—Los Kennedy—
Llovía a cántaros fuera, como si el cielo estuviese muy, muy triste y no supiese que hacer más que descargar sus lágrimas sobre el mundo que tiene a sus pies. Eso era lo que pensaba la mente de una simple niña de diez años.
Unos ojos azules miraban a través del cristal cómo el Big Ben, a lo lejos, era bañado por aquel torrente de agua fría. Era 31 de julio, pleno verano, pero aun así llovía. También había que tener en cuenta de que era Londres, el lugar del que estamos hablando y en el que nos situamos.
—Qué aburrido —murmuró la pequeña niña.
Estaba de pie mirando por la ventana el espantoso tiempo que hacía, por no hablar del calor. La pequeña suspiró aburrida por no encontrar nada que hacer. Su madre se encontraba cocinado en la cocina, su padre en su despacho trabajando y su hermana Jody, pues... haciendo algo que no fuese estar al lado de su hermana menor.
En ese momento, la puerta se abrió dejando ver a la persona de la que anteriormente hemos hablado, Jody. Tenía el pelo igual de negro carbón que su hermana, pero al contrario de esta, sus ojos eran de un verde apagado y era muy alta para solo tener doce años. Su escuálida cara estaba recorrida por una mueca y sus manos sostenían una libreta y un bolígrafo.
—Fenómeno —dijo Jody.
—Cotorra —replicó la niña pequeña con una voz que era demasiado infantil para la edad que tenía.
Jody llamaba a su hermana pequeña fenómeno, porque esta, al contrario que Jody, hacía cosas raras cuando se enfadaba o frustraba. Su padre le dijo una vez que cuando cumpliese los once años le llegaría el mejor regalo que cualquiera recibido. Jody al oír aquello se enfadó y preguntó el por qué a ella no le había llegado aquel regalo cuando cumplió sus once años. Tampoco se tomó muy bien la explicación que recibió.
—Vengo a decirte, enana, que ni se te ocurra aparecer por mi habitación cuándo Lidia y Carol lleguen —advirtió, señalándola con un dedo y sin moverse del umbral.
—¿Por qué iría yo a aparecer? —se extrañó la menor, frunciendo el ceño hacia su hermana.
—No lo sé, fenómeno. Tu mente es muy bipolar y en un momento te puedes negar y al otro te tengo delante de mí —contestó Jody con voz desdeñosa. Le gustaba mucho ser una mandona.
—Tengo cosas mejores que hacer, Didy.
—Ya.
Dicho eso, y para añadir un efecto dramático, Jody dio media vuelta dándose un par de aires y salió de la buhardilla dando un portazo.
—«Ni se te ocurra aparecer por mi habitación cuándo Lidia y Carol lleguen» —la imitó la niña con voz chillona y haciendo muecas feas.
Hesper se volvió hacia la ventana y miró hacia abajo, al jardín. Había muchos charcos y seguía lloviendo con intensidad. Un brillo apareció en sus azules ojos y una idea le cruzó la mente como una flecha.
Sonrió traviesamente.
Fue hasta su zapatero y lo abrió, sacó las botas de plástico amarillo y se las calzó con descuido. Se puso en pie de un salto y salió de la buhardilla de la casa que ella había recibido por habitación a base de rabietas y pucheros.
Caminó por el corto pasillo y bajó las escaleras hasta la segunda planta. Antes de pisar el suelo de la planta, asomó la cabeza viendo que no había nadie en el corredor, donde lo único que destacaba por encima del resto de los muebles era la puerta de roble llena de corazones y fotos de gatitos, por no hablar de la enorme fotografía que ocupaba el centro. Era una foto de la cara de Jody; y al pie de esta ponía en un intenso color morado: "PROHIBIDA LA ENTRADA A LOS FENÓMENOS"
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Oblivion |Época De Los Merodeadores|
Fanfiction[En edición; solo la escritura y texto, no la trama] ❝Hay veces que no se sabe apreciar un momento hasta que pasa a ser un recuerdo; ni el recuerdo, hasta que se evapora en el olvido. Hesper Kennedy pierde todo lazo con la realidad, convirtiéndose e...