Conflicto de interés

Nido

Se detuvo.

...No. Fue detenido. Había una mano agarrando el borde de la chaqueta abierta. Intentó seguir andando, pero aquella sujeción oponía demasiada resistencia.

—¿No querías hablar? —preguntó Kukui—. Hablemos.

Guzma no dudó en dar un manotazo con el objetivo de que le soltara y poder así marcharse. Por desgracia para él, su acompañante era igual de testarudo. No pudo irse.

—Suéltame —instó sin siquiera mirarle, tratando de mantener la calma.

—Después de que hablemos. Sobre tus acciones —añadió rápidamente.

El líder del Team Skull se llevó los dedos al ceño, masajeándolo, al mismo tiempo que soltaba un gruñido ahogado. Retornó unos pasos hacia a la roca, volviendo a apoyarse en ella. Se limitó a torcer el labio, sin dirigirle la mirada.

La luz del sol se presentaba cada vez más anaranjada y suave. El oleaje del mar era mínimo y apenas había algún Pokémon rondando por la zona.

Estuvieron un rato en silencio.

—¿Qué más esperas que diga, tronco? —irrumpió finalmente—. Ya lo has oído todo. Me tienes como un disco rayado.

—Volvamos a la "Maldición" de la que hablabas —sugirió, poniéndose cómodo pero sin soltar la tela negra—. A esa soledad, ese agotamiento. A lo que sientes. Lo que piensas.

—Ugh... —musitó con cansancio—. Mira, colega. Ese niño tuyo, Sun, es deslumbrante. No sé qué hace, pero aún con esa cara impasible que tiene consigue provocarte algo. Se llevó a Gladio al otro barrio en mi cara. Y ahora van por ahí juntos —había conseguido calmarse; esta vez giró el rostro para ver a Kukui—. Es feliz.

El Profesor escuchaba en silencio, atento. Había reducido muy sutilmente el agarre de la tela, pero aún la sostenía.

—A lo que voy es que ha crecido. Se lanzó del nido sin temor alguno —hizo una pausa—. ¿Te suena eso de algo? Está claro que yo me estampé contra el suelo al hacerlo. Y acabé en el infierno.

Guzma soltó un largo suspiro. Su rostro ahora lucía apagado, las ojeras parecían más marcadas y su espalda se mantenía encorvada.

—Conseguí una pandilla; vale, bien —continuó el monólogo—. Hice lo que hice. Bueno. Ya no puedo cambiar eso. Aunque no me arrepiento de haber conocido a todas esas personas. Francine ha sido un gran apoyo, ¿sabes? Desde luego no es tan pegajosa e ingenua como tú —dijo con una burla maliciosa, sonriente—. Pero ya llevamos tiempo así. Estoy cansado de recibir el odio de los demás. Si tan sólo pudiera apartarme del mundo junto a mis colegas...

—Guzma —le llamó con delicadeza. Hacía rato que le había soltado, pero no parecía haberse dado cuenta.

—Aunque tal vez incluso ellos me odien —continuó con una voz cada vez más apagada—. Esos críos me dijeron que habían reclutas merodeando el Estadio Royale, y yo no...

—Guzma —insistió, esta vez con un tono ligeramente más firme y alto—. Déjalo.