Capítulo 60

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– El Ministerio llama al estrado a la testigo Mónica Hernández.

Altagracia no pudo ocultar una expresión de absoluta sorpresa. Sabía que su hija testificaría... eventualmente. No estaba preparada para que lo hiciera en el primer día. Saúl le había dicho que era una posibilidad, y le había advertido que el Ministerio buscaría desequilibrarla. Aun así, les había dado el beneficio de la duda. ¿Qué le pasaba? Ella nunca daba el beneficio de la duda... Pero estaba totalmente desenfocada.

– Su Señoría, la defensa solicita un receso de quince minutos. – Saúl se había levantado como un resorte al oír el nombre de Mónica. El Ministerio estaba tratando de agarrarlos fuera de base, y eso no lo iba a permitir. En ese tiempo de descanso podría recordarles a ella y a Altagracia los puntos clave.

– De acuerdo. Se levanta la sesión hasta dentro de media hora.

Altagracia miró al abogado, quien se sentó y comenzó a buscar entre sus documentos el ejercicio que hicieron con Mónica sobre lo que el fiscal podría preguntarle. Mientras, fijó la mirada en su hija quien se acercaba a ellos. Se levantó y le dio un abrazo fuerte. Necesitaba tenerla cerca, hacerle saber que siempre la iba a proteger.

– Mamá... – dijo, respondiéndole el abrazo. – No te preocupes.

– No estoy preocupada. – le respondió, apartándose un poco para mirarla a la cara. Trató de que no notara la angustia que la embargaba al imaginarla indefensa. Sabía que su hija no lo era, pero no podía evitar sentirse así.

– A mí no me engañas, sé que lo estás, pero estaré bien. El pendejo este cree que me va a romper, parece que no le han dicho que las Sandoval somos un hueso difícil de roer.

– Mónica, ya tenemos claro que tratará de que incrimines a Altagracia. – las interrumpió Saúl. No quería perder tiempo para despejar cualquier duda que pudieran tener. – Si necesitas que repasemos algo...

– No, Saúl... Gracias. Recuerdo bien todo lo que estudiamos. Tengo muy presente lo que debo y no debo decir. – Había pasado horas practicando en la soledad de su habitación para prepararse al llegar este momento. No pensaba fallarle a su madre.

– Bien, solo quería asegurarme. Mientras, voy a ir a tomar un poco de agua. ¿Les traigo algo?

– Gracias, Aguirre... – de pronto se presentó José Luis entre ellos, dándole una palmada en el hombro al abogado. – Quisiera un vaso, por favor.

El empresario se veía algo rígido, algo normal en esta situación. A nadie le gustaba estar en un juzgado, así que Altagracia no reparó por mucho tiempo en su expresión férrea. Saúl hizo una cara de incomodidad, por lo que Mónica decidió aligerar un poco de tensión del ambiente.

– Saúl, voy contigo. Tengo mucha sed. – dijo de manera categórica dejando claro que no iba a aceptar un no por respuesta. Al licenciado no le dio más remedio que asentir.

Ambos se dirigieron a la salida, y Altagracia se masajeó la parte trasera del cuello para distender un poco sus músculos.

– Am... Altagracia. ¿Puedo hacer algo por ustedes? – José Luis aprovechó que estaban solos para preguntarle. Le inquietaba verla tan pálida.

– No, gracias. – dijo, acariciándole una mejilla con la palma de la mano. Sintió ganas de dejarse abrazar por él hasta que todo se resolviera, pero ese no era el lugar. De repente la atacó un sentimiento de culpa al recordar que él había dejado todo de lado para acompañarla. Exhaló con fuerza y le ajustó la corbata antes de seguir. – ¿Sabes? No es necesario que te quedes durante toda la audiencia.

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