Astro

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Sun despertó con el primer rayo de luz procedente del astro con su nombre. Los párpados se sentían ligeros, su nariz se distraía con un aroma afrutado, y una de sus mejillas estaba más caliente que la otra: se había recostado sobre el pecho de Gladio.
Se separó con sumo cuidado, en silencio, y alzó medio cuerpo tan sólo para poder comprobar si seguía dormido. Su rostro pálido lucía enternecedor bajo un plácido sueño. Movió las cortinas con toda la delicadeza que pudo para evitar que se despertara y, con la misma agilidad, se escabulló de la cama y salió de la habitación.

Una vez fuera, estiró las extremidades y saludó aproximadamente a Meowth y Mimikyu. No veía a su madre por ningún lado, así que pensó que quizás salió a pasear. Fue de zancada en zancada hasta la cocina, en donde preparó su desayuno y el de Gladio. Hubiese querido comer con él, pero se moría de hambre y no sabía cuándo iba a despertar. Le dio una pequeña porción a los dos Pokémon, y salió hacia la entradilla para tomar aire. Se quedó sentado sobre el escalón durante un rato, jugando con las briznas de hierba recubiertas de fresco rocío.

Se paró a pensar en su relación con Gladio. Le entusiasmaba sentirse así con él. Descubrían multitud de cosas que hasta entonces no habían sentido. O, al menos, esa era su perspectiva de ello. Le intimidaba un poco plantarse a la acción, pero aceptaba de buena gana cualquier gesto apacible que recibiera de él.

Recordaba que la noche anterior sintió una fuerte pulsión en el pecho, y que, aunque por muy poco tiempo (quizás demasiado poco), había podido notar que Gladio se sentía igual. Se preguntó entonces si aquello era normal en base a lo que hacían juntos, al igual que se preguntó si el Profesor Kukui tenía esa sensación cuando se abrazaba a su amada esposa.

Oyó un maullido somnoliento, se giró y decidió volver a entrar. Entreabrió la puerta de su habitación, fisgoneando con cautela, pero Gladio parecía seguir durmiendo. Terminó de abrirla, hizo señal a los Pokémon de quedarse quietos y en silencio, y llevó su desayuno hasta el escritorio a paso lento. Se acercó a la cama para echar un último vistazo a la ternura que le generaba aquél apacible rostro, que al poco tiempo abrió los párpados. Gladio le rodeó la cintura con el brazo, arrastrándolo hacia sí, alzando el rostro con dulzura para pedirle que le besara.

Conflicto de interésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora