Memorias y Pesadillas

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Era mejor borrar todos su recuerdos que tener que soportar el dolor que ocasionaba cada uno de ellos, incluso los que eran agradables. Solo quería entender el porqué Brandon la trataba con tanto cuidado, porque su mirada brillaba cuando contaba sobre ellos, quería saber qué había sucedido con ellos. Deseaba recordar esos espacios vacíos en su mente, pero su madre tenía razón cuando le dijo que debía tener paciencia. Todos reaparecieron de golpe de la peor forma, en la que no era capaz de controlar sus propias emociones ni siquiera su propio cuerpo a causa de estar presa del pánico. Llegó a un punto en que ya no quería sentir nada en absoluto.

Ya estaba en una zona segura. Era consciente de que ya nadie podría herirla de nuevo, pero las memorias eran una constante tortura que revivía todo esos desagradables momentos a tal punto que parecía real. Podía sentir el olor de su propia sangre empapando su cuerpo, las manos sobre ella y la presión en su garganta y las risas ridículamente aterradoras cerca del oído. El vidrio enterrándose sobre su piel mientras trataba de huir y la falsa sensación de alivio de encontrar un lugar donde refugiarse. Probablemente jamás olvidaría el odio reflejado en la mirada de sus atacantes, cuando ella solo deseaba vivir tranquilamente queriendo a quien quisiera. Trató de razonar con Sierra con la poca fuerza que le quedaba, pero sus palabras ni su estado lograron que ella tuviera misericordia.

Pero con su memoria de regreso, las pesadillas tomaron protagonismo durante las noches. Y poco a poco empezaron a consumirla que se vieron obligados a transferirla a otra sección para evitar que entrara en un cuadro clínico grave. Había dejado de ser ella, parecía un fantasma que estaba existiendo de alguna manera en el mundo terrenal, un alma en pena que lloraba hasta quedar dormida. Le habían arrebatado toda la vitalidad y motivación que le quedaba para enfrentar la vida.

16 de junio

Las únicas visitas que recibió fueron un par de enfermeras que se aseguraban de que estuviera todo bajo control y una doctora que pasaba su tiempo escuchando y hablando con ella de sus problemas para ayudarla a sobreponerse del trauma. Era una mujer demasiado amable y con una voz tan reconfortante que Itzel no tardó en aceptar para que se acercara a ella. Llegaba puntual cada tarde después de almuerzo con alguna golosina o postre como recompensa de su avance, aunque había que ser sinceros que llevaría un poco más de tiempo para que la pelirroja pudiera regresar a la normalidad.

—¿Cuándo podré irme de aquí? Ya no soporto estar en este lugar —le comentó aquella tarde, a pesar de que aún tenía miedo de cruzar la puerta—. Ya me harté que las enfermeras me vean como si fuera una pieza de exhibición.

—Todavía no es tiempo —dijo la doctora—. Sobre lo otro, les diré que tengan más cuidado con lo que digan y hacen, pero no las malinterpretes. Ellas están preocupadas por ti, es solo que eres muy parecida a una antigua colega.

—No me diga, era pelirroja ¿cierto?

—Sí, solo que el color de su cabello era un tono más naranja, como una zanahoria. Era una amiga cercana de tu madre cuando ella también trabajaba aquí.

—¿Y qué pasó con ella?

—Hubo una complicación en su parto que lamentablemente no pudo resistir. Fue una gran pérdida para todo el hospital, pero al menos, nacieron dos bellos gemelos pelirrojos —lo dijo con un tono nostálgico—. Cuando te sientas preparada, podría enseñarte la foto que hay de ella en el hospital.

—Si me acompaña... podría intentarlo ahora —sugirió ella.

—¿Segura? ¿Lo considerarías sabiendo que afuera está esperando aquel muchacho? —La única persona que podría ser era Brandon. No quería verlo por un tiempo indeterminado.

—Entonces, podría ser otro día

—¿Por qué no dejas que pase? Ha venido todos los días y siempre pregunta por ti. Realmente tienes alguien que te quiere... ¿Es tu novio?

—Ya no tenemos esa clase de relación. Es complicado

—¿Complicado? —repitió con curiosidad.— Háblame de ese chico

—Es una larga historia

—Tengo tiempo para escucharla —colocó un mechón detrás de su oreja—. Me han dicho que soy una buena oyente

Itzel dudó en contarle sobre él, pero al ver el rostro de la doctora sintió la seguridad de que realmente iba a ser oída sin ser juzgada. Así que fue que le contó la historia de cómo Brandon Smitch estuvo presente en su vida, desde el momento que apenas eran conocidos, cuando empezaron a llevarse mal y toda la reacción en cadena después de ser castigados hasta ese punto. Cada vez que se acercaba más al presente, sus emociones estaban a flor de piel, sin saber qué debía hacer con esos sentimientos que albergaba dentro de ella. Todo eso escuchó la doctora con suma atención.

Recién se puso de pie cuando el reloj marcó la medianoche. Se despidió de ella con una suave sonrisa, diciéndole que regresaría a la misma hora. Pero Itzel sintió la necesidad de preguntarle de nuevo si podían ir a ver la foto que mencionaron temprano. Quería verla, aunque iba a aceptar cualquier respuesta de la doctora, después de todo, no era la hora adecuada para hacer ese tipo de peticiones. Y aún así, ella alargó su mano para llevarla.

Acompañada, no sentía temor alguno de caminar de nuevo por los pasillos. Debido a la hora el lugar estaba en silencio y solitario, no había nadie mirando hacia ella con curiosidad o murmurando sobre ella. Era paz. Bajaron una planta y caminaron hasta un mostrador que estaba a mitad de un pasillo. Estaba repleto de fotos, premios y recuerdos de todos los años que llevaba funcionando el hospital, aunque sus ojos sólo se fijaron en la susodicha foto que le dio más preguntas que respuestas. Podía entender el desconcierto de las enfermeras, porque la similitud entre las dos era sorprendentemente aterradora.

—¿De qué año es está foto? —preguntó sin quitar la mirada del cuadro. Al lado de esa mujer, también estaba su madre.

—Eso fue un año antes de su fallecimiento —contestó.— A mediados de setiembre del 91.

—¿Sabe que tan cercana era mi madre con ella?

—Tengo entendido que eran amigas de la infancia, incluso ella fue parte del equipo que estuvo presente durante su proceso de embarazo —le volvió a contestar—. Por supuesto que deberías preguntarle a ella directamente.

—Por supuesto que lo haré. Una última pregunta, ¿cuál era su nombre?

Sin embargo, el nombre no activó ningún momento ni recuerdo. A pesar de que había algo extraño. Tenía que hablar con su madre y pedirle todas explicaciones necesarias para comprender el porqué. Al menos, necesitaba saber eso.

¿Fue parte del destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora