, pero necesitaba argumentos con los que poder despotricar contra Sirius, aún sintiéndose cómoda en su presencia y hasta agradecida.

Mordiéndose la lengua, Hesper retomó la caminata detrás de los pasos del Gryffindor. Ascendieron hasta la cumbre de la colina, desde donde se podía ver todo Hogsmeade en el valle, La Casa de Los Gritos un poco más alejada del pueblo mágico y sobre otra irregularidad elevada del terreno, y al fondo, la silueta recortada por la niebla y la humedad de Hogwarts. Con el pelo ondeándosele por la brisa, Hesper se paró de espaldas a Sirius, que descendía hacia una cueva que había bien escondida entre los matorrales y varios árboles.

Contempló el cielo, buscando las estrellas que solían iluminar las noches, pero no vio más que nubes grises que lo tapaban como el algodón. Había pedacitos de cielo negro, con brillantes puntitos blancos lejanos, a años luz de distancia. Y entonces, Hesper pensó en la tranquilidad que debía de haber, de existir con plenitud, rodeado de esas estrellas que observaban desde el firmamento.

Quería volar esa noche. Le apetecía rozar el cielo con su esencia, sentir la libertad que únicamente el cielo abierto y nocturno proporcionaba. Se había leído millones de veces el mito de Ícaro y Dédalo, y por muy cateto que hubiera sido el pobre chico, también había sido un devoto de esa libertad que emanaba de la bóveda celeste. Su error fue el no escuchar, porque todos sabían que la estrella diurna era la que más destellaba en el día, reemplazando la ausencia de las salpicaduras que emergían en ese mantel negro que cubría la Tierra a la hora de dormir.

—¡Kennedy! ¡Deja de mirar embobada el cielo teniéndome a mí contigo! —gritó Sirius desde unos metros más abajo, en la entrada de la cueva.

Hesper se giró hacia él con irritación camuflada y recorrió los metros que la separaban de la cueva. Llegó hasta el lado de Sirius y se detuvo con las manos dentros de los bolsillos mirándolo en blanco, a la espera de que le dijese qué demonios hacían en la entrada de una cueva al otro lado del pueblo.

—Mírame con alguna cara, alguna expresión, chica. No hay quien se quiera acercar a ti cuando estás de ésta forma —dijo Sirius sonriendo de medio lado. Hesper no movió ni un músculo del rostro. Al no obtener respuesta, Sirius borró su sonrisilla resoplando con indignación—. ¡Vale! Vale, eres imposible, mujer. Te permito que me digas «Eres un gilipollas, Sirius». O si te gusta más «Cacho imbécil sin razón ni uso lógico».

Las facciones de Hesper siguieron sujetas a su saliente óseo sin emitir signo de querer desplazarse. Sirius puso los ojos en blanco, cruzando en una zancada el círculo personal de Hesper y agarrándole la cara con ambas manos, se inclinó hacia ella en esa milésima de segundo, uniendo sus ojos en un contacto espectral. Hesper vio el remolino de metales fundidos que giraban en sus sólidos orbes. Luego, Sirius sonrió con exageración mostrándole los dientes, perfectos excepto uno de los inferiores, que estaba más tumbado hacia atrás que el resto. Además, una de las muelas visibles de arriba brillaba por su ausencia.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora