Capítulo 76

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– Solo hay una habitación. – dijo José Luis, esperando la explosión.

Y no se hizo esperar. La empresaria rio con amargura antes de hablar.

– Eso sí que no, Navarrete. No, no... ¡Estás loco! Solo a ti se te ocurre traerme a Dios sabe dónde, a encerrarme contigo... ¡¿Y ahora esto?!

– Altagracia, no te preo... – dijo, tratando de explicarse y siguiéndola de nuevo al salón.

– No dormiré contigo. – lo cortó, cruzando los brazos mientras intentaba enmascarar lo nerviosa que estaba.

– No he dicho nada de dormir juntos... – suprimió una sonrisa. Algo le decía que no estaba tan molesta como aparentaba.

A Altagracia le pareció que le divertía la situación y sintió como todos los colores le subieron al rostro de la vergüenza.

Maldito fuera.

– Ah... – susurró.

– Yo dormiré en uno de los sofás. No te preocupes. – la tranquilizó José Luis. Le había prometido que no la tocaría y lo cumpliría, aunque tuviera que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad.

La rubia sintió una punzada de decepción que aplastó rápidamente. Haría bien en recordar que estaba ahí en contra de su voluntad. Que él solo la estaba ayudando porque... porque... ya ni sabía por qué. Pero no podía permitirse sentirse a gusto a su lado. No si quería sobrevivir este viaje al infierno.

– Pero si necesitaré que mantengas la puerta de la recámara abierta en todo momento. No te puedo perder de vista.

– Ahora si que perdiste el juicio. – empezó a caminar en círculos. Necesitaba enfocarse en algo que no fuera en él y sus ojos negros. – No y mil veces no, Navarrete. Tanta palabrería sobre la confianza... ¿acaso no confías en mí?

Altagracia lo miró con el corazón a millón por hora. Claro que no confiaba en ella. No lo suficiente si la creía capaz de engañarlo con Saúl.

– Mejor no respondas eso. – otra vez rio, sin poder esconder su aflicción.

José Luis se había quedado sin habla. Buscaba las palabras correctas para calmarla, para explicarle que sería una tortura para él tenerla siempre presente, pero que necesitaba asegurarse de que estaría a salvo.

Aunque enloqueciera en el proceso.

Otras veces había hecho cosas casi imperdonables para estar cerca de ella, pero esto era diferente... ahora él era diferente.

Aunque este no era el momento de pensar en errores pasados.

El empresario soltó el aire de repente y se masajeó el puente de la nariz con los dedos. Estaba muy cansado del viaje y estaba seguro de que ella también.

– Altagracia, mejor trata de descansar, ¿sí? Toma este tiempo como... como un respiro de la empresa. – se colocó las manos en los bolsillos para evitar acercarse a ella. – Sé que te encanta trabajar, pero toda esta situación ha sido demasiado para ti... para todos, la verdad. Así que harías bien en relajarte.

– A mi no me digas qué hacer. – le espetó, dándole la espalda.

¿Cómo pretendía que descansara cuando su cabeza no dejaba de sobrepasar los detalles de ese día? Saberse responsable del ataque a Magdalena, sin tener idea de quién o quiénes estaban detrás, la estaba sacando de quicio. Estando tan lejos no veía de qué manera descubriría a los culpables. Los hombres de José Luis podrían ser capaces, pero Altagracia prefería hacerse cargo de todo ella misma.

El empresario levantó las manos en señal de rendición. Definitivamente no se podía tener una conversación civilizada con ella. Al menos esa noche.

– Como quieras. Yo si me iré a dormir. – dijo, mientras se dirigía a uno de los closets de la estancia y sacaba almohadas y sábanas. Colocó las cosas sobre el sofá que se veía más cómodo y fue en búsqueda de su equipaje.

Todo su cuerpo estaba en tensión. No lo podía evitar al sentir su mirada intensa sobre él, siguiendo sus pasos. No esperó a que la rubia le respondiera y se internó en el baño del pasillo. Duró unos pocos minutos en los que se lavó la cara y los dientes, confiando en que el agua fría lo hiciera calmarse un poco. Se desvistió para colocarse unos pantalones de pijama, aprovechando que el clima no era muy frío. Aunque a último minuto decidió colocarse una camiseta. No quería que Altagracia pensara que tenía otras intenciones. No quería darle más municiones para otra pelea sin sentido.

Al volver al salón, no le sorprendió que la empresaria ya no estuviera. La puerta de la recámara estaba un poco abierta y se acercó para confirmar que estaba dentro. Estaba acostada de espaldas a él, pero pudo reconocer su cabello rubio y su respiración aparentemente tranquila.

Se quedó unos segundos pensando en todo lo que habían pasado para llegar a ese punto. Altagracia podría estar molesta con él, pero no se imaginaba el sacrificio que era estar con ella en esa casa llena de recuerdos y de esperanzas rotas... como su relación.

Se intentó deshacer de los pensamientos que plagaban su mente, pero le fue imposible. No podía siquiera respirar sin recordar su dulce fragancia o la manera en la que sus ojos brillaban cuando le gritaba enojada.

[...]

Cuando José Luis le dejó de hablar, tuvo el impulso de acercarse a él, pero se contuvo. Lo vio adentrarse en el baño, ignorándola.

Estaba muy cansada y, aunque tenía el estómago vacío, no tenía apetito. Y esa era la peor combinación para tomar decisiones. Se obligó a escabullirse hacia la habitación antes de que él saliera. No confiaba en que podría mantener la compostura por mucho tiempo más. Si la miraba otra vez, era posible que...

No, Altagracia.

Ubicó rápidamente la puerta donde suponía estaba la habitación y entró. Era una recámara sencilla, con una cama matrimonial y poco más que lo necesario. La decoración era bastante simple, pero no se fijó mucho en ella. En ese momento lo único que quería era descansar. O intentarlo, al menos. Había oscurecido y sentía los ojos pesados.

Recorrió la estancia, aliviada al darse cuenta de que contaba con un baño privado. Se colocó un camisón y deseó haber llevado algo menos revelador. Se dirigió al armario y guardó su equipaje con desgana. Al alzar la vista, en uno de los estantes superiores encontró unas fotos de un niño de cabello y ojos negros.

Lucho.

Tomó uno de los portarretratos entre las manos y pasó el dedo índice por el cristal. Se parecía tanto a él...

Se quedó absorta en sus pensamientos hasta que escuchó una cerradura moverse en el pasillo. Se apresuró a apagar la luz antes de acostarse en la cama. Guardó la foto bajo la almohada y se arropó con el cobertor.

Sintió el momento justo en el que él se acercó a la puerta y sintió la tensión acumulándose en su espalda. Fingió estar dormida y rogó al cielo que no se acercara.

No supo cuánto tiempo pasó mientras José Luis la perturbaba con su presencia, pero cuando al fin se alejó, experimentó una mezcla de alivio y desilusión que la preocupó. ¿Cómo era posible que aun ahora su corazón y su cuerpo se negaran a obedecerla cuando les exigía olvidarlo?

En las primeras horas de la noche, ambos se habían ido a la cama, pero ninguno logró conciliar el sueño. El cúmulo de emociones estaba a punto de ebullición con cada mirada, con cada palabra. La descarga eléctrica era demasiada para ignorarla. Sin embargo, eso no significaba que no intentaran poner una careta ante el otro, tratando de ocultar lo que ambos sabían pero que se negaban a aceptar: que estaban irremediablemente marcados para siempre. 



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