Slowtown | Joshler

Capítulo ochenta y cuatro

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Tyler

Me encontraba sentado en la alfombra acariciando a Johnny, como un intento en vano de alargar el tiempo para presentarme en la escuela. Quería pensar que está sería una oportunidad para conocer más de mi nuevo hogar, que tal vez me gustaría y hasta sería divertido, y no enfocarme en los peligros a los que podría enfrentarme ahí afuera con mis compañeros de clase.

Sonreí al ver a mi mascota dormida entre mis piernas, no era mi intención despertarla, pero ya era momento de irme. Tomé mi mochila previamente preparada y salí por la puerta de mi habitación camino a la cocina, donde se encontraba mi madre.

― Buenos días ―la saludé.

― Buenos días, bebé ―apagó la estufa dejando lo que estaba cocinando y depósito un beso sobre mi frente. Siempre que hacía eso dejaba residuos de su labial en mi piel y un olor a cigarrillo, pero no me importaba, momentos como esos eran escasos y los apreciaba―. ¿Qué haces despierto tan temprano? Es sábado.

― Iré al viaje escolar, firmaste el permiso ―le recordé.

― Oh, sí, que distraída ―me sonrió―. ¿Quieres comer algo antes de irte?

Escuchamos un ruido proveniente de su habitación, en seguida un hombre trajeado de aspecto imponente caminó hasta la sala, donde recogió sus zapatos. Mis sentidos se alteraron de inmediato y una alarma se encendió en mi interior. Respirar me resultaba complicado con él a mi alrededor, al igual que intentar coordinar mis movimientos y mantener mi mente despejada.

― Buenos días, Andrés ―le saludó mi madre. Yo me mantuve en mi posición sin verle a la cara―. ¿Te quedas a desayunar con nosotros?

― Me encantaría ―vi sus pies, ahora cubiertos por su calzado italiano, acercándose―, pero tengo una reunión muy importante en quince minutos.

Se dieron un beso ruidoso que logró resonar en toda la habitación y hacer eco dentro de mi cabeza.

― Está bien, espero que todo salga bien ―se dieron otro beso y entonces la mirada de Andrés se posó sobre mi.

― ¿Vas a alguna parte? ―preguntó tomándome desprevenido.

― A la escuela ―respondió mi madre por mi.

― Podría llevarlo.

― ¡No! ―dije sin pensarlo, dejando a ambos sorprendidos― T-tomaré el autobús, no es necesario.

― No hay problema por mi, la escuela me queda de paso a la oficina ―insistió―. Vamos, Tyler, creo que es hora de que pasemos un momento a solas, como en los viejos tiempos.

Esa última línea me dejó sin aliento.

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Mis manos no dejaban de sudar sin importar cuantas veces las limpiara sobre la tela de mi pantalón, y nudo en mi garganta se hacía cada vez más grande al punto de sentirme asfixiado por completo, obligándome a mantener la boca entreabierta para no ahogarme.

Al enterarme de la mudanza me alegré porque pensé que esa sería mi gran oportunidad de finalmente alejarme de él y no volver a frecuentarlo, lo que mi madre olvidó decirme era que en realidad dejábamos nuestra antigua ciudad para seguirlo. Andrés era un hombre de casi cuarenta años, tenía un empleo en un bufete de abogados, impecable reputación y una familia con tres hijas menores que yo, según sabía. Pero también se escapaba los fines de semana para ver a mi madre a escondidas, dejando todas sus responsabilidades de lado.