Escritorio

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Sun se levantó al ver que su acompañante quería salir de la cama. Éste dejó la bandeja nuevamente en el escritorio y se apegó al joven entrenador.

—Oye, Sun... —murmuró—. Gracias por dejarme dormir contigo. Me asustaba un poco, pero ha sido agradable. Y, bueno... —pareció dudar—. También... Mi cabeza estaba dando vueltas. Sobre... Nosotros —hizo una pausa—. Es decir, creo que... Bueno, no es que lo crea. Más bien pienso que... Estoy bastante convencido de que me he enamorado de ti —le miró directamente a los ojos—. Y creo que tú lo estás de mí. O, bueno... —añadió rápidamente, con incertidumbre y vergüenza, apartando la vista—. Eso espero...

Ambos se habían quedado quietos, rígidos, y sentían nervios y cómo el pecho les bombeaba constantemente. Sun volvió a mirarle a la cara, aunque esta vez tenía las cejas arqueadas y la boca entreabierta. Parecía querer decirle que no entendía aquella duda. Que era evidente que sentía lo mismo, aún si no había sido capaz de pensar en las palabras exactas para ello.

—No me mires así... —pidió el rubio al ver su expresión—. Ya sé que ha sido algo tonto... Pero necesitaba asegurarme —hizo otra pausa—. Sabes que te quiero. Mucho. Y quiero... Quisiera que fuera como con el Profesor Kukui y la Profesora Burnet. Pero menos ñoño —sentenció—. A mí me gusta llamarte Sun... —Sun soltó una burla—. ¿Quéeee...? —preguntó—.  ¡Es cierto...!

El joven entrenador se inclinó hacia delante, tratando de besarle. Aunque debido a lo que había escuchado, le dio corte en el último momento y no consiguió alcanzarle. Gladio terminó de juntarse.
Cuando quisieron darse cuenta, la tensión y la vergüenza habían desaparecido. Estaban mucho más relajados y seguros sobre sus movimientos, más ligeros. Se sentían mucho más cercanos el uno al otro, aún si hubieran estado en islas distintas. No pudieron evitar sonreír.

Conflicto de interésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora