Capítulo 39

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José Luis Navarrete

Tenerla ahí, dormida encima de él, era todo lo que necesitaba. No quiso moverse por miedo a despertarla. En vez, se dedicó a admirarla y a acariciar el cabello sedoso desparramado sobre su pecho. Le encantaba verla al natural, con el pelo suelto y relajada. Pero le gustaba aún más tenerla tan cerca, piel con piel.

Ahora que no estaba despierta, podía admirar su belleza cuando no se mostraba a la defensiva. Se le antojaba la mujer más preciosa del mundo.

Repasó la conversación tan agria que tuvieron. Sus palabras lo habían dejado tieso. Creyó que ya era hora de que le contara la verdad sobre su matrimonio, no quería que siguiera pensando que sería una aventura más.  

Había sido un error. 

Ella lo tildó de mentiroso y manipulador. José Luis no podía soportar oírla hablar así. Despreciando lo que habían experimentado, como si no hubiera sido especial. Para él lo había sido y estaba casi seguro de que para ella también. ¿Qué tendría que hacer para convencerla? A largo plazo, no tenía idea. Pero que lo partiera un rayo si no la hacía entrar en razón, costase lo que costase.

Siguió pasando sus dedos por el cabello rubio y pensando en un plan para conquistarla de una vez y por todas. No supo cuánto tiempo estuvo admirándola, hasta que el cansancio lo venció.

[...]

Se estiró lentamente a través del colchón aun con sueño. Se giró hacia el otro lado de la cama en busca de su celular. Estaba desubicado, sin saber bien qué hora era. Pero debía ser tarde, ya estaba oscuro. La pantalla leía 8 de la noche. Se estrujó los ojos buscando deshacerse del estupor de la siesta.

Y de pronto recordó...

Se giró hacia todas las esquinas de la habitación buscando a Altagracia, pero no encontró ni rastro de ella. La ropa en la butaca, el bolso, el maletín, nada. Solo quedaba su aroma entre las sábanas. Sintió como una opresión le ocupó el pecho donde antes había recostado la cabeza esa mujer que lo estaba volviendo loco.

No podía creer que le estuviera haciendo esto de nuevo. Se paró y se colocó unos bóxers con prisa. Tal vez si salía corriendo ahora la podría alcanzar.

¿Medio desnudo?

No estaba pensando con claridad, pero siguió bajando las escaleras a toda velocidad. Se paró en seco al ver que la luz de la cocina estaba encendida y se acercó, tratando de no albergar esperanza. Tal vez había dormido más de 24 horas y era doña Patty en la cocina...

El corazón le latía a millón hasta que tuvo un vistazo de cabello rubio y largo. Respiró aliviado y se recostó del marco de la puerta. Altagracia estaba buscando algo en la alacena, murmurando algo que no alcanzaba a entender. Estaba descalza, vestida con lo que asumía era una de sus camisas. Definitivamente esta mujer se vería despampanante con lo que fuera. Aspiró profundo cuando ella se empinó para alcanzar al último estante. Ver esas piernas bien torneadas le hizo recordar cómo las había tenido alrededor suyo, apretándolo contra ella. Pensaba esperar a que ella se diera cuenta de su presencia, pero no se pudo contener. Se acercó a su espalda y la tomó por la cintura, haciendo que ella diera un respingo.

– Aquí estás. – le dijo, mientras le plantaba un beso en un hombro. – Por un momento pensé que te habías ido como la última vez.

– A ver, te dije que me quedaría cinco minutos más, ¿no? – respondió riendo. Se volteó hacia él y le puso un dedo en la punta de la nariz, sonriendo. – La verdad es que me estaba muriendo del hambre.

– Ah, somos dos... ¿cuál es el menú? – dijo José Luis, paseando la mirada por su cuerpo. La camisa escondía sus curvas, pero ya estaba empezando a memorizar todos sus recovecos.

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