Embarazada ~ 10

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Narra Lali:

Y pasaron dos semanas desde que me enteré de que estaba embarazada. Ahí fue cuando empezaron los vómitos y los mareos, las salidas del baño a clase sin avisar porque no podía aguantarme, etc. La gente empezaba a darse cuenta de que estaba embarazada, o al menos eso creía yo. Por qué, ¿qué chica se pasa la mitad del día vomitando si no es porque está embarazada? La gastrointeritis no duraba semanas y semanas.

De vez en cuando, Euge me preguntaba qué cómo estaba. Un día, Agus también me preguntó que cómo me iba, y me felicitó por el embarazo. Sí, él también se había enterado. Peter tenía que estar de los nervios porque todo el mundo, poco a poco, se iba a dar cuenta de lo nuestro. De nuestro hijo.

De momento, no había vuelto a ver a Peter de cerca. De vez en cuando, le veía pasar por los pasillos de la residencia rápidamente y sin mirar atrás para no encontrarse conmigo. Estaba claro que no quería formar parte de mi vida, y tampoco de la de mi pequeño.

Un día, pedí cita en el ginecólogo. Fui sola, completamente sola. Era muy indignante y triste, ver cómo una chica joven tenía que esperar sola en el ginecólogo, mientras el resto de personas, estaban acompañadas, por su madre, su hermana o su pareja. Menos mal, que aún no se me notaba la panza, porque me hubiera dado una vergüenza tremenda.

Entré en la consulta a la hora exacta:

— Buen día.

— Buen día doctor — le deseé sentándome en la silla alrededor de su mesa.

— ¿Qué la ocurre?

— Estoy embarazada.

El doctor me miró sorprendido:

— ¿Tan jovencita?

— Tengo 18 años ya... Aunque aparento ser más joven — sí, siempre me echaron entre 16 o 17, aunque ya tuviera 18.

— Sí. Bueno, ¿tus padres o tu novio no han podido venir?

— Mi mamá murió hace mucho, mi papá vive en otro lugar y no sabe nada de esto, y no tengo novio, fue un fallo...

— Vamos a hacerte unos análisis y una ecografía, ¿de acuerdo? Acostate en la camilla.

Obedecí al doctor y me acosté en la camilla. Me subí la remera y me puso una especie de gel raro de textura viscosa. Después me pasó el ecógrafo por toda la pancita.

— Está todo bien, estás de unas 4 semanas según calculo. Dentro de un rato la enfermera te va a hacer unos análisis de sangre, ¿si? Espera afuera.

Sonreí y salí de la consulta. Que lindo era que todo estuviera bien y que mi bebito estuviera sano. Estaba de 4 semanas y ya tenía ganas de conocerle, de verle la carita, de besarle, de dormir con el todas la noches, cuidándole como a nadie.

La enfermera pasó a buscarme 5 minutos después. Me llevó a otra parte de la clínica y me hizo un análisis de sangre.

Me dijo que en una semana estarían los resultados, y entonces me fui de la clínica.

Y sin esperármelo, al llegar a la residencia, me encontré esperando al ascensor al famoso papá de mi hijo, el que no quería hacerse cargo: Juan Pedro Lanzani.

— Hola — le dije secamente.

Él ni siquiera respondió.

— Acabo de venir de hacerme la primera ecografía, el nene está bien.

— No me interesa esa mierda.

¡¿LE LLAMABA A MI HIJO MIERDA CUANDO ÉL ERA LA MAYOR MIERDA DE TODAS?! ¡Ah no, esto sí que no se lo iba a pasar!

— ¿Cómo te atreves a decir eso de mi pequeño?

— Es lo que es, y no voy a retirarlo, ¿de acuerdo?

— Mira, una cosa es que no lo quieras y otra cosa es que lo insultes. ¿Qué te hizo? Ni siquiera salió de la panza y ya estás insultándolo... de verdad, no tenés vergüenza Peter.

— Me da igual no tenerla. A ver si te queda claro que no lo quiero a ese mocoso.

— Ya lo sé, pero no hace falta que lo insultes. Volvés a decir algo malo de él, y te prometo que publico que vas a ser papá, en la pantalla más grande de la universidad para que lo vea todo el mundo. Así todos te joden, como vos le jodes a mi hijo, que aún no ha nacido.

— Me da igual joderlo o no — me miró desafiante y me empujó por el hombro —. Subí atrás de mí, no quiero subir con vos en el ascensor, me das asco.

— Las embarazadas tenemos preferencia.

— ¿Y a mí que carajo me importa que estés embarazada? Yo estaba esperando desde antes.

— Irrespetuoso.

De repente, por detrás llegó alguien, alguien que Peter conocía porque se quedó blanco cuando lo vio llegar.

— Hola Lali, hola Peter — me di la vuelta y entonces me di cuenta que el que hablaba era Agustín.

— Hola — le respondí sonriendo.

— ¿Suben?

— Sí, pero Peter no me deja subir con él... — dije sincera.

— Suban ustedes, yo subo atrás, no importa ya — dijo Peter refunfuñando.

— Sos como un nene chiquito, hasta tu hijo cuando nazca va a ser más maduro que vos.

— ¡Yo no voy a tener ningún hijo mierda! — gritó Peter dándole un golpe fuerte a la pared —. Yo me largo, suban ustedes cuantas veces quieran — entonces Peter se fue gruñendo. Nada le bajaba el orgullo, nada le ablandaba el corazón, ni siquiera una vida que se estaba formando y tenía su sangre.

EmbarazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora