Capítulo 3

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Saúl Aguirre

Me defraudaste. Tú no eres el hombre que yo pensaba. No estuviste ni estás a la altura de una mujer como yo.

Saúl despertó de repente, con el corazón acelerado y sudado. Miró a su lado y ahí estaba Mónica. Dormía plácidamente y no quería despertarla, así que se levantó y caminó con cuidado hacia el baño. Encendió la luz y se echó agua helada en la cara para tranquilizarse. Se miró al espejo y vio que sus ojeras estaban más pronunciadas que ayer.

Ya era la tercera vez en esa semana que soñaba con ella. Con Altagracia. Desde el día de su boda con Mónica, hace dos meses, no hacía más que pensar en ella. Daba vueltas y vueltas y aún no entendía cómo se había perdido en el mar. No habían encontrado ningún indicio de si estaba viva o muerta.

Y si estaba muerta, le había fallado... otra vez, como tantas otras veces. No la había podido salvar.

Intentaba convencerse de que no era su responsabilidad salvarla, que ya Altagracia había tomado su decisión al huir en Veracruz. Sin embargo, su mente seguía plagada de su cara, sus ojos... Todo le recordaba a ella. Veía a Mónica y no dejaba de pensar en todo lo que los había llevado a casarse.

¿Había tomado la decisión correcta? Ella lo amaba y él a ella, pero... ¿sería suficiente? Quería empezar desde cero con ella, formar una familia. Ser feliz.

Pero el recuerdo de Altagracia y todo lo que vivieron no lo dejaba tranquilo. Apenas habían pasado dos meses, se dijo. Lo superaría, se dijo. Pero seguía reviviendo sus conversaciones. Como aquella vez que él fue a pedirle perdón al darse cuenta de que ella no tenía nada que ver con la muerte de su padre.

– Me defraudaste. Tú no eres el hombre que yo pensaba. No estuviste ni estás a la altura de una mujer como yo. – le había espetado Altagracia. Y tenía toda la razón. No sabía cuándo su vida se había vuelto este desastre. Tal vez desde el momento que la había visto bajando las escaleras en esa fiesta.

Cuando Altagracia lo miró por primera vez, sintió como si lo hubiera impactado un rayo. Nunca había visto una mujer tan hermosa. No fueron sus curvas de infarto lo que le atrajeron. Ni siquiera esa boca que se le antojaba tan jugosa, tan deseable. Fueron esos ojos, esos benditos ojos. Esos ojos que maldijo tantas veces cuando, sin él quererlo, lo desnudaban y le llegaban hasta lo más profundo de su ser. Esos ojos de un verde tan hermoso que se convirtió en su color favorito a partir de esa primera mirada.

Si no hubiera sido porque la libertad de su viejo estaba en peligro, habría mandado todo a la mierda en ese instante. Pero Saúl siempre había hecho lo correcto, aun cuando eso le trajera problemas con quien fuera. Y así resistió esa noche, aunque no por mucho tiempo más.

Altagracia llegó a su vida para ponerla patas arriba y hacerle cuestionar todo lo que conocía del mundo. Se le coló entre los huesos y más nunca pudo ser el mismo. Muchas veces se preguntaba qué hubiera sido de ellos si ella no fuera "la doña", si no se hubiera forjado esa coraza con la que alejaba a todo mundo. Si no hubiera cargado ese dolor tan grande desde que la despojaron de su inocencia.

Pero no tenía sentido pensar en lo que hubiera sido. No tenía sentido ni le hacía bien, pero ahí estaba, pensándola cada tanto. Y no solo era tristeza ni nostalgia... La tenía muy presente en todo momento. ¿Por qué la sentía tan arraigada? Quería justificarse diciéndose que todo se debía a que Altagracia había desaparecido y por eso estaba preocupado. Porque su suegra había desaparecido.

No se supone que esto deba estar pasando. Debería estar feliz, debería poder dormir tranquilo junto a su esposa. Debía cuidarla y protegerla como había prometido el día de su boda. Su vida ahora era junto a Mónica. Su futuro era junto a Mónica. Algo que nunca podría tener con Altagracia.

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