Embarazada ~ 4

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Narra Lali:

Yo pensaba que íbamos a ir a una preciosa fiesta en un exclusivo y lujoso local de la ciudad de Buenos Aires. Pero no, no fue así. Ni siquiera tomamos un vehículo para ir a esa joda que había organizado el tan famoso Juan Pedro Lanzani. Comenzamos a atravesar un campo. Los tacos, a los que no estaba para nada acostumbrada, se me clavaban en la tierra, hundiéndome en el campo. Me recordaba a cuando era más pequeña, y salía con mis amigas a dar un paseo por el pueblo, por medio del campo, pero siempre iba en tenis, no en tacos de ir a un boliche. Tampoco eran zapatos buenos, caros, eran unos tacos normales, que mi papá me había comprado con todo su esfuerzo para la fiesta de fin de curso del colegio, cuando lo terminé, en noviembre del pasado año.

Yo caminaba de su mano, y él me ayudaba a superar cada bache que había en el piso. Parecía que nos conocíamos de toda la vida, aunque no era así, nos habíamos conocido aquella mañana.

— ¿Vas bien? — me preguntó, con una sonrisa en sus labios.

— Me molestan los tacos.

— Si querés te llevo a upa, Lalita.

— Voy incómoda porque el suelo está lleno de piedras y de malas hierbas, además de eso, no estoy muy acostumbrada a andar con tacos. Pero sobre todo, es por la primera razón. Odio que la tierra se me meta dentro de los zapatos, me da mucho asco.

— Cualquiera diría que sos una chica de ciudad.

Eso que me dijo, me sentó fatal. Ciertamente, una chica de campo era totalmente diferente a un chica de ciudad, pero, ¿qué de malo tenía ser una chica de campo? ¿Éramos peores nosotras que las chicas de ciudad? Y si era así, no entendía el motivo. Desde el primer momento, pensé que en la fiesta me iban a discriminar, y se iban a burlar de mí por ser de una clase social más baja que la suya. Por no ser, "de la élite".

— ¿Y qué tiene de malo ser una chica de campo?

— Nada, ¿por?

— Pensé que lo creías así. Todos los chetos piensan eso.

— Yo no soy cheto — dijo rápidamente, con voz de enojada.

— Sí claro... — susurré.

— ¿Dijiste algo? — me preguntó. Le encantaba hacerse el tonto, pensar que al resto del mundo, les parecía interesante. Que él era único e inigualable. Pero Juan Pedro Lanzani era un ser humano, como todos.

— No — aclaré —. No he dicho nada.

— Okey...

Tras unos minutos, por fin, pude ver, encima de un tronco de leña, a un chico vestido con una remera de marca y unos jeans nuevecitos. En ese momento, Juan Pedro comenzó a caminar más rápido, llevándome casi a rastras. Yo estaba a punto de perder el equilibrio por culpa de los tacos y de caerme al piso, provocando así, seguramente, la risión de todos los amigos de Peter durante el resto de la fiesta.

Yo iba junto a él, pero sus zancadas eran tan grandes que casi tenía que ir corriendo. Lo peor era que me llevaba de la mano, como si fuera una nena chiquita, para así no perderme.

— ¡Peter! — gritó el chico mientras nos saludaba con la mano. Parecía muy alegre, o tal vez, ya había empezado a beber desde antes de la fiesta.

— ¡Agus! — exclamó Peter. Después, comenzamos a caminar un poco más despacio. Hasta llegar hasta donde estaba el amigo de Juan Pedro, Agus.

— ¿Traes a una nueva? — Agustín saltó desde el tronco cayendo en el piso perfectamente.

— Sí, Lali. También es nueva en la universidad.

— Oh, encantado Lali — Agus se acercó a mí y me saludó con un beso en el cachete —. Soy Agustín, Agustín Sierra.

— Mariana, Mariana Espósito. Pero, todos me llaman Lali.

— Ah, es mejor así. Más corto — Agus sonrió —. Los demás aún no han venido.

— Siempre llegan tarde, ya lo sabes — dijo Peter riendo —. Igual sé que van a venir, así que no te preocupes por nada.

Me sentía un poco fuera de lugar. Los chicos hablaban entre ellos, pero no conmigo, y eso me hacía sentir muy apartada, y cuando una se siente apartada, se siente mal.

Poco a poco fueron viniendo los amigos de Peter. Todos me saludaban, pero al preguntarme qué estaba estudiando y quiénes eran mis padres, yo decía simplemente que venía de un pequeño pueblo, muy lejos de Buenos Aires, y que estaba estudiando acá por una beca, comenzaban a cortarme la conversación.

Claramente, esa fiesta no estaba hecha para mí.

Sería media noche, cuando yo estaba alejada de todo. Tenía la fiesta a bastantes metros de mí. Entonces fue, cuando Peter se percató de que yo no estaba divirtiéndome como los demás y vino a buscarme hasta donde estaba:

— La, ¿por qué no estás bailando?

— Estoy algo cansada... — mentí.

— ¿De verdad?

— Sí, apenas dormí ayer a la noche porque esta mañana viajaba, y cada vez que tengo un viaje largo, me pongo muy nerviosa y no puedo dormir apenas.

— Si querés, podemos volver a la residencia.

La cara se me iluminó.

— ¿Vas a acompañarme? — le pregunté, sin poder ocultar mi felicidad. Por lo menos, le importaba un poco.

— Claro. Después volveré a la fiesta. Ahora vengo, voy a avisarles a los chicos.

Después vi cómo fue a hablar con sus amigos y volvió conmigo. Me agarró la mano de vuelta, y muy despacio, pues la oscuridad me hacía ser aún más torpe con los tacos, volvimos a la residencia universitaria. Peter no había bebido mucho, aunque sí que le había visto echarse alcohol en el vaso...

Me acompañó hasta mi cuarto, y entro detrás de mi, algo que me resultó muy raro.

— ¿Por qué entras en mi cuarto?

— Necesito decirte algo Lali — se rascó la nuca. Yo comencé a ponerme muy nerviosa.

— ¿Qué cosa? — le pregunté.

— Me gustas Lali, esa cosa.

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