Altagracia soltó todo el aire que no sabía que estaba aguantando. Oír el llanto de su bebé fue un alivio más allá de lo que creía posible. Sintió cómo las lágrimas caían sin ella poder evitarlo, nublándole la vista. Apenas podía escuchar las palabras de aliento de José Luis, quien también parecía abrumado.
– Estás bien, estamos bien... – repetía él mientras le acariciaba el cabello y la besaba en la frente. – Todo está bien.
– ¿Dónde está, José Luis? – creía en sus palabras, pero no estaría del todo tranquila hasta tenerlo entre sus brazos.
– Espera tantito, amor. Lo están limpiando. – dijo, agarrándole una mano y besando sus nudillos.
Él no lo admitiría, pero estaba tan o más nervioso que ella. Lo podía sentir en cómo sus labios temblaban contra sus dedos, en como su voz se teñía de la misma aprensión que la embargaba a ella.
Era el miedo de que no todo estuviera bien. Miedo de que pasara cualquier cosa que pusiera en peligro la felicidad por la que tanto habían luchado. Miedo de que el destino le pasara factura por su pasado.
Pero todas esas dudas se disiparon en cuanto vio al médico caminar hacia ella con un bulto entre brazos.
– Muchas felicidades. – les sonrió el galeno, mientras le entregaba el bebé envuelto en una frazada ligera. – Es un varón en perfecto estado.
Las lágrimas volvieron a caer mientras abrazaba a su hijo sobre su pecho, sintiendo cómo su corazoncito palpitaba con fuerza contra su piel. Agradeció al cielo y sus santos que estuviera sano y salvo.
Su pulso estaba desbocado y se quedó estática, sin saber muy bien qué hacer. Estaba en un estado de conmoción tal que pasaron unos minutos hasta que sintió cómo sus terminaciones nerviosas se activaban.
Recorrió con la mirada su pequeño rostro, ávida por guardar en su memoria sus facciones suaves y regordetas. Contó varias veces los dedos de sus manitas, de sus piecitos. Besó con ahínco su cabecita y aspiró el olor embriagador a recién nacido. Todo por asegurarse de que estaba bien, que todo estaba bien.
Cuando el bebé abrió sus ojitos, intentando enfocar la vista, un mar de sentimientos la inundó. El tiempo a su alrededor se detuvo y todo el mundo se redujo a esos ojos grises.
No escuchaba más que su pulso acelerado contra sus oídos, no sentía más que un inmenso amor por esa personita que era la respuesta a todas sus plegarias después de tantos años de sufrimiento.
– Bienvenido al mundo, mi cosita preciosa. – dijo en un susurro, permitiéndose hablar sin miedo a despertar y darse cuenta de que todo era un simple sueño.
– Hola, mi amor. – dijo José Luis muy cerca de su oreja. Altagracia sonrió cuando se fijó en cómo miraba a su hijo embelesado, sin duda con la misma expresión que la suya. – Soy tu papá y esta mujer tan preciosa es tu mamá.
El bebé soltó un quejido, como si reconociera la voz de quien lo arrullaba todos los días en el vientre de su madre. Ambos se desbordaron de mimos hacia el niño, ajenos a lo que pasaba en la sala mientras la preparaban para la recuperación.
Altagracia aprovechó ese tiempo para asimilar todo lo que había pasado en esas últimas horas.
El embarazo había sido tan tranquilo que, al no sentir una molestia, pensó que ese charco en el piso no era lo que terminó siendo. Después de todo, faltaban unos días para cumplir las cuarenta semanas. Sin embargo, así como si nada, ahí estaba.
Su bebé.
Su milagro.
– Un campeón, mi vida. – escuchó decir a José Luis con la voz entrecortada y sonrió al sentir sus besos mojados en la frente.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.