Nota

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Llegaron rápidamente hasta los jardines de Melemele, lugar al que entraron con paso ligero. Lo primero que notaron fue el embriagador aroma dulce de las flores doradas; y lo siguiente, tras adentrarse un poco más en el camino, fue la figura esbelta de Francine frente a ellos. Les estaba dando la espalda, dirigiendo la acción de varios reclutas que se dedicaban a seleccionar y recoger flores con absoluta concentración. No les habían oído llegar.

Lo más fascinante de aquella situación era el hecho de que no escuchaban ni una sola nota de aquella música que solía acompañarles. Tampoco habían versos sueltos, ni rimas esporádicas. Estaban poniendo todo su esmero en podar las flores con sumo cuidado, tratando de dejar la menor cantidad de esquirlas posible sobre las delicadas plantas, para que pudieran recuperarse en poco tiempo.

Gladio avanzó hasta ella, llamándola por su nombre y haciendo que se girase hacia él. Francine únicamente ladeó el cuerpo, y no pareció inmutarse tras comprobar quién había llegado allí. El rubio le dio un breve resumen de lo que sabían sobre sus intenciones, y ella se le acercó.

—¿Kukui va a ayudarnos? —preguntó casi impasible.

—Sí —afirmó—. Nos dijo que parecía más animado, no sé si...

—Ah, sí —interrumpió—. Volvió a la guarida enfurruñando no sé qué pavadas sobre una revancha. Aunque estaba sonriendo con malicia —se llevó la mano al hombro y ladeó una media sonrisa—. Supongo que Kukui se lo dejó muy reñido en lo que quiera que hicieran.

—Nosotros estamos dispuestos a colaborar en cualquier cosa —añadió Gladio—. Tan sólo dinos qué hacer.

Conflicto de interésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora