Capítulo 37

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José Luis Navarrete

Ponerla en la oficina de al lado fue un error. No podía trabajar tranquilo, solo pensaba en lo cerca que la tenía. Tan cerca y a la vez tan lejos... Se internó en el trabajo hasta que se dio cuenta de que ya se había ido. Solo ahí se aventuró a salir al pasillo para irse directo a su casa.

Pasó la noche convenciéndose de que podría trabajar con ella sin volverse loco. Pero a José Luis le encantaba vivir al límite. Y ahora mismo, vivir al límite significaba desear a una mujer imposible de tener. Cuando pensaba que la tenía descifrada, le volteaba la situación sin él siquiera darse cuenta.

Al otro día, cuando llegó a la oficina y vio que ya estaba en su despacho, sucumbió al impulso de ir a verla. Tomó unos contratos de su maletín a modo de excusa y entró sin tocar.

– Altagracia, buenos días. Quisiera revisar unos... – se paró en seco al ver la imagen frente a él. – contratos.

¿Qué hace él aquí?

Altagracia inmediatamente verlo, se despegó de Saúl. No quería pensar mal, pero no había mucho espacio para suposiciones. Decidió que lo mejor era hacerse el loco, aunque estuviera al borde de explotar de celos.

– Oh, Saúl... Qué sorpresa verte por acá. – Lo único que lo aliviaba es que estaba en la oficina y no en su casa. No serían tan descarados... ¿O sí? Quería saber qué jueguito se tenían entre manos.

– Vine a felicitar a tu nueva socia. – dijo esta última palabra llena de veneno. Sonaba amargado.

– Ahhh, claro. Altagracia es una gran adición a la empresa. – respondió, acercándose al escritorio y dejando los contratos sobre él. Acto seguido, se colocó al lado de ella en modo protector. Si tenía que irse a los madrazos con Saúl en plena oficina, lo haría. – En cuanto a construcción se refiere, no hay nadie como la doña.

– No, si está claro... Más que capacitada. – siguió Saúl, mirándola de arriba abajo, antes de retirarse hacia la salida. – Les deseo éxitos. Bienvenida, doña.

José Luis estaba que echaba chispas, con los nudillos blancos de apretar los puños. Pero debía controlarse. Era una estupidez mostrarse tan bestia frente a Altagracia. y era obvio que Saúl estaba molesto, pero no sabía por qué. Cuando la puerta se cerró tras él, no dudó en cuestionarla.

– ¿A ese qué le pasa? ¿Por qué se expresó así de ti?

– No tiene importancia, Navarrete. – respondió bruscamente, fungiendo que leía uno de los papeles que puso en la mesa. A él no lo engañaba.

– A mi si me importa. – Le entró la duda de si ella todavía sentía algo por ese idiota. Tan solo de pensarlo le hervía la sangre. Le levantó el mentón con un dedo para que lo mirara a los ojos. No dejaba de maravillarle lo impresionante de sus ojos verdes. Ese día estaba hermosa con una coleta que dejaba algunos mechones enmarcándole la cara y un vestido azul que se ajustaba a su cuerpo como un guante. Se veía arrebatadora.

No pierdas los estribos, José Luis. Lo único que lograrás es que te mande a volar.

– No te preocupes, Navarrete, solo fue una visita inesperada. Pero no volverá a pasar. – dijo, apartando la cara de su mano, aunque seguía mirándolo fijamente.

Esperaba que no se repitiera. No le gustaba tener que acudir a la violencia, pero lo haría sin pensarlo dos veces.

– Bueno... Si tú lo dices. – no le creía nada, pero conociéndole, no le diría la verdad. Así que decidió pasar a otro tema. – Necesito que revises estos contratos para esta semana. Tendremos reunión con los ingenieros el viernes y quiero que estés empapada de los proyectos.

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