Nombre

61 4 0
                                    

Kukui seguía riéndose, corriendo a saltos, haciendo buen uso de sus capacidades físicas. Podía escuchar perfectamente los gruñidos de frustración que provenían del fondo, sonidos que le eran bastante conocidos.

Guzma hizo un esfuerzo para ir más rápido, tomando una mejor postura y focalizando la mente en alcanzar al idiota que tenía por delante. El colgante rebotaba una y otra vez sobre su pecho, irritándole aún más, por lo que se lo quitó de un zarpazo y lo lanzó con fuerza hacia el Profesor, gritando su nombre.

—¡Maldita sea, Kukui!

Aún se reía. Logró evadirse con un gesto que a ojos del líder del Team Skull era extrañamente parecido a un Incineroar. Se detuvo en seco e inmediatamente viró sobre sí mismo, echando a correr en dirección contraria. Antes de que Guzma pudiera reaccionar del todo, se lanzó hacia él y ambos acabaron sobre la arena.

—He ganado —se regodeó el Profesor sonriente.

—Cállate —se quejó, rechistando—. Eso fue un gesto sucio.

—Era una broma —se justificó con un tono alegre.

—Se supone que eres trigo limpio —insistió, como si se sintiera enormemente ofendido.

—¡Venga, hombre! —se levantó y le ofreció la mano para ayudarle a levantarse, tras lo cual le limpió la ropa de arena—. Tan sólo es un juego —se acercó con un paso y le rodeó los hombros con el brazo, cariñoso—. Hace mucho que no hacemos cosas juntos. Déjame divertirme un poco.

—Bah... —musitó torciendo el labio y negándole el contacto visual—. A ti no hay quién te entienda, colega...

—Venga, venga —le dio un par de palmadas sobre el hombro, sonriendo con calidez—. Ya te dejo tranquilito, pero aún no ha terminado el día. ¿Te parece si damos una vuelta? ¿O prefieres que te deje ya de verdad?

Guzma reaccionó con lentitud, pero terminó mirándole a los ojos. Tenía el ceño fruncido y lucía un tanto incrédulo. El negro de sus ojos parecia absorber el reflejo de la luz. Le observó durante unos segundos, sin saber muy bien qué quería responder. Bajó la vista hacia el brazo que le rodeaba, la bata de un blanco sucio llena de pequeños cortes, agujeros, y restos de arena y tierra. Volvió a prestarle atención al aroma terroso y húmedo, herbáceo, que provenía de Kukui. Volvió a redirigir la mirada hacia el pecho descubierto, firme, y la mandíbula recubierta con algo de barba. Más atrás veía una parte del moño que tenía en la nuca.

—Uh... —balbuceó—. Podemos dar una vuelta —sugirió desinteresado, casi con vergüenza, alzando el brazo hacia el dorso de Kukui—. Ahora estamos en paz —dijo al tiempo que le deshacía el moño de un gesto.

Conflicto de interésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora