José Luis no se sentía en sus cabales. Salió del departamento de Altagracia como alma que lleva el diablo, esperando que la distancia lo ayudara a deshacerse de esa sensación de traición que lo arropaba. Como no había funcionado, tan solo llegar a casa se había servido un par de whiskeys... más de un par, a juzgar por la botella que hace unos minutos estaba nueva y ahora le faltaba más de la mitad.
No se sentía en sus cabales. Y cómo iba a estarlo, si tan solo podía repetir la misma imagen en su cabeza: Altagracia, su güera, en brazos del imbécil de Aguirre. No los había agarrado en pleno acto, pero no fue necesario para tener claro lo que había pasado entre ellos.
Aupó lo que quedaba del líquido ámbar en el vaso y lo tiró contra una pared, haciéndolo añicos. Tomó la botella y dio un sorbo largo, intentando llegar al punto donde ya no sintiera nada, donde ya no pudiera recordar. Pero la rabia y el dolor eran tan fuertes que el alcohol no había surtido el efecto deseado.
Recordaba sus ojos llenos de horror, su boca entreabierta sin emitir palabra alguna, la manera en que su cuerpo desnudo se adivinaba bajo la tela de seda del albornoz. Toda ella siempre lo encendía...
Y finalmente lo había quemado.
– Si serás idiota, Navarrete... ¿cómo pudiste fiarte de ella? – dijo para sí. – Es la Doña... nunca dejará de serlo. Y tú de pendejo atrás de ella como un perrito faldero.
Soltó la botella de licor sin importarle que se rompiera o se desparramara en el piso y se aflojó la corbata hasta casi arrancársela. Se quitó la chaqueta y se pasó los dedos por el cabello, buscando relajarse. Pero todo era en vano. Debió molerlo a golpes en ese mismo instante... Tal vez así no se sentiría tan frustrado, tan inservible.
En un impulso, propinó puñetazos contra la pared que tenía más cercana, descargando toda su cólera. La adrenalina acumulada prevenía que sintiera dolor físico. El único sufrimiento que lo afligía era aquel alojado en su corazón.
Entre las ráfagas de impacto que recibían sus nudillos, creyó escuchar el motor de un automóvil y se detuvo. Sus latidos acelerados se paralizaron por un instante y, sin saber cómo, tuvo la sensación de que era ella. No esperaba que fuera a buscarlo, pero al asomarse a la ventana confirmó que era Altagracia.
Corrió hacia la puerta de entrada y la abrió para encontrarse con su hermoso rostro desfigurado por la angustia. Contuvo el aliento y apretó los puños.
Por primera vez esa noche le dolieron los dedos. No por la sesión de boxeo con concreto, sino de refrenarse para no tocarla, para no rozar su mejilla y perdonarle todo sin exigir explicaciones.
Altagracia se quedó sin respiración. José Luis estaba completamente descompuesto. La corbata desatada, la camisa a medio quitar y el sudor perlaba su frente. No podía creer que, aun estando todo desvencijado, lo encontrara guapo, que el olor tan masculino de su transpiración le llenara los sentidos y la hiciera querer rendirse ante él.
Concéntrate.
La rubia tragó saliva y, a pesar de su mirada amenazante, se atrevió a hablar.
– ¿Puedo pasar?
Esperó uno, diez, ya no supo cuántos minutos antes de que el empresario se hiciera a un lado para dejarla entrar. Altagracia tenía un nudo en el pecho. De camino se había figurado decenas de escenarios donde lo encontraba con alguien más, pero no había rastro alguno de otra mujer. Solo él y su aspecto viril que por poco le hizo olvidar lo que había pasado esa noche.
– José Luis, yo... No sé cómo empezar...
No era común en ella sentirse tan nerviosa. Lo vio cerrar la puerta y girarse, cruzando los brazos en un gesto de impaciencia. Rebuscó en su mente las palabras perfectas para explicar todo, pero no las tenía. ¿Cómo hacerle ver que era una serie de malentendidos, que no había pasado nada entre ella y Saúl? Suspiró, esperando que la verdad fuera suficiente.
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La Indomable
FanfictionAltagracia lo había perdido todo: su empresa, su familia, el hombre al que amaba... Pero la vida le ha dado otra oportunidad para resarcir sus errores y ser feliz. ¿La aprovechará? Como me habría gustado que hubiera sido La Doña 2.