Capítulo 69

964 106 212
                                    

Al ver que no tenía intención alguna de hablar, quedándose ahí parado, Altagracia siguió hablando.

– Te pregunté que qué haces aquí, Saúl. – Se cruzó de brazos. Aún estaba medio adormecida, pero poco a poco la impaciencia se hacía presente. – Si vienes a...

No la dejó terminar antes de abrirse paso hacia el apartamento. Se tambaleaba ligeramente y Altagracia notó el intenso olor a ron que emanaba de él. Parecía estar borracho, con la mirada desaforada y pasos vacilantes.

No sabía si era por la confusión que sentía o el estado de embriaguez del abogado, pero lo escuchó decir por lo bajo lo que parecían ser palabras sin sentido. De pronto se giró hacia ella y le increpó.

– ¿P-por qué hiciste es...eso? – estaba enojado, aunque no tenía la más mínima idea de por qué.

– ¿Hacer qué? Saúl, ¿De qué hablas? ¿A qué viniste? Y encima te apareces borracho... – lo miró con desdén.

En un instante fue muy consciente de que solo estaba cubierta por una bata y que seguía algo húmeda del baño. Se ajustó las solapas para cubrirse un poco más y ubicó con la mirada algún objeto que pudiera usar en caso de que fuera necesario defenderse. Nunca lo había visto así y no sabía qué esperar.

– Sie-siempre haciéndote l-la desentendida... Tú siempre tan-t-tan... – la intoxicación era tal que no podía mantenerse estático.

– ¡¿TAN QUÉ, SAÚL?! ¡HABLA YA! – no estaba para sus sandeces, y menos cuando se sentía tan desubicada. Había dejado el móvil en el baño y estaba completamente sola. No quería provocar una situación violenta, aunque la ponía demasiado nerviosa tenerlo ahí en ese estado.

– Procuré olv-olvidarte... Convencerme d-de que ya n-no sentías nada por mí... y lue-luego... esa foto.

– ¿Foto? ¿De qué foto hablas? – Por un instante pensó que se refería a la foto amenazante que recibió ese día, pero no tenía sentido. Nadie sabía nada sobre la última foto...

– La que m-me mandaste... Salud-das y luego una fo-foto. ¿Qué quieres que p-piense?

Altagracia se quedó horrorizada al entender lo que posiblemente había pasado.

– Con él tal vez no te haga falta lo ma... – siguió Saúl. acercándose peligrosamente hacia ella. Tragó saliva. – lo material, pero yo te ofrezco amor.

– Ay, Saúl... ¿Cuándo se te va a grabar en la cabeza que no me interesas como hombre? – aunque siguiera acercándose, no iba a dar un paso atrás. No le iba a demostrar lo nerviosa que estaba.

– ¿Y Navarrete sí? Ese empresario de pacotilla... A ver, ¿cuánto te p-paga para que estés en su cama?

Inmediatamente decir la última palabra, el abogado giró el rostro con una mueca de dolor, producto de la bofetada que le propinó la rubia. Se tambaleó mucho más que antes y se recostó de una pared para evitar caer al piso.

– Escúchame bien, Saúl porque solo lo diré una vez. Lo quiero... – dijo Altagracia entre dientes. – Lo amo. Y no vas a reducir eso a un simple revolcón por dinero. Te hacía más sensato, licenciadito. Ahorita me das asco, asco de que te hayas convertido en el tipo de hombre que tanto detestas.

Su rostro se había puesto de un color verduzco. Al parecer la cachetada había exacerbado los efectos de la borrachera. Estaba desorientado, mirando a su alrededor. Altagracia pensó que le respondería, pero no lo hizo. En vez, se lanzó sobre una jardinera grande para vomitar. El abogado seguía dejando las entrañas cuando finalmente se desplomó sentado sobre el suelo.

La IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora