Embarazada ~ 38

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Narra Lali:

Peter y yo caminábamos tranquilamente por las calles de Buenos Aires. Hacia una noche de muy buen tiempo. Después de cenar iríamos a tomar unas copas con... Eugenia. La verdad es que yo no tenía ganas, pero bueno, Peter me había dicho que Eugenia había prometido comportarse esta vez. Así que confiaríamos en su palabra.

— Te va a encantar, es uno de los mejores restaurantes de la ciudad — Peter me sonreía mientras me abrazaba por el hombro.

Y finalmente llegamos, "Cellis" era el nombre del restaurante. Un restaurante de comida italiana al que iban personas de la clase alta. A esa clase a la que Peter pertenecía, pero yo no. Aunque, estar embarazada de una persona tan rica, me proporcionaba algunas ventajas. Comer en restaurantes caros y comprar todo tipo de ropa a mis hijos eran dos de dichas ventajas.

— Señor Lanzani — la camarera le hizo ojitos a Peter. ¡EU, ERA MÍO! Bueno, mío mío no, pero era de mis hijos. Con lo cuál, una parte también era mía. Fuera perras.

— Tiffany, una mesa para dos como la dije antes.

— Por supuesto, y la mejor mesa.

— ¿En la planta de arriba?

— Sí, en su lugar favorito.

Peter sonrió de vuelta y me dio una palmadita suave en la espalda. Seguimos a Tiffany, la cuál nos llevó hasta una terraza acristalada situada en la tercera planta. Todas las mesas estaban vacías, así que de momento, íbamos a estar solos. Era genial.

Finalmente, dejó las dos cartas en la mesa que estaba más pegada a la enorme ventana acristalada. Miré hacia arriba, el techo también estaba acristalado. Se podían ver todas las estrellas. Uau... Todo era precioso. Un sitio de ensueño, sin duda.

— ¿Rutini? — le preguntó Tiffany mientras Peter movía mi silla para que me sentara.

— Claro. Para ella agua, no puede tomar alcohol.

— De acuerdo.

— Traiga la carta de degustación también.

— Ahora mismo señorito Lanzani.

Tiffany sonrió y abandonó la sala. Yo miré a Peter sonriendo:

— Es como un sueño.

— Me alegro de que te guste, Lali. ¿Qué te gustaría comer?

Agarro la carta y la abro. Hay un montón de cosas, todas exquisitas y extremadamente caras.

— Lo que vos quieras — sonrió.

— Vos sos el que venís habitualmente. Tendrás que recomendarme.

— Los espagueti con ostras puede que te gusten. Yo soy un aficionado de la trufa... Así que pediré algo con trufa. Y si quedes carne, el bistec es delicioso.

— Me da igual, lo único que sé, es que estoy muy hambrienta.

— Bueno, ¿de primero querés algo?

— ¿Hay ensalada?

— Claro, entonces, ¿la carne o la pasta?

— La pasta — sonreí.

— Ahora vendrá Tiffany a tomarnos nota.

— ¿La conoces de hace mucho?

Peter se muerde el labio:

— Fue una de mis compañeritas en el jardín de infantes, su familia es la dueña de todo esto. La conozco prácticamente de toda la vida.

— ¿También te acostaste con ella? — susurré.

Él rió y negó con la cabeza:

— No me he acostado con todas las mujeres de Buenos Aires.

— Con muchas sí.

— Pero Tiffany no es una de ellas, además, estoy intentando cambiar, ¿de acuerdo?

Asentí. Sí, sabía que estaba tratando de cambiar. Me lo había dicho mil veces.

La cena transcurrió con mucha tranquilidad. De postre pedimos los tan típicos cannolis rellenos. Los mejores que había probado en toda mi vida.

— ¿Has cenado bien La? — Peter me miró mientras se estaba terminando su café con nata y virutas de chocolate.

— Genial, todo estaba buenísimo.

— Me alegro. El Cellis es uno de los mejores restaurantes, ya te lo había dicho. Y si seguimos juntos, vas a tener que acostumbrarte a venir.

— ¿Es qué acaso estamos juntos? — levanté una ceja extrañada.

— ¿Vos qué crees?

— No lo sé — dije juguetona.

— Yo diría que si que estamos juntos. Traje a pocas chicas al Cellis, solo a Eugenia, a Candela y a María, mis amigas, por mis cumpleaños, y nunca me acosté con ninguna de ellas. Y vos has venido sola conmigo, así que yo creo que si deberías pensar que estamos juntos.

Sonreí. Si él decía eso, tendría que creerme que sí que estábamos juntos.

-...-

Narra Euge:

23:30 de la noche. Lali y Peter tenían que estar por llegar. Seguro que habían cenado en Cellis, de siempre había sido el restaurante favorito de Peter. Su papá tenía varias acciones conjuntas con el señor Cellis (dueño del restaurante), por eso iban tanto a comer y a cenar allí. Y seguro que Peter ya había tomado un par de copas durante la cena, sería muy fácil hacer que se emborrachara por completo.

Cinco minutos después, Peter me llamó:

— Eugenia, vamos para allá.

— Perfecto. Yo ya estoy en el Moët, aunque tranquilo, no llevo mucho tiempo acá.

— Bueno, en un ratito estaremos allí. Vamos a tomar un taxi.

— Recuerda — dije, sonriendo de manera maliciosa —, a la primera copa invito yo.

— No hace falta, yo invito, somos dos nosotros.

— Bueno, les espero, chau... — corté la llamada. Ay, pobrecitos, en poco tiempo se les terminaría tanta felicidad.

— Eugenia — me miró el camarero, él ya me conocía.

— Ponme un Malibu con piña, ¿tenés pastillitas de la felicidad?

Él suspiró:

— ¿Para qué las querés esta vez? — alguna vez las había pedido, para que algún amigo se sintiera más cómodo cuando estaba con alguna chica. O para que una chica, estuviera más "abierta con un chico".

— Para un amigo — no, tenía una idea mejor —, dos pastillas por favor.

— No hagas tonterías, no quiero que me echen del trabajo, tengo un hijo de pocos meses al cuál tengo que alimentar.

— No es para una cosa mala, te lo aseguro.

Él me pasó dos pastillas envueltas en una servilleta y yo le sonreí. Perfecto. Una para Lali y otra para Peter.

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