Capítulo 40

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Altagracia Sandoval

Es increíble lo rápido que pasaba el tiempo cuando se estaba... ocupado.

No creía que fuera posible, pero habían durado horas disfrutando uno del otro. Descansaban de vez en cuando y conversaban sobre el futuro de la empresa. Tenían muchas ideas sobre los próximos pasos para expandirla. José Luis la fascinaba. No solo era su igual en el plano laboral, sino que en la cama sabía exactamente lo que quería sin que ella dijera palabra.

Sin embargo, más allá de esos dos aspectos, estaba preocupada. La hacía sentir tan bien que olvidaba cosas que deberían ser importantes... Como la protección. Aquella vez en la cocina no utilizaron. Aunque las posibilidades de que pasara un accidente eran mínimas, se aseguraría tomando la pastilla del día después. Llegó a la conclusión de que, si quería seguir con esta relación, debía planificarse.

¿Relación? Estás de psiquiatra...

Estaba recostada sobre su pecho, sintiéndolo subir y bajar lentamente con cada respiración. Se había dormido hace unos minutos y ella no quería apartarse, aunque sabía que debía hacerlo. Regina y Mónica pensaban que estaba en la oficina trabajando hasta tarde, pero ya era de madrugada. Confiaba en que estuvieran dormidas y no notaran a qué hora llegaba. No le gustaba mentirles, pero no quería que pensaran que había algo entre ella y José Luis. Esto no tenía futuro. No iba a cometer el mismo error que con Saúl.

Eso la terminó de convencer de que debía irse. Debía alejarse de ese hombre que la hacía querer más de lo que nunca podría tener.

Se levantó sigilosamente, verificando que él no se moviera. Buscó su ropa y sus cosas, con cuidado de no hacer ruido. Cuando estuvo lista, fue a la mesita de noche para buscar su móvil y comunicarse con Matamoros. Sabía que él estaría pendiente de ella, aunque fuera muy tarde. Estaba escribiendo un mensaje cuando una mano le agarró la muñeca. Se quedó petrificada al darse cuenta de que José Luis había despertado y la miraba con los ojos entornados. Tal vez si no se movía, él se volviera a dormir. Tal vez era sonámbulo...

– ¿A dónde vas?

Ok, no es sonámbulo.

– Tengo que ir a casa, ya te lo dije...

– No, tú no te vas de aquí... No me puedo saciar de ti, Altagracia. – dijo, mientras comenzaba a trazar círculos con el pulgar en su muñeca y acercarla a él. Era tanta la tentación de aceptar y quedarse...

– José Luis, por favor... Si no llego a casa antes de que despierten, estaré jodida.

– Jodido estoy yo desde el momento que me miraste con esos ojos.

Mierda.

Se quedó viéndolo, fijándose en cómo la sábana apenas tapaba su virilidad. En como su barba incipiente lo hacía ver aún más sexy. Qué no daría para sentir ese roce áspero en su piel... Sería tan fácil decir que si...

– No hagas esto más complicado de lo que ya es. Tenemos que establecer las reglas del juego. – expresó, tratando de que su voz sonara convincente.

– Si, pero eso lo podemos hacer mañana... – dijo, dándole un beso en la muñeca que disparó sus sentidos. Posó una mano en su cintura y eso casi logra que se desmorone.

– Mañana, si... – respira, Altagracia, sé fuerte. – Pero ahora debo irme.

– Si insistes... – respondió, pasando los labios por sus nudillos. Vaya que ese hombre sabía como seducir a una mujer. – Pero te enviaré a casa con uno de mis hombres.

Antes de ella poder protestar, él se sentó y marcó un número en su celular.

– Quiero que estés protegida. Además, confío ciegamente en mis hombres. No dirán nada.

La IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora