Capítulo 29

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José Luis Navarrete

Después de lo que pasó anoche, José Luis no esperaba oír de Altagracia más que para redimir su deuda. Y eso lo hacía sentir desgraciado. Había ideado el trato en un impulso, pensando que era la única manera de tenerla a su lado. Pero ahora... ahora sabía que había cometido un error. No quería que Altagracia estuviera con él por un simple acuerdo, un chantaje. Quería que estuviera con él porque lo deseara. Y ayer lo había estropeado todo, primero dejándola ir y luego montando tremenda escena de celos cuando apareció Saúl.

Se había ido a casa solo e infeliz, pensando en todo lo ocurrido esa noche, en todos los errores que había cometido. Al menos Eleonora no había hecho una crisis y cuando llegó a la habitación la encontró durmiendo. Se dirigió al cuarto de baño sigilosamente, mientras se iba quitando la ropa. A pesar de todo, José Luis seguía excitado, pensando en los besos que habían compartido en ese callejón. Besos con los que ambos se habían olvidado de quienes eran y de todas las razones por la que no deberían estar involucrados.

Abrió la ducha y dejó que el agua fría se deslizara por su cuerpo y se llevara la tensión de sus músculos. Tras unos largos minutos, salió, se secó rápidamente con una toalla y se puso unos pantalones de pijama. La ducha no hizo mucho por calmar su deseo. No había manera de parar los recuerdos que seguían reproduciéndose en su cabeza. La manera en que el cuerpo de Altagracia se acoplaba perfectamente al suyo, cómo sus labios habían explorado su boca sin reparos, cómo la sensación de tener sus manos en el cabello, tirando de él, lo había excitado como nada en el mundo...

Basta ya, José Luis. Basta. ¿Por qué estás tan obsesionado con esta mujer?

No entendía la razón por la que Altagracia le había calado tan hondo. Por qué le causaba esas sensaciones totalmente nuevas para él. Lo único que sabía era que nada iba a evitar que estuvieran juntos, ni siquiera el estúpido de Saúl. Lo que le recordaba...

Marcó el número de Genaro. Había mantenido la vigilancia en la casa de Regina y necesitaba saber qué había pasado después de él irse.

– Genaro, ¿alguna novedad?

Sí, patrón. Me informó Mejía que el hombre que entró con la doña al edificio salió después de unos 15 minutos.

¿Quince minutos? Eso significa que no pudo haber pasado nada entre ellos... ¿o sí?

– Gracias. A Mejía que siga en posición. Me mantienes informado.

De acuerdo, patrón.

Lo inundó una sensación de alivio. Le entraron ganas de llamarla, escribirle un mensaje... lo que sea con tal de tener contacto con ella. Duró unos instantes mirando el celular, pero se dijo que no podía ser tan desesperado. No después de la forma en la que ella le habló. Se le notaba por encima de la ropa que estaba bastante molesta y José Luis tenía por seguro de que era la última persona con la que querría hablar.

Así que desistió de la idea y se recostó, esperando que la incertidumbre lo dejara dormir. No fue una noche tranquila. Cuando al fin sonó la alarma, se levantó para hacer un poco de ejercicio antes de prepararse e ir a la oficina. Le cruzó por la mente visitar a Altagracia, pero su orgullo se interpuso. La sesión de ejercicio le ayudó a recordar que era José Luis Navarrete y que nunca le había rogado a ninguna mujer.

Pero Altagracia no es cualquier mujer...

No, no lo era. Pero debía mantenerse firme. No debía aceptar que lo redujera a un hombre desesperado y deseoso de un poco de atención. Se miró al espejo luego de darse una ducha y afeitarse la barba incipiente. No debía doblegarse, no lo haría.

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