Capítulo 59

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Alfonso Cabral.

Aunque no debía sorprenderse: era el padre de Rafael. Rafael, aquel hombre que había considerado por mucho tiempo su amigo y su cómplice. Ese mismo hombre que escondía un pasado muy oscuro como miembro de los Monkeys: los monstruos que abusaron de ella, que mataron a sus padres y a su novio.

Rafael, el papá biológico de Mónica.

Rafael, el hombre por cuyo asesinato estaba siendo juzgada.

Alfonso giró la cabeza en su dirección y ella apartó la vista para fingir que no lo estaba mirando. Alguna vez lo conoció, en una de las tantas fiestas que su hijo realizaba junto a su esposa Leticia, donde se reunía la crema y nata de México. Después de todo, Rafael era un relacionista público de alto renombre: sus servicios eran utilizados por la gente más poderosa e influyente del país.

Gente como la doña.

Se estremeció al pensar en todos los años en los que trabajaron juntos, años que pasó a su lado sin ella imaginar siquiera que era uno de los desgraciados que le destruyeron la vida. Rafael, de la mano de su esposa periodista y presentadora de noticias, se habían encargado de cambiar la opinión pública a su favor. Los consideraba parte de su círculo exclusivo, eran gente cercana. De cierta manera, hasta llegó a pensar en ellos como sus amigos.

Al enterarse de quien era realmente, Altagracia no volvió a verlo con nada más que odio y repulsión. Algo que no cambió cuando confirmaron que era el progenitor de Mónica. Él y sus secuaces la violaron y la abandonaron, dándola por muerta. Había vivido con ese dolor en carne viva por más de dos décadas. Algo así te marcaba, te destruía. Y a ella la llenó de rencor hacia todo y todos, incluida su propia hija, que no tenía la culpa de nada.

– ¿Estás bien?

La voz de Saúl la sacó de su ensimismamiento. Lo miró y vio preocupación en sus ojos, irritándola. Recordaba demasiado bien cuando esa mirada la había enamorado. Él hizo ademán de tocar su cara y en ese instante ella se dio cuenta de que una lágrima caía por su mejilla.

– Nada... No es nada. – respondió, apresurándose a limpiarse el rostro y apartándose de su mano.

– No, sí es algo. Estás pálida. – Saúl se imaginaba el porqué de su mirada perdida y afligida. Era normal que la víctima desarrollara ansiedad al verse obligada a revivir el trauma una y otra vez mientras pasaba el juicio. De eso casi no se hablaba, pero era igual o peor que la violación inicial. Miró a su alrededor y se encontró con que Navarrete lo miraba fijo. Tensó la boca y volvió a centrar su atención en Altagracia, quien se veía verdaderamente enferma. – ¿Quieres que llamemos a un doctor?

– Ay, por favor, Saúl. No seas ridículo. Solo estoy algo hastiada. – comenzó a organizar papeles sin objetivo alguno más que el de parecer que tenía todo en orden. – ¿Cuándo vamos a empezar para salir de esto de una vez y por todas?

– Bueno... Si así lo dices. – no iba a discutir con ella y menos en público. – El juez ya debe estar por llegar. – miró su reloj y confirmó que faltaban poco menos de 10 minutos para la hora pautada. Quería decirle que se calmara, pero sabía que eso solo la molestaría más. Respiró hondo y se enfocó en la lista de testigos que había propuesto el ministerio. Ya la había revisado exhaustivamente y le tocaba objetar a los que entendiera pudieran perjudicar su caso. Como los familiares de los Monkeys...

Altagracia resopló con desgana. Pensó que mientras más rápido terminara esto, mejor. No le apetecía nada tener que estar sentada al lado de Saúl por más tiempo del necesario. Claro, estaba la posibilidad de terminar condenada, pero ahora su prioridad número uno era alejarse de ese hombre del que alguna vez pensó estar enamorada, pero que ahora solo le enfadaba.

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