Janna parte 4

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Con el canal abierto, los marineros no necesitarían los vientos de Janna para proteger sus barcos de los acantilados de Valoran. No tendrían que construir elaborados altares ni buscar pájaros azules en los horizontes tormentosos. La seguridad y la velocidad de sus naves ya no dependería de una deidad impredecible, sino del ingenio del hombre. Y así, cuanto más progresaban las obras a lo largo de las décadas, más decaía el fervor por Janna. Sus altares se estropearon, destrozados por las gaviotas, y rara vez se susurraba su nombre, aunque las aguas corriesen afiladas y revueltas en lo más crudo del invierno.

Janna se sentía cada vez más débil, al igual que sus poderes. Cuando intentaba invocar una tempestad, tan solo alcanzaba a conjurar una ligera ventolina. Si decidía transformarse en su forma de ave, solo podía volar durante unos minutos antes de parar a descansar. Había significado tanto para las gentes del mar apenas unos años antes... ¿Tan fácilmente se olvidaban de alguien que solo quería mantenerlos a salvo y honrar sus plegarias? La tristeza ante su lento declive hacia la irrelevancia la consumía. Al término de la construcción del canal, tan solo quedaba de ella el rastro de una imperceptible brisa.

La inauguración del canal se tiñó de júbilo. Se colocaron miles de dispositivos tecnoquímicos a lo largo del istmo. Los padres de la ciudad se reunieron para la ceremonia de encendido de la carga, mientras que los viajeros procedentes de todos los rincones del mundo esperaban atentos, con la sonrisa en el rostro y rebosantes de orgullo en los corazones.

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