Slowtown | Joshler

Capítulo ochenta y uno

Por fin estaba de regreso en casa y se sentía tan bien, jamás creí que echaría tanto de menos mi cama como en las clases de historia donde me quedaba dormido sobre el pupitre.

Ahora veía todo con otros ojos. El agua tibia que salía de la regadera se sentía como miles de pequeños besos sobre mi piel, la pasta de Ryan sabía a la mejor comida del mundo, y los ladridos del perro chihuahua de mi vecina ahora eran como música para mis oídos. Había aprendido apreciar cada detalle de la vida y eso era maravilloso.

― ¡Josh! ―me llamó Gerard desde la planta baja.

― ¡Voy! ―guardé la adorable foto de Tyler que me había roba... tomado prestada de su apartamento, y me puse una sudadera antes de salir al patio trasero.

― ¡Uno! ―gritó Brendon.

― Pero estamos jugando póker ―dijo Pete.

― ¿Entonces no gané?

― No, y tu reloj es mío.

Brendon se quitó su reloj de muñeca y se lo entregó, con una mueca triste.

― Oye, este es de plástico ―se quejó Pete.

― Lo siento, dejé el otro en casa ―se burló y el otro le sacó el dedo intermedio.

― ¿Un juego amistoso? ―me senté con ellos frente a la mesita de madera.

― Algo así ―dijo Gerard y se levantó a abrir la puerta cuando alguien tocó el timbre.

Dallon había llegado acompañado de su padre y el oficial Schmidt, cosa que me sorprendió mucho, pero al parecer a los demás no, y eso me sorprendió aún más.

― Buenos días, chicos ―nos saludó el señor Weekes y nosotros lo hicimos de vuelta―. ¿Ya desayunaron?

― Sí, algo así ―Ryan escondió la caja de pizza bajo la mesa.

― ¿Cómo te sientes, hijo? ―me preguntó el oficial Schmidt.

― Mucho mejor ahora, gracias ―le brinde una sincera sonrisa y luego vi al padre de Dallon y a los demás―. Lo siento, no sé lo que sucede.

― Tranquilo, realmente yo también sigo tratando de asimilar toda esta locura ―dijo el señor Weekes―. ¿Podemos ir adentro?

Asentí y nos pusimos de pie para ir a la sala, donde nos acomodamos en los sofás y en la alfombra.

― Cuando me enteré por parte de mis colegas de la ciudad sobre el incidente en el Hospital Middlewood, me ofrecí para ayudar ―prosiguió―. Al llegar me di cuenta de que eso tenía que ver con ustedes y decidí intervenir y averiguar lo que sucedía. Los chicos tuvieron que confesarme todo y debo decir que al inicio pensé que era un invento muy rebuscado, pero cuando Schmidt lo corroboró supe que era cierto.

― El alguacil nos ha estado ayudando desde entonces, sin intervención de agentes o el gobierno ―aclaró.

― No fue fácil aceptar su propuesta, juré no infringir las leyes al asumir este cargo, pero mi hijo lo es todo para mi ―miró a Dallon y ambos se sonrieron―. Haré lo que se necesite para mantenerlo a él, a ustedes y a este pueblo a salvo.

Todos aplaudimos entusiasmados en forma de celebración.

― Amo a mi suegro suegro ―dijo Brendon justo cuando guardamos silencio―, quiero decir, papá, digo, señor Weekes.

― Mejor termina tu desayuno ―Pete le metió una rebanada de pizza en la boca―. ¿Han tenido algún avance importante?

― Por eso vinimos ―respondió el oficial y dejó las carpetas que llevaba en mano sobre la mesa.