Ekko parte 3

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No conocían otro mentor que las laberínticas calles de la ciudad, y a ellas consagraban su tiempo y su juventud. Se desafiaban a carreras a pie por los Mercados de la linde. Se retaban a escalar las precarias rutas del sumidero al Entresol, y de allí, hasta el paseo. Corrían en libertad, sin rendir cuentas a nadie más que a sus propios deseos.

Para distinguirse de las bandas criminales y otros quimiopunks, decidieron mantener sus cuerpos intactos. Veían las mejoras con desdén; para ellos, no eran más que un dinero desaprovechado. Tampoco aprobaban los asaltos a quienes no tenían nada, ni a los que tenían menos que ellos. Por eso, los piltis pudientes y los matones mejorados eran el objetivo perfecto para sus travesuras. Adornaban sus guaridas secretas con objetos robados y obras de arte pintadas directamente en las paredes. Los niños abandonados de Zaun se sentían invencibles.

A medida que iba creciendo, los inventos de Ekko se volvieron más fantásticos y complejos, y precisaron componentes exóticos que debían ser "liberados" de los desguaces. Por fortuna, tenía un concepto adecuadamente flexible del allanamiento.

Pronto, tanto los matones vigilnautas aumentados como los implacables guardias de seguridad comenzaron a acechar sin descanso a Ekko y a su tropa de inadaptados, persiguiéndolos, una y otra vez, sin poder darles caza. No dejaba de sorprenderle cómo los laboratorios de Piltover y las fábricas de los barones químicos guardaban con celo su basura. Después de todo, tampoco pensaban utilizarla para nada. Él, sin embargo, sí podría darle un buen uso con un par de chispazos de ingenio.

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