Capítulo setenta y cinco

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"106454659" eran los dígitos que había ingresado el doctor en la pantalla ubicada al lado de la puerta. Lo siguiente que hizo fue deslizar su tarjeta de identificación y escanear el código que venía en la parte inferior.

Hayley nos cubría la espalda revisando el pasillo mientras yo observaba atento el procedimiento e intentaba memorizar cada paso.

En la pantalla aparecieron unas letras en rojo que decían "acceso permitido", justo cuando la puerta hizo un sonido de mecanismo desde dentro. Tomé la orilla para abrirla y ellos entraron antes, dejándome emparejar la puerta sin que quedara completamente cerrada.

Lo que observamos fueron unas escaleras de color rojo al final de un pequeño pasillo. Decididos, bajamos los escalones siendo guiados por nada más que la luz que nos brindaba la linterna de Hayley. Todo estaba sumergido en la oscuridad y silencio, no había rastros de nadie más ahí abajo además de nosotros y no sabía si eso debía hacerme sentir asustado o aliviado.

Después de las escaleras siguió un pasillo que desembarcó en una vuelta a otro, donde encontramos una puerta de metal idéntica a la primera. El doctor repitió el procedimiento de seguridad y antes de abrirla me tomó del brazo.

― ¿Está bien? ―le pregunté.

― ¿Seguro que quieres hacer esto?

― Más que nunca ―respondí y el me soltó para que pudiera continuar.

Cerré mis ojos con fuerza sintiendo una brisa fresca golpear mi cuerpo mientras apartaba el metal de nuestro camino. Mi corazón palpitaba con intensidad y podía sentir como una estampida de elefantes salvajes en mi estómago. Listo o no, había llegado el momento.

Al abrir los ojos observé frente a mi un largo pasillo blanco escasamente iluminado. ¿Podría ser? Caminamos a través de el hasta llegar a un punto medio donde podíamos seguir adelante o dar la vuelta hacía el corredor de la derecha. Tomamos la segunda opción y, recordando el camino que había recorrido con Jace, llegué hasta el lugar donde se encontraba la rejilla del ducto que me había conducido a la puerta.

¡Estaba dentro! ¡Ese era el lugar! ¡Ahí estaba Tyler!

No pude evitar derramar unas lágrimas de felicidad cuando mis rodillas tocaron el suelo.

― Brendon, ¿qué sucede? ―preguntó Hayley, consternada.

― Es aquí ―dije―. Aquí está él.

Me miró con impresión y luego al doctor, quien se había limitado a bajar la cabeza.

― Tenemos que seguir con mucho cuidado, podría haber guardias o más personal ―me levanté―. Bueno, eso no sería problema si usted está con nosotros, ¿verdad, doctor?

Él permaneció callado desde su posición.

― ¿Se encuentra bien? ―preguntó Hayley.

― Sí ―al fin respondió―. No habrá ningún inconveniente.

Asentí y los guíe a través del lugar.

Aunque los pasillos eran iguales y todo permanecía tal como lo recordaba, la vibra era diferente. Había algo en el ambiente que me incomodaba, era como si todo se hubiese tornado más sombrío ―si es que eso era posible―, y eso no me daba buena espina. Hayley parecía sentir lo mismo que yo, así que tomé su mano para darle confianza y ella la apretó con fuerza.

Pensé que estaba siendo paranoico de nuevo y que todo era producto de mi miedo, pero mis sospechas incrementaron cuando llegamos al comedor.

― Esperen ―les pedí y avancé hasta las mesas donde no habían rastros de comida. Desconcertado, caminé rumbo a la cocina―. Esto es muy extraño.

― ¿Qué cosa?

― No hay nada.

Volví con ellos y seguimos caminando.

― ¿Qué hora es? ―pregunté.

― Las dos de la mañana ―revisó su reloj de muñeca―. Será mejor que nos demos prisa antes de que se den cuenta de que no estamos. El personal llega a las...

― Siete ―complete.

― Sí, ¿cómo lo supiste?

Por accidente, Hayley se tropezó con una maceta provocando que esta se partiera en pedazos por el suelo. El ruido del impacto, sumado al eco de los pasillos, había sido tan fuerte que era prácticamente imposible que nadie al rededor lo hubiese escuchado. Lo increíble era que ninguna persona salió a nuestro encuentro.

Miré al doctor, pero este evitaba el contacto, entonces caminé a la primera puerta frente a mi y la abrí de un golpe.

― ¿Qué haces? Van a descubrirnos ―dijo Hayley.

― No, no lo harán porque no hay nadie aquí. ¿No es cierto, doctor?

Apreté mis puños con impotencia al no obtener una respuesta y corrí por los pasillos hasta la habitación de Tyler. Mi corazón imploraba que al fin pudiera encontrarlo dentro de ese cuarto, pero mi mente deseaba lo contrario porque si él estaba ahí, significaba que estaba en peligro.

Abrí la puerta y, justo como lo esperaba, se encontraba vacía. Vacía como las otras habitaciones y pasillos, vacías como la promesa del doctor, pero no vacías como la ira que consumía mi interior.

― ¡Brendon!

Escuché un grito de Hayley a unos metros de mi. Mi pulso se disparó y salí apresurado a su encuentro.

― ¿Estás bien? ¿Dónde está el doctor?

― No lo sé, lo perdí cuando te seguí.

― ¿Tú lo sabías? ―pregunté sujetando sus muñecas con fuerza―. ¿Tú sabías que esto era una maldita trampa? ¡Responde!

― No, no lo sabía ―dijo entre llanto―. Por favor, no me lastimes.

La miré impaciente por unos instantes hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo. Entonces la solté y ella retrocedió hasta topar con la pared, sin dejar de llorar.

¿Qué sucedía conmigo?

― Lo siento ―me disculpe―, lo siento, Hayley. Es que ya no sé en quien confiar, ni a dónde voy o si saldré vivo de esta. Estoy enloqueciendo.

Me senté en el suelo con la cabeza entre mis manos y mis rodillas a la altura de mi pecho. No tenía nada, no había una explicación lógica, una alternativa, una escapatoria, absolutamente nada. Me habían atrapado en el cuerpo de mi mejor amigo y ahora probablemente iba a ser torturado física y psicológicamente hasta morir, y sin haber encontrado a Tyler.

Estaba al borde del colapso.

Dejé mis lágrimas salir y me permití gritar con todas mis fuerzas. El dolor que sentía en mi cabeza no era nada comparado al que sufría mi corazón. La esperanza me había traído hasta ahí y ahora el destino se burlaba en mi cara. ¿Cuán desdichado debía ser para rendirme al fin? ¿Qué más hacía falta si ya me lo habían quitado todo? ¿Acaso eso sólo podía terminar de una manera y lo único que me quedaba era rendirme?

De pronto las luces comenzaron a parpadear y una por una las bombillas fueron explotando sobre nuestras cabezas.

― ¿Qué está pasando? ―preguntó ella, intentando cubrirse.

― Vienen por nosotros ―me puse de pie―. Tenemos que salir de aquí.

Slowtown | JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora