Pequeñas grandes mentiras

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El encuentro con Brandon seguía causándole conflictos internos. Había llegado a un punto en su vida en la que creía que podía dejar de lado su vida en Dublín, se había marchado de ese lugar lleno de memorias para escapar de aquellas pesadillas que todavía la perseguían por las noches. Estaba convencida de que podía continuar, pero la inesperada llegada de Brandon le demostró que solo estaba caminando sobre una fina capa de hielo. Un mal movimiento y podría quedar atrapada en la oscuridad de sus recuerdos.

Tuvo suerte que la actual persona con la que estaba saliendo no estaba tan interesada en su acompañante. Tal vez no lo vio como una amenaza, apenas le preguntó quién era. A lo que ella contestó con una verdad a medias, un compañero de trabajo que daba la casualidad que eran de la misma ciudad. La simple razón detrás de esa respuesta era que él no estaba muy informado a gran detalle de su vida en Dublín por decisión propia. Y esperaba que siguiera de ese modo. Itzel ya no existía.

Lo mejor era evitar a Brandon, aún cuando él iba a estar merodeando alrededor de ella. No sería la primera vez que lo hiciera, tenía experiencia, más de lo que hubiera deseado. Todavía quería aferrarse a la realidad que tenía en ese momento.

Ese día, regresó tarde a la casa que vivía con una amiga que hizo después de convertirse en una Stingler. Su hermano se encargó de presentarlas y desde ese momento, se volvieron confidentes, aunque la base de su amistad era la cocina. Ella seguía siendo un desastre, pero Jane fue su salvación de evitar las comidas rápidas y desabridas. Era la mejor compañera de piso que podía tener.

Y a pesar de que apenas iniciaba la semana, ella la estaba esperando con una botella de vino listo para ser terminado esa misma noche. A menos que tuviera activado su sexto sentido sobre lo que había sucedido, no encontraba algún otro motivo por el cual celebrar.

—¿Cuál es el motivo para beber un lunes? —preguntó ella después de dejar sus cosas sobre el sofá y sentarse en el asiento libre a lado de su amiga.

Jane se encogió de hombros mientras sonreía sospechosamente y jugaba con las copas de vino. Se preguntó si ya había estado bebiendo antes de que llegara, pero no notaba ningún rastro de embriaguez.

—No hay una razón exacta —le contestó—. Ha sido un fin de semana intenso para las dos y sin contar que acabo de enterarme que una compañera de secundaria, que creímos que estaría soltera de por vida o de monja, acaba de casarse en una hermosa ceremonia en un bosque exótico o algo así... No es posible. —Había una notoria indignación en su voz a medida que llenaba las copas de vino—. Tengo casi veintiocho años y estoy tan sola...que al final criaré cincuenta gatos o algún anciano millonario, lo que llegué primero.

—No seas dramática, no es tan importante tener una pareja para ser feliz...

—Lo dice quien tiene una dulce relación de dos años —remarcó Jane sin ninguna mala intención—. Quiero alguien de mi lado, un interés romántico del que pueda depender un poco y bueno, aprovechar lo que viene con el servicio.

—Sí, pero debes salir a buscarlo. No va a aparecer de la nada si solo estás metida en tu trabajo y la casa.

—Si es mi persona destinada, va llegar aún si estoy en la Antártida.

—¿Crees en eso del destino? —vaciló.

—Quiero creer para tener un poco de esperanza. Tal vez ya me crucé a esa persona y aun no me he dado cuenta... o yo no he querido aceptarlo. Eso sería peor.

—Ni que lo digas. —Y tomó todo el vino de su copa al sentirse indirectamente identificada. Preparada para una más.

Esa fue apenas la primera copa de la noche hasta que las dos quedaron profundamente dormidas sobre la mesa, con una alta posibilidad de despertar con una insoportable resaca la mañana siguiente. Lo único que se acordarían a la mañana siguiente era la propuesta de que Jane la acompañara a su trabajo a buscar posibles candidatos de novios. Era algo que se lo mencionó dentro de un rango de un tiempo razonable, pero Jane lo interpretó de distinta manera. Apenas había amanecido y ya estaba lista esperando en la puerta para acompañarla a su trabajo a cazar sus presas. Por suerte, logró convencerla de al menos cambiar el día de su inocente cacería.

¿Fue parte del destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora