Lissandra, La bruja de hielo

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En una época ya olvidada, antes de que las arenas se originasen y engulleran Shurima, seres de magia antigua caminaban por Runaterra con libertad. En las fronteras entre el reino de los mortales y lo que se encuentra más allá se libraba una dura batalla.

En esta era peligrosa e inestable, nacieron Lissandra y sus hermanas Serylda y Avarosa. Todas querían hacerse con los poderes en la guerra, y todas pagaron un terrible precio por ello. Al tratar de dar órdenes al cielo que se alzaba sobre ellas, Serylda perdió la voz ante el primer ocaso. Avarosa se enfrentó a la tortuosa oscuridad que se oculta bajo el mundo, donde perdió el oído por el vacío que ansía consumir todas las creaciones.

Pero fue Lissandra la que se enfrentó a la magia salvaje del propio mundo mortal. Por este desafío, las brutales garras de un dios primigenio le rasgaron los ojos, y perdió la vista.

Y, aunque todas las hermanas habían perdido algo, en los baldíos helados donde Lissandra había librado un sinfín de batallas se unieron y prevalecieron. Juntas eran imparables..., pero hasta los lazos de sangre tienen un límite.

Despojada de visión, Lissandra escogió caminar por los sueños. Mientras recorría las caprichosas visiones de los que estaban a su alrededor, se dio cuenta de que solo ella podía ver la oscuridad inferior tal como era de verdad: un abismo eterno que no solo prometía un final, sino también el infinito. Era la muerte, peligrosa y llena de potencial. A escondidas de sus hermanas, Lissandra hizo un trato en su nombre con las entidades divinas con las que había comulgado: los Vigilantes, que les otorgarían algo muy cercano a la inmortalidad a cambio de preparar Runaterra para la llegada del Vacío.

Las tres hermanas y sus seguidores más poderosos recibieron el nombre de Hijos del Hielo. Quienes poseyeran la capacidad de aguantar el frío más entumecedor serían perdonados hasta el final.

Sin embargo, las hermanas de Lissandra comenzaron a recelar. Avarosa sostenía que lo único peor que la muerte era la servidumbre. Incluso Serylda se oponía a la suerte que le esperaba al mundo por el que tanto habían luchado. Entre ambas, Lissandra intentó aplacar los temores de sus hermanas mientras pedía más tiempo a los Vigilantes, pero a la nada inescrutable no le importaban esas nimiedades.

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