Embarazada ~ 50

5.2K 259 31
                                    

Narra Lali:

— Señoritos —la voz del taxista nos sobresaltó —, ya hemos llegado al hospital. Estoy buscando la zona de urgencias.

—Yo sé dónde está — dijo Peter —. He venido varias veces.

Mi hermano se ha marchado con mi viejo en la ambulancia. Y Peter, Ana y yo, hemos venido hasta el hospital en taxi.

El taxista se detuvo en el espacio reservado al estacionamiento y saltó del auto para abrirnos la puerta.

— Voy a estacionar, señores, y luego vendré a buscarlos. Dejen aquí sus cosas si quieren, yo se lo guardaré. Peter sabe que soy de confianza.

Peter asiente con la cabeza.

— Gracias, Nacho.

Salimos del taxi y los tres caminamos hacia la recepción de urgencias, que estaba llena de gente. La recepcionista nos dedicó una sonrisa educada y nos indicó como llegar hasta la zona para pacientes graves. Casi me desmayó... Paciente grave. Papá... Dios papá, no...

— Gracias — respondió Peter. Yo mientras, me dedicaba a centrar mi atención en sus indicaciones para encontrar los ascensores. Por favor, solo necesitaba que estuviera bien. Papá...

Después de retirarnos del puesto de la recepcionista, fuimos al ascensor. El ascensor era agónicamente lento porque paraba en todas las plantas. "¡Vamos, vamos!": pensó mi subconsciente. Deseé que fuera más rápido y miré con el ceño fruncido a la gente que entraba y salía, y que estaba evitando que llegara al lado de mi padre.

Por fin las puertas se abrieron en el tercer piso y yo salí disparada para encontrarme otro mostrador de recepción, el cuál estaba lleno de enfermeras con uniformes azul marino. Ana y Peter llegaron atrás mío poco segundos después.

— ¿Puedo ayudarla? — me preguntó una enfermera con anteojos.

— Estoy buscando a mi padre, Carlos Espósito. Acaban de ingresarle. Por un desmayo — oh, deseé que lo que estaba diciendo no fuera cierto. Pero lo era. Desgraciadamente.

—Sí. Ha llegado hace 15 minutos.

— Ha venido mi hermano con él.

— Sí, lo he apuntado. El médico me comunicó que podía pasar una persona más. Actualmente le están haciendo análisis nada más.

Miré a Ana:

— Deja que pase, por favor.

Ana asintió con la cabeza.

— Yo paso — dije mirando a la enfermera. Ella me tiene un colgante con un pase de color azul marino a la sala 315.

— Está al fondo, a la derecha. La penúltima habitación. Ustedes — miró a Peter y a mi hermana —, esperen a la sala de espera.

— Gracias — dijo Peter —, ¿Ana, querés un café o algo?

— Sí. Gracias Peter. Ahora tengo necesidad de tomar algo caliente.

Dejé atrás al padre de mis hijos y a mi hermana y caminé rápidamente hasta llegar a la 315. Abrí la puerta lentamente y me encontré a una enfermera y a un médico alrededor de la cama de mi padre. Mi hermano estaba sentado en una silla en el fondo del cuarto. Nada más verme, se levantó y me abrazó. La enfermera y el doctor me miraron:

— Soy su hija pequeña.

— Ah, yo soy el doctor Castell — el doctor me tendió la mano —. Estamos haciéndole una serie de análisis. Para el TAC habrá que esperar un par de horas más. El señorito Lanzani me comunicó que era preferible que estuviera en un cuarto él solo, para mayor tranquilidad — cierto, Peter había hablado con el doctor de la ambulancia antes de que se llevaran a mi viejo. Ay... Tenía una eternidad de cosas que debía agradecerle.

— ¿Sigue desmayado? — pregunté. Miré a mi papá, segura pálido y con los ojos cerrados.

— Por el momento sí. Siéntese con su hermano mientras seguimos examinándolo.

Me senté al lado de Pato y él me abrazó:

— Papá va a estar bien.

— ¿De verdad?

— Sí Lali. No quiere perdernos por nada del mundo. 

— Lo amo.

— Todos lo amamos. También los tres que vienen en camino.

— No puede irse, antes debe conocerlos.

— No va a irse hasta dentro de muchos años.

— ¿Me lo prometes?

— Sí hermana. Te lo prometo.

-...-

Narra Ana:

Peter había bajado a por los cafés. Mientras, yo había salido a un enorme pasillo de cristal por el que se podía ver un enorme parque que estaba al lado del hospital. Saqué mi celular y marqué el número de Eugenia. Ella atendió rápidamente:

— ¡ANITA!

— Hola Euge — respondí secamente.

— ¿Todo bien? ¿Ya le has metido la pastilla a Lali en la bebida?

— Sí, se la metí. Y mi padre fue el que antes bebió del vaso. Lo han internado en el hospital.

— ¿CÓMO PODÉS SER TAN TORPE? — me gritó Eugenia enojada.

— ¿Y vos cómo podés ser tan fría? No sé que le va a pasar ahora a mi papá... Lo siento. Creo que no fue una buena idea contar con vos. Prefiero que las cosas se queden como están. En realidad, así tampoco están tan mal.

— ¿Me estás diciendo que abandonás? ¿Me dejás sola?

Tragué saliva:

— Exacto.

— Cobarde. Sos una miserable y una cobarde.

— Te dije que quería separarles no más, no quería que Lali tuviera problemas de salud, y mucho menos mi papá. Y ahora... Mirá lo que ha pasado por tu culpa. Podés meterte las pastillitas por dónde te quepan — comenté enojada —, y ahora... Chau — corté la llamada.

Y sí, me di cuenta de una cosa. De lo que de verdad importa. La familia. Mi hermana... Mi hermana, esa personita pequeña a la que había criado. Yo misma, porque mi mamá no estaba. ¿Cómo había sido tan tarada de haberla podido lastimar? ¿Cómo se me podía haber pasado por la cabeza? Solo por celos, por ese novio rico, caballeroso, educado, al que mi viejo y mi hermano amaban... Porque a ella la dieron una beca por buena estudiante. Comprendí entonces, que estaba haciendo todo mal. Que tenía que seguir protegiendo y queriendo a mi hermana, cómo había pasado haciéndolo 18 años. Y no, no la podía dejar sola en su embarazo. Por muy joven y muy descerebrada que hubiera sido a la hora de acostarse con Juan Pedro Lanzani.

Era mi hermana, mi familia... Y como buena hermana mayor... Tenía que cuidarla.

EmbarazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora