– No, no eres mi secretaria... Eres mi mujer.
Oír esas palabras en cualquier otro hombre la hubiera hecho correr en dirección contraria. Ella no era de nadie... Pero cuando José Luis las dijo, tuvo la sensación más cercana a prenderse en fuego. Lo miró intensamente, perdiéndose en esos ojos negros que la enviciaban, y lo atrajo hacia sus labios, ignorando la incesante llamada en su móvil. No sabía quién era, y mucho menos le importaba. Lo único que quería era deshacerse de toda la ropa que se le hacía un estorbo.
Terminó de desabotonarle la camisa en tiempo récord, adueñándose de su boca como si dejar de besarlo significara la muerte. José Luis comenzó a subir las manos por sus muslos, levantando su falda hasta que quedó reducida a un pedazo de tela arrugada a la altura de su cintura. Que Dios bendiga las faldas, pensó mientras la cargaba por las nalgas y la sentaba en el escritorio, acariciando con vehemencia cada una de sus curvas. Rompió el beso y bajó la cabeza hasta su sujetador, donde lamió y mordió los pezones excitados a través de la tela de encaje. Altagracia sintió un dolor exquisito que la recorrió hasta el último nervio y haló de su cabello para hacerle saber que no podía esperar más.
Que alguien pudiera encontrarlos lo hacía todo más emocionante. Nunca había sido tan descarada, tan arriesgada, tan desesperada... No había tiempo que perder. Altagracia se quitó el cierre del sujetador, buscando el calor de su boca directamente en la piel dura y sensible. Con sentir su lengua trazando círculos sobre las puntas turgentes, arqueó la espalda para permitirle acceso total a su verdugo.
En una sucesión de movimientos torpes, José Luis se libró del resto de su ropa, dejando que las prendas cayeran a sus pies. Se colocó entre las piernas de ella, torturándola con el roce de su erección a través de la tela de su ropa interior. Altagracia soltó un quejido en protesta.
– Por el amor de Dios, hazlo ya... – le rogó entre dientes.
Y como siempre, José Luis no pudo resistirse a satisfacer sus pedidos. Hizo a un lado sus braguitas ya empapadas y se hundió en ella en un solo movimiento. Altagracia respondió con un grito ahogado, clavándole las uñas en el trasero. Se quedó estático por un segundo, disfrutando de la sensación de llenarla por completo, pero ella tenía otros planes. Movió sus caderas con impaciencia y José Luis se vio obligado a penetrarla con alevosía, tratando de igualar su ritmo. Gritó una maldición al sentirse enloquecer.
Altagracia se recostó del escritorio sobre sus codos y lo envolvió con sus piernas, cediendo todo el control de la situación. José Luis aprovechó la posición para acariciar sus senos y atormentarla con un dedo en su centro de placer. La oficina de Altagracia tenía un gran ventanal, desde donde podía ver toda la Ciudad de México, pero la única vista que le interesaba era la de su güera hecha un manojo de gemidos. Le encantaba mirarla totalmente rendida a su roce y recibiendo por completo la longitud de su excitación.
Altagracia estaba perdiendo deprisa el poco raciocinio que le quedaba con cada embestida. Se incorporó con dificultad para plantar besos y pequeñas mordidas a lo largo del pecho masculino. Escucharlo gruñir era música para sus oídos. Justo cuando estaba a punto de llegar al borde del abismo, como si estuvieran conectados, José Luis la tomó del cabello con fuerza para separarla de él y obligarla a mirarlo.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.