Llenar

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Guzma fijó los ojos en él, su rostro presentaba una almagama confusa de expresiones y uno difícilmente podía acertar qué era lo que sentía en aquel momento. Kukui se arriesgó a pensar que se trataba de una mezcla ambigua entre incomprensión e incredulidad.

Mantenía la mirada frente a él, tanteando si debía insistir en aquello o si, por el contrario, había agotado ya la paciencia que tanto le había costado acumular a su acompañante en tan poco tiempo para tolerar su sola presencia. Aún sentía el tono irritado de su voz cuando, no mucho antes, le hubo dedicado unas palabras de desprecio, y hubiera estado a punto de dejarle tirado pese a que era él quién había querido hablarle.

Guzma fue el primero en apartar la vista. Se dedicó a observar sus propias manos, en las que apenas se apreciaban algunas pequeñas heridas. No dijo nada. Parecía decaído.

El Profesor soltó un suspiro, sintiéndose mal por haberle metido en tal encrucijada. Le alegraba poder estar a solas con su viejo amigo y no había hecho más que ofuscarle la mente.

—Bueno, no tienes que hacerlo —dijo torpemente, tratando de arreglar su embrollo—, pero... Quizás no estaría mal pensar en ello. Es... Otra posibilidad.

El silencio volvió a dominar el ambiente. Ninguno de los dos se movía más de lo estrictamente necesario. Era una situación un tanto tensa, aunque a ojos ajenos pudiera parecer más bien desenfadada. El líder del Team Skull tragó saliva y giró el cuerpo de manera en que ahora podía apreciar el horizonte del mar cobrizo. Su mirada lucía desafiante.

—¿Cuánto tiempo te he robado ya? —preguntó entonces Guzma.

—¿"Robado"? —repitió sin entender el significado.

—¿No se supone que los profesores están mega ocupados? ¿No tienes que seguir recibiendo no sé cuántas palizas de Pokémon para experimentar no sé qué chorradas?

—¿Por qué lo preguntas? —preguntó con intriga, incapaz de imaginar a dónde quería llegar.

—Tal vez... —dudó un instante, sin apartar los ojos del mar—. Bueno. Si tantas ganas tienes de perder el tiempo conmigo, por lo menos quédate a ver el atardecer a mi lado.

Kukui se quedó perplejo unos instantes. Su cerebro procesaba aún lo que acababa de oír y no estaba seguro de haber escuchado bien. Pero no había ningún problema con sus transmisiones neuronales, por lo que esbozó una sonrisa y sintió que se había deshecho de un gran peso. Se colocó a su lado, sobre la roca, y le rodeó por sobre el hombro con uno de sus brazos.

—¡Por supuesto que me quedo! —respondió con su característico humor enérgico—. ¡Así podemos hablar de muchas más cosas!

Su acompañante se había mostrado reacio a su proximidad al principio, pero al poco tiempo se relajo y trazó una endeble sonrisa afable. En su postura procuraba evitar que Kukui viera su expresión, aunque en el fondo le llenara el corazón poder pasar ese rato juntos como si nunca hubiera pasado nada.

Conflicto de interésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora