Tarima

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Gladio fingía estar enojado, aunque no podía dejar de sonreír. Procuraba mantener los pies, aún ensartados en sus zapatos, fuera del colchón; aunque aquello era un poco complicado porque también necesitaba mantener cierto equilibrio tan cerca del borde. Acariciaba las mejillas de Sun y éste hacía lo mismo, ambos admirando con detalle la mirada y la expresión del otro, tratando de no empezar a reír por el tenue cosquilleo que sentían por el sutil roce de los dedos.

El joven entrenador empezó a juguetear con sus piernas medio dobladas, enredándose en las de su acompañante. El rubio le siguió el hilo durante un rato, pero acabó perdiendo el equilibrio y acabó medio caído por el suelo, arrastrando parte del cuerpo de Sun. Con suma agilidad logró evitar algún golpe, y terminó de dejarse caer con un suave deslizamiento a través de la poca distancia que le separaba de la tarima.

Se empezaron a reír por lo absurdo que se sentía aquello. Desanudaron sus piernas y Sun le ayudó a incorporarse, asegurándose de que no se hubiera lastimado. Gladio se desenpolvó la ropa y trató de despedirse, aunque no quisiera, porque empezaba a hacerse tarde. Le tendió un beso en la mejilla y se dispuso a marcharse, pero Sun le volvió a coger de la mano. Aquello le dificultaba más, si cabía, el recoger fuerza suficiente para irse. Pero la solución, bastante sencilla, llegó rápidamente a sus oídos: todo aquello era para hacer que se quedara a dormir con él. Inicialmente pensó en declinar e insistir si hiciera falta, y tan sólo de plantearse la situación se ponía altamente nervioso y avergonzado, pero no podía negarse que le atraía la idea de pasar toda una noche juntos.

Su primera respuesta fue de aceptación.

Supuso que dormiría en el suelo, sobre algún futón resguardado del polvo, y se acercó al armario preguntándole si estaba allí y si podía abrir las puertas para sacarlo. Sun se acercó a él, sujetándole la mano y llevándoselo una vez más hacia su cama.

—... —le miró con incredulidad, muy tenso—. ¿Estás seguro de eso?

Sun asintió.

Gladio dejó de respirar unos segundos, tras lo cual soltó un rápido suspiro. No sabía qué hacer.
El joven entrenador se limitó a quitarse los zapatos. Mientras el rubio decidía imitarle, salió un instante de la habitación y volvió un rato después tan silencioso como se hubo marchado. Había ido a desearle unas buenas noches a Mimikyu, que reposaba acurrucado en el cuerpo de Meowth. Hecho esto, saltó sobre su cama con entusiasmo e invitó a Gladio a que se acomodara junto a él.

Conflicto de interésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora