Capítulo sesenta y uno

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Mantenía mis dedos inquietos tamborileando sin ritmo sobre la piel de mi rodilla expuesta a través de la tela rasgada de mi pantalón. Mi aliento cálido lograba empañar el vidrio del auto que luego se convertía en finas gotas deslizándose hasta desaparecer en el suelo. Tenía frío y aún así sentía la extraña necesidad de despojarme de mis prendas porque me hacían sentir sofocado.

Dallon me había dejado en mucho que pensar la noche anterior. No había logrado concebir el sueño a causa de su revelación a medias y ahora me tenía como un condenado a la espera de un veredicto que rezaba fuera lo suficientemente piadoso. Me sentía tan inseguro y asustado.

Sentí una mano sobre mi hombro y me cubri al instante.

― Tranquilo, soy yo ―dijo el oficial Schmidt―. ¿Estás bien?

― Sí ―respondí volviendo a mi posición―. Lo siento, fue un reflejo.

― Pareces bastante alterado, ¿seguro que quieres hacer esto? Puedes quedarte aquí en el auto hasta que termine o volver a casa.

― No, necesito hacerlo, por favor.

― Bien, pero bebe esto ―me ofreció un vaso de café―. Descuida, es descafeinado, y algo me dice no has desayunado. Te llevaré a comer algo cuando terminemos.

Bajé del auto y nos dirigimos al edificio de Tyler. Hoy era el día.

La mujer de la recepción nos dejó entrar y subimos hasta el departamento indicado. El lugar no podía estar en más deplorables condiciones: había goteras por doquier y colillas de cigarrillos. Un par de inquilinos cerraron la puerta de sus habitaciones tan pronto como vieron el uniforme del oficial, con sus rostros delictivos llenos de miedo.

― Aquí es ―le indiqué al estar frente a la puerta.

El oficial tocó un par de veces y esperamos hasta que la madre de Tyler apareció del otro lado.

― Buenos días, señor oficial ―lo saludó con una voz melosa y besó su mejilla, lo cual me pareció completamente inapropiado― y... ¿Josh? ―su sonrisa se esfumó de su cara tan pronto como había llegado.

― Buenos días, señora Joseph ―la saludé con una sonrisa. A que los dos podíamos fingir.

― Espero que no haya ningún inconveniente, yo mismo le pedí que viniera, él ha sido de mucha ayuda ―explicó el oficial.

― Claro que no, Josh siempre es bienvenido. Pasen ―se hizo a un lado para dejarnos entrar.

Tan pronto como llegamos al comedor el perro de Tyler corrió hasta a mi muy emocionado. Era un gran canino sin raza definida, de pelo gris y negro. Tyler me había contado que lo encontró buscando entre la basura de su antigua casa cuando era un cachorro, y pudo adoptarlo después de haberle rogado a su madre por días. Gracias a él había nacido mi amor por los perros.

― Hola, grandote ―lo saludé acariciando su cabeza―. ¿Me extrañaste?

El oficial tomó asiento frente a la pequeña mesa redonda y amarilla, y la señora le sirvió alimento a Johnny. Parecía que se había despertado temprano para arreglarse ―su maquillaje y peinado milagrosamente estaban en orden al igual que el departamento―, debía darle méritos por eso.

Los dos tomamos asiento junto al oficial.

― Antes que nada quiero agradecerle por haber aceptado reunirse conmigo, señora Joseph ―comenzó el oficial.

― No, gracias a usted. No sabe cuán angustiada estoy por no saber nada de mi pequeño ―dijo la mujer, con cara de afligida.

― Lo comprendo. Tengo entendido que usted ha sido la única persona encargada de Tyler desde la separación con su esposo y no hay familiares registrados. ¿Estoy en lo correcto?

Slowtown | JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora