Narra Lali:
— Señora Espósito — uf, que mal sonaba ese señora. La gente no entendía que tenía 19 años, a pesar de estar casada ya, pero solo tenía 19 —, lleva de parto quince horas. Sus contracciones se han ralentizado a pesar de la oxitocina. Tenemos que hacer una cesárea; hay sufrimiento fetal — la voz de la ginecóloga es firme.
No mierda... No quería una cesárea. Lo había apuntado en el maldito libro del bebé que no quería una cesárea, aunque ahora recuerdo de que los partos de más de uno, son recomendables hacerlos por cesárea.
— ¡Ya era hora, joder! — gruñó Peter mientras seguía sujeto a mi mano y pegado a mi cuerpo, a la cama, no se había movido de ahí.
La ginecóloga lo ignoró.
— Peter, callá — le aprieto la mano. Mi voz era baja y débil y todo estaba borroso: las paredes, las máquinas, la gente con bata verde... Solo quiero dormir. Pero tengo que hacer algo importante primero... Oh, sí.
— Ella quería que naciera por parto natural.
— Señora Espósito, por favor. Tenemos que hacer una cesárea.
— Por favor, Lali — me suplicó Peter —. ¿Te acordás todo lo que hemos tenido que sufrir para esto? Hagámosle caso a la doctora.
— ¿Podré dormir entonces?
— Sí, amor, sí — dijo Peter casi en un sollozo y me dio un beso en la frente.
— Quiero ver a mis pequeños.
— Los verás.
— Está bien — susurré.
— Por fin... — murmuró la hija de p*** de la ginecóloga —. Enfermera, llame al anestesista. Doctor Lester, prepárese para una cesárea. Señora Espósito, vamos a llevarla al quirófano.
— ¿Al quirófano? —preguntamos Peter y yo a la vez.
— Sí. Ahora.
Y de repente, comenzamos a movernos. Las luces del techo eran manchas borrosas y al final terminaban convirtiéndose en una larga línea brillante mientras me llevan corriendo por el pasillo.
—Señor Lanzani, tendrá que ponerse un uniforme.
—¿Qué?
—Ahora, señor Lanzani.
Me apretó la mano y la soltó. Comencé a extrañarlo en ese mismo instante, llena de terror.
— ¡Peter!
Cruzamos otro par de puertas, y al poco tiempo una enfermera estaba colocando una pantalla por encima de mi pecho. La puerta se abrió y se cerró y de repente, había mucha gente en la habitación. Había mucho, mucho ruido... Quería irme a casa, desde luego.
— ¿Peter? — buscaba entre las caras de la habitación a mi marido.
— Vendrá dentro de un momento, señora Espósito.
Un minuto después, mi amor, el amor de mi vida, estaba a mi lado con un uniforme quirúrgico azul. Me agarró de la mano:
— Estoy asustada —le susurré.
— No, mi vida, no. Estoy aquí. No tengas miedo. Mi Lali, mi fuerte Lali no debe tener miedo — me dio un beso en la frente y percibí por el tono de su voz que algo va mal.
—¿Qué pasa?
—¿Qué?
—¿Qué va mal?
— Nada va mal. Todo está bien. Amor, estás agotada, nada más — sus ojos ardían, llenos de miedo.
— Señora Espósito, ha llegado el anestesista. Le va a pinchar la epidural y podremos empezar.
— Va a tener otra contracción — dijo Peter al verme la cara.
Todo se tensó en mi vientre como si me lo estrujaran con una banda de acero. ¡Mierda! Le apreté con mucha fuerza la mano a Peter mientras pasaba. Esto era lo agotador: soportar este dolor. Estaba tan cansada... Podía también sentir el líquido de la anestesia extendiéndose, bajando. Me concentré en la cara de mi marido, en el ceño entre sus cejas. Estaba tenso. Y preocupado. ¿Por qué estaba preocupado?
— ¿Siente esto, señora Espósito? — la voz incorpórea de la ginecóloga me llegaba desde detrás de la cortina.
— ¿El qué?
— ¿No lo siente?
— No.
— Bien. Vamos, doctor Lester.
—Lo estás haciendo muy bien, Lali.
Peter estaba pálido. Veía sudor en su frente. Estaba asustado. "No te asustes, Peter. No tengas miedo" le decía mi subconsciente, aunque él no pudiera escucharme, apenas me quedaban fuerzas para hablar después de todo.
— Te quiero — susurré.
— Oh, Lali — sollozó —. Yo también te quiero, mucho. Te amo.
Sentí un extraño tirón en mi interior, algo que no se parecía a nada que haya sentido antes. Peter miró a la pantalla y se quedó blanco, pero la observaba fascinado.
— ¿Qué está ocurriendo?
— ¡Succión! Bien...
De repente se escuchó un grito penetrante y enfadado.
— Ha tenido un niño, señora Espósito. Hacedle el Apgar.
— Apgar nueve.
— Falta la nena. Continuemos.
— ¿Puedo verlo? — pedí. Mi bebito, quiero ver a mi bebito.
— Tiene que salir la nena — ordenó la ginecóloga —, muéstrenselo al padre.
No, quería ver a mi bebito. Siento otro tirón, y un gritito algo más suave que el anterior.
— Listo, la nena ya está acá.
— Mis bebés — suplique —, quiero verlos. Por favor.
Peter desapareció un segundo y volvió a aparecer con mi hijo envuelto en una tela azul. Tenía la cara rosa y cubierta de una sustancia blanca y de sangre. Mi bebé. Mi Thiaguito... Thiago Lanzani Espósito.
Cuando miré a Peter, tras estar un buen rato mirando a nuestro hijo, tenía los ojos llenos de lágrimas:
— Su hijo, señora Espósito — me dijo sonriendo con la voz ahogada y ronca.
— Nuestro hijo — dije sin aliento —. Es precioso.
Justo, en ese momento apareció una enfermera con una mantita de color rosa y una chiquitina llorando muy flojita:
— Mi amor, Alle — era la tercera parte de mi corazón: Allegra Paula Lanzani Espósito.
Peter la miró y la dio un beso en la frente. Al momento, la enfermera la dejó sobre mis brazos, ya preparados para agarrarla. Dios, era tan chiquitita.
— Nuestros bebés mi amor — Peter se agachó a la altura de la cama llorando de pura emoción —, por fin con nosotros. Bienvenidos enanos.
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Embarazada
FanfictionUna novela Laliter. Ella, una chica de clase media, estudiosa y buena persona. Él, un mujeriego que quiere llegar a los 500 encuentros sexuales antes de los 20 años. ¿Podrán estar juntos algún día?