Capítulo 18

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José Luis Navarrete

Salió del Ministerio como alma que lleva el diablo, pensando en cómo casi lograba que Altagracia aceptara el trato... hasta que el imbécil de Saúl había llegado. Aunque solo era cuestión de tiempo antes de que ella cambiara de opinión. No iba a ser fácil, pero para José Luis Navarrete nada era imposible. Tenía que hacerle ver que él era su única salida.

Tenía que convencerla. Esa mujer lo estaba volviendo loco desde que la vio en París, sana y salva. Aunque, si era completamente honesto con sí mismo, había enloquecido desde que la conoció. Altagracia nunca le había dado una segunda mirada, hasta que hace unos días él le demostró lo bien que podían estar juntos. Contaba con que esa química tan obvia entre ambos la hiciera darse cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.

Pero no podría hacer eso si no la sacaba de la cárcel.

La había hecho seguir desde ese momento en el café y así pudo enterarse de que había llegado a México e iba de camino al hospital. Lo que no sabía era a qué había ido al hospital, pero pronto lo averiguaría. ¿Qué la había hecho volver? Ella le había insistido en que nunca lo haría, así que debía ser algo muy pesado.

Se montó en el todoterreno donde lo esperaba su chofer y le indicó que fuera a su casa, mientras marcaba el teléfono de Vidal en su celular. Debía empezar a mover los hilos para sacarla lo más pronto posible. No podía soportar verla encerrada. Iba a resolver todo por su lado, aunque ella no se lo pidiera.

Bueno... ¿Navarrete? ¿No es un poco tarde para estar llamando? – respondió un somnoliento Vidal. No se había fijado en la hora, pero tampoco le importaba.

– No lo es para mí, Vidal, ¿o te olvidas de todos los favores que me debes? – generalmente no se mostraba tan impaciente, pero no todos los días necesitaba sacar a alguien de la cárcel.

Vidal carraspeó antes de continuar. José Luis sabía que oír sus palabras lo habían alarmado.

Claro que no, señor. Dígame en qué puedo ayudar.

José Luis le explicó lo que necesitaba con lujo de detalle. No podía arriesgarse a que algo saliera mal. Altagracia debía estar libre lo antes posible, ya luego confirmaría qué rayos hacía de vuelta en México. Tendría suficiente tiempo para esos pormenores.

Había estado tan enfrascado en sus planes que no se dio cuenta que habían llegado a su destino. Sus hombros se tensaron ante el prospecto de entrar a casa y encontrar el espectáculo del día por parte de su esposa. Su relación con Eleonora nunca había sido perfecta, era un matrimonio de conveniencia. Los dos estaban conscientes de que no se amaban y ambos mantenían aventuras. Era un secreto a voces que él se enredaba con cuanta falda encontrara atractiva y ella iba a "retiros holísticos" donde se relajaba de maneras más... carnales.

Y todo empeoró desde que perdieron a su hijo, Lucho. José Luis mantenía su dolor bajo llave, con una máscara presuntuosa para el mundo. Pero Eleonora no había podido recuperarse, pasaba los días ahogando sus penas en alcohol o en drogas que no hacían más que agravar su tristeza. Había ignorado todos los esfuerzos de José Luis y su familia por conseguirle ayuda. Y eventualmente, habían dejado de intentar. Sabía que no debería rendirse, pero lo habían probado todo por siete años. Siete años en los que había sido muy desdichado.

Sin embargo, mantenían las apariencias porque su empresa lo necesitaba. Necesitaba reflejar una imagen de solidez ante los clientes e inversionistas. Al igual que ahora necesitaba reflejar serenidad cuando estaba tan cerca de estar con la mujer que le quitaba el sueño desde hace tanto tiempo.

Con esos pensamientos inundándole la cabeza, entró por la puerta trasera y se dirigió a la cocina, mientras se aflojaba la corbata. El jetlag le estaba empezando a afectar y necesitaba hidratarse.

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