Slowtown | Joshler

Capítulo diecinueve

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Admirar a Tyler se había convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Ya fuera que estuviéramos disfrutando del almuerzo, trabajando en el taller de arte o simplemente caminando por los pasillos, yo aprovechaba cada oportunidad para verlo.

Nos encontrábamos sentados en el jardín, el cielo estaba completamente nublado y el clima era frío, pero aun así decidimos quedarnos afuera.

Sus delgadas y heladas manos sostenían con firmeza un libro que lograba captar toda su atención, mientras que su espalda y cabeza reposaban sobre la corteza de nuestro viejo árbol y sus piernas se mantenían extendidas en el húmedo pasto. Parecía que algo en la historia que leía lo sorprendió, provocando que separara un poco sus labios, lo suficiente como para dejar escapar el vapor que emanaba de su tibio cuerpo.

Yo me mantenía a su lado observándolo en silencio. No me molestaba en lo absoluto que no hablara conmigo o que no me dirigiera la mirada, yo mismo le había pedido que siguiera con la lectura que interrumpí al sentarme con él, y es que sólo me bastaba su presencia para sentirme acompañado.

Ya no quedaba ninguna pizca de duda en mi ser, me gustaba Tyler. Me gustaba Tyler en cada sentido de la palabra, y ahora que sabía por él mismo que yo también le atraía, era sólo cuestión de tiempo para dar el siguiente paso.

― ¿Por qué me miras así? ―preguntó cerrando el libro y dejándolo sobre sus piernas.

― ¿Por qué no lo haría? ―respondí con otra pregunta― Eres precioso.

Él sonrió grande bajando la mirada, tratando de ocultar su sonrojo. Yo reí.

― No te avergüences ―le pedí.

― ¿Cómo reaccionarías tú si yo te dijera que eres precioso? ―me miró a los ojos y yo me encogí de hombros.

― Es posible que te besara.

Su sonrojo no tardó en intensificarse por mi atrevimiento. Sabía que sentía aún más vergüenza, pero en lugar de volver a bajar la mirada decidió seguirme el juego.

― Es posible que te permitiera hacerlo ―ahora yo estaba sorprendido―, pero es posible que no porque estamos en la escuela.

― Es posible que no me importara.

― Es posible que debería, porque ni siquiera tendríamos que estar aquí afuera.

― Sí, es posible ―ambos reímos levantándonos de nuestros lugares para volver a clases―. ¿Harás algo más tarde?

― Es posible ―volvimos a reír―. No, no haré nada, ¿por qué?

― Bueno, la feria de la ciudad abrirá esta tarde y me preguntaba si querrías ir conmigo.

― Queda a cuatro horas de aquí.

― Sí, no te preocupes, Dallon me prestará su camioneta y te llevaré a casa al volver, ¿qué dices?

Por favor, di que sí.
Por favor, di que sí.
Por favor, di que sí.

― Me gustaría ir contigo.

¡Gracias, Dios, universo, quien sea!

― Nos vemos más tarde ―me sonrió como despedida y ambos caminamos a nuestros respectivos salones.

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― Y por favor, no vayas a conducir ebrio.

― No mamá ―Dallon llevaba dándome un montón de indicaciones desde hacía quince minutos―. Ahora, ¿podrías darme las llaves?

― Está bien ―me las entregó dejándome subir a la camioneta―. Recuerda traerla mañana por la mañana, llevaré a Brendon a conseguir una guitarra nueva.

― ¿Ya están juntos?

― No, sólo somos amigos ―sonrió apenado.

― Bien, porque Pete y yo todavía no le hemos dado "la charla".

― ¿Quién es Pete? ―preguntó riendo.

― Cierto, todavía no lo conoces. Prometo presentártelo luego, pero te caerá bien porque es tan tonto como nosotros. Ahora debo irme.

― Suerte con tu cita misteriosa.

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Pasé por Tyler a su edificio y luego conduje hasta la ciudad. El camino era muy tranquilo y sin tráfico, por lo que llegamos en menos tiempo de lo esperado.

La feria estaba instalada al oeste, muy cerca del muelle. No era una playa, sino más bien un extenso lago de agua fría, y aun así ahí era más cálido que en casa.

― Te ves hermoso―le dije al bonito castaño que caminaba a mi lado.

― Tú te ves hermoso.

― Entonces los dos nos vemos hermosos ―él sonrío negando.

― ¿Qué voy a hacer contigo?

― Lo que tú quieras ―respondí.

Tyler suspiró nervioso y miró al suelo.

― Escucha, sé que te sientes juzgado en la escuela y que tienes miedo, pero aquí no tienes por qué hacerlo ―nos detuvimos y lo miré a los ojos―. Aquí somos unos desconocidos para esta gente, unos simples rostros pasajeros que olvidarán a la mañana siguiente y que tal vez no volverán a ver, así que, por favor, se completamente tú esta noche.

No estaba seguro de que respondería, tal vez me había arriesgado demasiado al pedirle eso y ahora había arruinado el momento. ¿Deberíamos hacer como si yo no hubiera dicho nada y seguir adelante? No, sería muy incómodo.

En mi mente comenzaban a formularse una infinidad de preguntas, hasta que sentí su suave mano tomar la mía.

No hubo necesidad de utilizar palabras, porque no había nada que explicar, su sonrisa alegre y su profunda mirada me lo dijeron todo. Lo único que tuve que hacer fue entrelazar nuestros dedos con un simple y certero movimiento.

Encajaban a la perfección.

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